Dos cuervos y un baniano para mantener viva la cultura de un pueblo
En Cox's Bazar (Bangladesh) se encuentra el mayor campo de refugiados del mundo. Y en él, Médicos Sin Fronteras (MSF) colabora con una comunidad rohingya para transmitir su historia, su lucha diaria y sus tradiciones a través de cuentos tradicionales.
En el patio trasero del hospital de MSF en el campo de refugiados de Kutupalong, hay un árbol hecho con cañas de bambú que poco a poco va tomando forma. Unas laboriosas manos trabajan en el mural, mientras el personal médico va y viene, ajetreado siempre, entre los edificios y las plataneras del fondo. Alrededor del árbol, un grupo de artesanos se intercambian tiras de tejido de bambú. Giran las tiras, las colocan en capas, las doblan para formar curvas suaves, y luego las unen con tiras más finas.
La forma del árbol se va ensanchando. Es frondoso y se ve hinchadito, como si fuera una nube. Quien se siente bajo él, dispondrá de una abundante sombra para resguardarse del calor. Se trata de un baniano, un tipo de árbol muy frecuente en Myanmar y que Nurus Safar y Nuru Salam, tejedores rohingya y cocreadores de este mural, conocen muy bien.
Durante un breve paréntesis para reponerse del calor, Nurus Safar y Nuru Salam se sientan a charlar con Tasman Munro, diseñador social y creador junto a ellos de esta obra.
"Acostumbrábamos a trabajar bajo el baniano. Y también nos reunirnos allí para charlar. Era un lugar en el que podíamos compartir enseñanzas y experiencias con los demás", dice Nurus Safar, recordando cómo eran las cosas en Myanmar, antes de llegar a Bangladesh: "Allí disfrutábamos tejiendo al cobijo de su sombra".
Hoy, aunque Nurus Safar y Nuru Salam están a muchos kilómetros de su hogar en Myanmar, el baniano vuelve a ser un lugar donde reunirse, enseñar y compartir la cultura rohingya.
De vuelta al trabajo tras la pausa, los tres artesanos comienzan a añadir coloridos paneles de papel al árbol de caña. Todos ellos fueron diseñados por jóvenes artistas rohingya el día anterior, mientras escuchaban la narración de un kyssa (cuento popular tradicional rohingya).
Poco a poco, se va formando una luminosa escena de caña y papel: el baniano, dos cuervos, una mujer rohingya y hojas de taro. “Se trata de un mural de cuentos kyssa; un regalo para compartir con los jóvenes pacientes rohingya que reciben cuidados de MSF”, explican Nurus y Nuru.
"Una conexión que se va perdiendo poco a poco"
"La historia que vamos a contar, con el cuervo y el baniano, nos servirá para aliviar nuestros sentimientos... nos ayudará a recordar y a conectar nuestro corazón con la tierra", dice Ruhul, miembro de la comunidad rohingya y trabajador de MSF en los campos de Cox's Bazar. "Esa [conexión] se está perdiendo poco a poco, especialmente entre los más jóvenes".
Han pasado ya seis años desde que la comunidad rohingya se viera obligada a abandonar el estado de Rakhine (Arakan), en Myanmar, a raíz de la violenta campaña militar emprendida contra ellos por el ejército del país. Es mucho tiempo… y ya se sabe que el tiempo se esfuma y no regresa. Por esta razón, para tratar de algún modo de calmar ese sentimiento de pérdida y de desconexión, Ruhul afirma que la progresiva separación de su pueblo con respecto a su tierra y su hogar es una idea que debería ocupar un lugar destacado en el mural.
Aquel desplazamiento forzoso del 25 de agosto de 2017 no fue el primero que sufrían los rohingya, un pueblo convertido en apátrida desde 1982 y que ha vivido décadas de persecución y violencia en Myanmar, así como discriminación y exclusión en los países donde buscaron seguridad y refugio.
Ruhul compara la situación de los rohingya con el proverbio del agua que cae sobre una hoja de taro. Caiga como caiga, la gota permanece, pero no dejará rastro. "Llevamos viviendo en Myanmar desde hace cientos de años; cuando [fuimos expulsados], no quedó ninguna huella. Somos como un pueblo que flota: la hoja de taro es algo [que nos hace] recordar nuestra situación".
En los campos de Cox's Bazar, al menos un millón de refugiados rohingya se enfrentan en estos momentos a una grave crisis sanitaria. A esto hay que añadir el hecho de que no tienen acceso a una educación adecuada y que no se les permite trabajar. Por ello, a medida que pasa el tiempo y su futuro continúa siendo igual de incierto, muchos rohingya centran sus esfuerzos en conservar su cultura e identidad para transmitir ese legado a las generaciones más jóvenes.
Yakub, el narrador que compartió el kyssa que serviría de inspiración a los jóvenes artistas, está de acuerdo. "Nuestra cultura está desapareciendo", afirma. "Por eso es importante enseñar nuestras tradiciones a las nuevas generaciones. Cuando empiezo a contar un kyssa, veo a los niños felices y sonrientes. No puedo cambiar la situación en la que nos encontramos, pero al menos puedo hacer algo para contribuir a mantener nuestra cultura".
Trabajando juntos para la comunidad
A principios de agosto, los jóvenes pacientes, sus familias y el personal de MSF en el hospital MSF Kutupalong se reúnen para llevar a cabo la primera sesión de cuentos kyssa con el grupo de narradores. Un grupo de niños pequeños se apretuja en la primera fila junto al árbol baniano y los cuervos, mientras el narrador, Mohammed Rezuwan Khan, comienza el relato en lengua rohingya.
Rezuwan va haciendo preguntas a los niños y estos le contestan entre risas y alboroto, con algunos momentos de confusión y muchas sonrisas. Al terminar la actividad, el coordinador general de MSF en Bangladesh, Arunn Jegan, comparte sus impresiones con el resto del equipo.
"Ha sido muy bonito ver a nuestros colegas rohingya compartir su cultura y sus kyssas. A menudo se presenta a los rohingya como personas vulnerables o como apátridas que no tienen derecho a vivir libremente en Myanmar ni en los países donde buscaron refugio. Sin embargo, hoy hemos podido celebrar a los rohingya como un pueblo; a través de su cultura y de sus tradiciones. Estoy convencido de que estos momentos de alegría enfocados en poner en valor su identidad y sus orígenes resultan muy terapéuticos para ellos. Hay que tener en cuenta que algunas de estas personas están afrontando difíciles problemas de salud mental. Ver que el tiempo sigue pasando y no tener expectativas de que las cosas mejoren a veces resulta demasiado duro de aceptar, pero al menos, a través de iniciativas como esta, podemos ayudarles a poner las cosas en perspectiva y sentirse más arropados".
Para Tasman Munro, el proyecto contribuye también a redefinir y combatir ciertos estereotipos: "Los rohingya han pasado por muchas situaciones complicadas. Sin embargo, a través del mural y de la participación colectiva, creamos un espacio en el que