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El Oriente Medio de Trump que vendrá: de su apoyo a Israel a la cercanía a Arabia

El Oriente Medio de Trump que vendrá: de su apoyo a Israel a la cercanía a Arabia

El primer mandato del republicano fue formidable para Netanyahu y ahora se espera que haya sintonía, pero está por ver si comparte todas sus batallas y si las sustenta con tanto dinero como Biden. Los Acuerdos de Abraham serán una apuesta segura. 

Cartel de felicitación para Donald Trump tras su victoria en las elecciones de EEUU, el 6 de noviembre de 2024, en las calles de Tel Aviv.Thomas Peter / Reuters

El resultado de las elecciones estadounidenses tiene siempre grandes consecuencias para Oriente Medio. La victoria de Donald Trump, que regresará a la Casa Blanca el próximo 20 de enero, no es una excepción y, de hecho, el nuevo tiempo del republicano está llamado a cambiar las urgencias inmediatas de la región, si cumple su palabra. Ha prometido que "habrá paz" en la zona y que será rápido en moverse, nada más sentarse en su sillón en el Despacho Oval, pero no ha dado detalles de cómo hará su magia.

Sus preferencias están claras: es un amigo declarado de Israel y, de hecho, el primer ministro del país, Benjamin Netanyahu, fue el primer líder mundial en felicitarlo tras su victoria sobre Kamala Harris, el pasado 5 de noviembre. En la primera semana como presidente electo, Trump y Netanyahu hablaron en tres ocasiones. Un hilo que el magnate no ha tendido con ningún otro jefe de estado o gobierno del mundo. Su primer ultimátum ha sido, la semana pasada, para Hamás: ha dicho al partido-milicia que desatará "un infierno" si los rehenes retenidos en Gaza no son liberados antes de su investidura. 

Tampoco ha reprochado a Israel estos días sus bombardeos y su entrada en suelo sirio, aprovechando la falta de control de las fronteras tras la caída de Bachar al Assad, pese a que Naciones Unidas le ha pedido que los pare y ha manifestado su preocupación por "las recientes y extensas violaciones" a la soberanía e integridad territorial del país árabe. 

Tan clara queda la alineación de Trump con Tel Aviv como su olvido del pueblo palestino, que no aparece nunca en sus discursos. 

El Gobierno norteamericano actual, el de Joe Biden, había postergado cualquier presión significativa sobre el primer ministro israelí hasta después de los comicios del 5N, a pesar de su creciente frustración con Netanyahu por cuestiones como la obstrucción de la entrada de ayuda humanitaria a Gaza, su bloqueo de un acuerdo de secuestrados por paz, el apoyo declarado de su gabinete a los violentos colonos de Cisjordania, el inicio del ataque a Líbano y su campaña de desprecio contra la ONU y su secretario general, Antonio Guterres.

Los demócratas progresistas habían rogado a Joe Biden que utilizara su influencia sobre Tel Aviv durante los 14 meses que dura el conflicto de Gaza. La ira por el uso de bombas estadounidenses para destruir la franja contribuyó a la derrota de Harris, por ejemplo, en estados como Michigan, donde se encuentra la mayor concentración de árabes estadounidenses en EEUU. Ahora, incluso si finalmente se da vía libre la abrumadora influencia de Washington en la región, será demasiado tarde para tener un impacto brutal, sobre todo, en las víctimas civiles que ya no lo pueden contar o tendrán una vida marcada por sus heridas o mutilaciones. Lo más urgente es que todo se frene de una vez, en Gaza y en Líbano. 

En este último caso, Biden se ha adelantado logrando un alto el fuego de 60 días, para empezar, entre Israel y Hizbulá. Ya está siendo violado, que no cunda la esperanza. En términos concretos, el acuerdo se redactó -como era de esperar- siguiendo las mismas líneas que la resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas de 2006, que puso fin a un breve pero brutal episodio de combates entre la milicia chií y el ejército israelí en julio y principios de agosto de ese año.

En esa ocasión, la resolución 1701 estableció una zona que separaba a Israel de Hezbolá entre el río Litani en Líbano y la llamada Línea Azul, que es una frontera "provisional" trazada por la ONU tras los combates anteriores y la ocupación israelí del sur del país árabe. Ahora, ambas partes reconocen la importancia de la Resolución 1701. Como resultado, Hizbulá se retirará al norte del río Litani, mientras que las tropas israelíes retrocederán gradualmente al sur de esa Línea Azul.

Esa zona de colchón amortiguador ha sido gestionada por el ejército libanés y la Fuerza Provisional de las Naciones Unidas en el Líbano (FINUL), compuesta por 10.000 efectivos. Esto continuará, pero el número de tropas en la zona aumentará. Es probable que la FINUL, formada por soldados de 48 países, entre ellos Alemania, reciba ahora más apoyo de Estados Unidos y otras naciones. El ejército libanés desplegará 10.000 soldados allí, además. Pero es aún en la era Biden, decimos, aunque la implementación de un acuerdo estable, permanente, sí será de su negociado.

El 'momentum'

El regreso de Trump -que aunque aún no ha jurado el cargo ya está preparando su segundo mandato en la transición con los demócratas- se produce en un momentum complejo, justo cuando empezaban a aparecer las primeras señales de presión sobre Israel por parte de la administración Biden. El secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, y el secretario de Defensa, Lloyd Austin, escribieron al Gobierno israelí el mes pasado detallando su obstrucción a la ayuda humanitaria a Gaza y cuestionando sus esfuerzos por atacar la proporcionada por la ONU. 

La carta daba a Israel 30 días, hasta después de las elecciones presidenciales estadounidenses, para cambiar de rumbo o enfrentarse a restricciones en virtud de la ley estadounidense sobre el suministro de armas de silos estadounidenses. Todo quedó en nada, también en este caso, pero se entendió como una llamada de atención nueva. Con Trump no se espera algo así. 

Es casi seguro que la Administración entrante no dará ultimátums a Tel Aviv, aunque presione por detrás. Sacarle los colores a su aliado en público era estrategia verbal de Biden. También es prácticamente seguro que no va a salir a defender el papel de Naciones Unidas, que considera un mastodonte de "burócratas" en el que EEUU es el mayor contribuyente sin ver beneficios "directos de ello". 

Menos aún, en concreto, se espera que avale a la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (UNRWA). Ya el propio Trump se adelantó a este señalamiento y le cortó la financiación en 2018, generando un enorme agujero en la institución. Biden, en su línea de no revertir muchos de los polémicos pasos dados por su antecesor en política exterior, la restableció sólo tres años después. La crisis de fondos está asegurada si mete tijera de nuevo. 

Benjamin Netanyahu habla con Donald Trump, el 23 de mayo de 2017, en el aeropuerto de Tel Aviv.GPO Israel / Getty Images

El retorno de Trump también podría eliminar las barreras a la posible anexión por parte de Israel de al menos una parte de Gaza y Cisjordania. El presidente electo ha dejado claro en el pasado que el derecho internacional y las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU en la materia no son impedimento para imponer otra realidad. Su gabinete reconoció la soberanía israelí sobre los Altos del Golán en 2019, aunque está internacionalmente reconocido como suelo sirio; también trasladó la embajada de EEUU de Tel Aviv a Jerusalén, avalando la ciudad triplemente santa como la capital del Estado de Israel, cuando sólo lo es para su Gobierno y no para la comunidad internacional. Y, al fin, rompió una tendencia de 40 años en política exterior norteamericana avalando la legalidad de las colonias en el este de Jerusalén y en Cisjordania

Si va por este camino, dará aliento al ala anexionista de la extrema derecha israelí, que hoy sustenta al Gobierno de Netanyahu. Si esos cambios se producen, hablaríamos de un cambio radical, no visto desde la Guerra de los Seis Días que, en 1967, estableció la ocupación tal y como hoy la conocemos. Las consecuencias: escozor en el mundo árabe, reproches en países o bloques (como la Unión Europea) por violar el derecho internacional pero ¿algo más? La anexión es sólo el siguiente paso a una realidad que, de facto, ya da el poder total de más del 60% del territorio cisjordano a Israel, con sus asentamientos, sus carreteras y sus bases militares. 

La amenaza de un Estado palestino parece descartada con Trump, pese a que desde Occidente se insista en que es la única solución al conflicto. Es una vía muerta que el republicano no va a explorar salvo que le convenga para tener paz. Su visión es esta: toda guerra tiene costes y no quiero gastar dinero fuera de EEUU. Implantar un país soberano plenamente reconocido, en el contexto actual, generaría un levantamiento de sus amigos de Israel. Mejor mantener el statu quo, que beneficia al ocupante. 

Los ataques de colonos y las apropiaciones de tierras contra palestinos han aumentado drásticamente en Cisjordania durante el último año y a muchos habitantes de las aldeas se les ha impedido por la fuerza recoger sus aceitunas este otoño. En el centro de Ramallah, la principal ciudad de Cisjordania y sede de la Autoridad Palestina, que en gran medida no tiene poder y no recibe confianza, ese territorio bajo pleno control israelí, la Zona C, ya se considera anexado en todo, menos en el nombre. 

Sin embargo, huelga plantearse siquiera, en este escenario, que Trump sancione a más colonos por su violencia contra ciudadanos y bienes palestinos, como ha hecho de forma excepcionalmente reducida Biden. "Es hora de cambiar la realidad también en Judea y Samaria", se ve en un cartel en la carretera a Ramala, retratado por AFP. Así es como llaman los colonos a Cisjordania.

Aún no está claro quién lideraría la política de Medio Oriente en una nueva Administración de Trump, pero en el grupo que rodea al mandatario hay partidarios notables del movimiento de colonos, como su yerno Jared Kushner (judío ortodoxo, hacedor de los Acuerdos dd Abraham que han normalizado las relaciones de Israel con cuatro naciones árabes y que ha hablado del potencial inmobiliario de las "propiedades frente al mar " en Gaza) y el exembajador en Israel David Friedman, cuya solicitud para un nuevo trabajo en la administración entrante ha llegado en forma de un libro que ensalzaba el derecho divinamente inspirado de Israel a apoderarse de Cisjordania. A ellos se suma el confirmado, el nuevo secretario de Estado, Marco Rubio, que sobresale entre los republicanos proisraelíes como el más proisraelí de ellos. 

El presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmud Abbas, felicitó a Trump por su reelección y dijo confiar en que "apoyará las legítimas aspiraciones del pueblo palestino". Por su parte, dice que mantendrá su "compromiso con la paz" y tiende la mano para trabajar junto a Trump por "la paz y la seguridad en la región". Lo cierto, con estos mimbres, es que tiene poco donde agarrarse. Internamente, ya se reprocha la inacción de Biden ante una ofensiva como la de Gaza, donde los muertos superan los 44.000, o la violencia en Cisjordania, sin parangón en más de 20 años. 

Está por ver si Trump se mete también en intentar modificar la propia ANP, como ha hecho Biden, aunque los cambios por el momento no convencen a Israel, que sigue diciendo que no tiene enfrente un liderazgo creíble para negociar. 

El regreso de Trump no sólo va a fortalecer a la causa ultra, sino que refuerza la posición de Netanyahu en la política doméstica israelí y es probable que acelere sus movimientos para convertir a Israel en un Estado más iliberal. El premier ha pasado por momentos de popularidad terribles por sus fallos ante el ataque de Hamás del 7-O, pero se ha recuperado en las encuestas por el descabezamiento de Hamás o los éxitos contra Hizbulá en Líbano. 

Poder demostrar cómo se compadrea con Trump refuerza su figura y, además, cuenta con que el republicano lo va a apoyar en proyectos polémicas como su reforma judicial, esa que echaba a las calles a medio país cada semana antes de Gaza, con la que pretende limitar el poder de los jueces. Cómo se va a quejar Donald si quiere hacer en EEUU lo mismo que Bibi en Israel?

¿Libertad total?

El regreso de un aliado cercano a Washington no le da a Netanyahu una libertad total, sin embargo. A diferencia de Biden, Trump no tiene por qué temer que el primer ministro israelí pueda perjudicarlo políticamente en su país. La nueva relación de poder entre EEUU e Israel será más unilateral y la influencia del nuevo presidente será mucho mayor que la de sus predecesores, si quiere ejercerla. 

Ya dejó claro en una carta a Netanyahu, en campaña, que quiere que la guerra de Gaza termine antes de que asuma el cargo -"haz lo que tengas que hacer"-, aunque probablemente aceptaría un resultado fuertemente inclinado a favor de Israel, incluido el control militar sobre la franja. El israelí le ha prometido un "regalo" de bienvenida antes de su toma de posesión. Todo está por ver. 

El presidente que regresa también ha dejado en claro que quiere un acuerdo rápido en Líbano, que ya es de dos meses y hay que extender con un esfuerzo global. Hay que ver lo que propone el nuevo mandatario. Toda negociación implica, al final, renuncias. 

Lo más importante es que Netanyahu no puede estar seguro de que Trump apoye su prioridad estratégica: una guerra para destruir el programa nuclear de Irán. Cualquier conflicto de esa naturaleza involucraría a EEUU, forzosamente, y la aversión del millonario a las guerras es una constante en la política exterior, a menudo errática e imprevisible. ¿Podrá ejercer en este punto toda su influencia sobre Netanyahu, que aprieta en su plan de lanzar una ofensiva rápida que le dé la victoria sobre un régimen, el de los ayatolás, muy presionado social y económicamente? Hay margen para la duda. 

Trump ya ha dejado meridianamente claro que odia a Irán. Rompió en 2018 el pacto que regulaba sus actividades nucleares y que tanto tiempo costó hacer cuajar a la comunidad internacional, desoyendo los riesgos. Teherán ha avanzado hacia una bomba atómica porque él rompió la baraja primero. Argumentó que no pactaba con terroristas. Hay, pues, pocas posibilidades de reeditar ese acuerdo, que Biden llegó a tener muy avanzado en 2023, pero que se quedó en el aire por las presiones de Tel Aviv y, luego, por los ataques de Hamás y la ofensiva contra Gaza. A lo mejor se conforma con alentar la disidencia interna, muy fuerte tras el asesinato de Mahsa Amini

Ahora entra en juego un factor nuevo, eso sí: a Trump lo han intentado matar desde el régimen iraní, un extremo confirmado por los servicios de Inteligencia de EEUU, y eso puede generar una actitud más visceral, más belicosa. A la espera de ver si eso ocurre, parece más plausible que no busque el enfrentamiento porque, de nuevo, es dinero que se pierde fuera para "hacer América grande de nuevo". Teherán se lo pensará dos veces todo, por si acaso gana la ira. 

Bibi también tiene dudas sobre la ayuda de EEUU en lo económico. Paquetes como el de 15.000 millones de dólares aprobado recientemente por Biden no serán tan contundentes en el futuro. No es que Trump no quiera ayudar en la defensa y el desarrollo económico de su portaaviones en Oriente Medio, sino que su equipo apuesta por racionalizar y, hasta cierto punto, que cada uno asuma sus responsabilidades. Pasa lo mismo en la OTAN. Ayuda sí, pero ajustada. Y con más rendición de cuentas. Equilibrios que no irriten en el seno de los republicanos ni a esos cristianos evangélicos que van a pies juntillas con Israel y que son una base notable del electorado de Trump.

Dicen los analistas de Israel que Netanyahu prefiere negociar con un ser imprevisible como Trump a alguien más templado, tipo Biden. Hay claras consonancias ideológicas entre ambos, además. Pero también ciertos roces que parecen pasados: en 2021, el ahora ganador se enfadó con el israelí por felicitar a Biden por su victoria, ya que él defendía que se había producido un fraude electoral, algo que aún mantiene. Aquella llamada fue una traición para Trump. 

También criticó a Netanyahu en 2023, porque dijo que se había echado atrás en el último minuto en la operación para matar a Qasem Soleimani, el comandante de la fuerza élite Quds de la Guardia Revolucionaria de Irán, en 2020. Y, más recientemente, afeó al israelí su falta de preparación ante la cadena de atentados de Hamás, la crisis más grave desde la creación del estado. Con él, dice el republicano, esas cosas no pasan. 

Ahora habrá que ver, también, hasta dónde deja hacer a Israel en la nueva Siria y si él mismo se va a inmiscuir en ese conflicto, teniendo en cuenta que EEUU tiene a 900 militares desplegados en el país recién liberado del yugo de Assad. Es otra guerra más en la que Trump no quiere gastar ni un dólar, pero antes de olvidarla tendrá que ayudar a estabilizar el Gobierno, ahora mismo interino y en manos de los rebeldes, muy heterogéneos y bastante radicales. 

Arabia, el ganador

Si las guerras pasan y a Trump le toca abordar el reinicio de Oriente Medio, entre sus aliados que mejor parados saldrán está Arabia Saudí, una monarquía que no ha dejado de ayudar a toda la familia del empresario. En realidad, anticipándose a su posible regreso, los países del Golfo Pérsico han seguido en contacto con Trump después de que dejó el cargo. Saben que podría resultar fructífero para ellos.

Las relaciones entre Arabia y EEUU florecieron durante el primer mandato de Trump. Hizo historia al elegir Riad para su primera visita al extranjero como presidente en 2017 y apoyó al príncipe heredero, Mohammed bin Salman, durante la crisis en torno al asesinato del columnista del Washington Post Jamal Khashoggi a manos de agentes saudíes en 2018, cuando el heredero se enfrentó al aislamiento global.

Durante su primer mandato, Riad y Washington estaban en guerra en Yemen y las relaciones de ambos países con Irán estaban en su peor momento en décadas. Pero desde entonces los estados del Golfo han modificado significativamente sus políticas exteriores, optando por limitar sus intervenciones militares y acercarse a antiguos enemigos como Teherán, mientras diversifican sus alianzas en un mundo cada vez más multipolar en medio del escepticismo sobre el papel de EEUU en la región. 

Donald Trump y Mohammad bin Salman, el 20 de marzo de 2018, en la Casa Blanca, revisando proyectos defensivos bilaterales.The Washington Post via Getty

Un desafío que podrían enfrentar las potencias emergentes intermedias como Arabia y los Emiratos bajo el gobierno de Trump será gestionar su relación más estrecha con China. En los últimos años, los estados productores de petróleo han ampliado sus vínculos comerciales y tecnológicos con China a pesar de la competencia entre Washington y Pekín. Ambos fueron invitados a unirse al grupo BRICS de naciones en desarrollo, y a Arabia en concreto se le concedió el estatus de socio de diálogo en la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), un bloque económico y de seguridad asiático liderado por Pekín.

Riad y Abu Dhabi han utilizado tecnología china para infraestructura clave y, a pesar de las promesas de limitar la influencia de los comunistas en sus sectores emergentes de inteligencia artificial, Arabia y los Emiratos Unidos han recurrido cada vez más a la experiencia china. La cuestión es si la administración Trump ejercerá una mayor presión sobre los estados del Golfo para que se desvinculen de China en ciertas áreas, sin mencionar las guerras arancelarias y comerciales que probablemente se exacerbarán bajo la administración Trump y que también podrían tener un impacto en las exportaciones en la zona de Oriente Medio. 

Trump también espera ampliar la integración de Israel en Medio Oriente, pero podría enfrentar un desafío debido a la negativa de Arabia Saudita a normalizar las relaciones con el estado judío hasta que vea un camino hacia un Estado palestino, algo que Israel ha rechazado. Hasta para el príncipe Salman será complicado llegar a un pacto con Netanyahu en un momento en que Gaza está siendo arrasada. Los Acuerdos de Abraham ya están firmados con Emiratos, Bahréin, Marruecos y Sudán. 

Sin embargo, la vacilación de Riad puede ser temporal. Es probable que en los próximos cuatro años las fuerzas de convergencia entre las monarquías del Golfo y unos EEUU e Israel cada vez más intolerantes resulten más fuertes que la preocupación por la difícil situación de los palestinos. La realpolitik, esa que se impone en la zona, siempre con los palestinos esperando. Con Trump no va a ser diferente. 

MOSTRAR BIOGRAFíA

Licenciada en Periodismo y especialista en Comunicación Institucional y Defensa por la Universidad de Sevilla. Excorresponsal en Jerusalén y exasesora de Prensa en la Secretaría de Estado de Defensa. Autora de 'El viaje andaluz de Robert Capa'. XXIII Premio de la Comunicación Asociación de la Prensa de Sevilla.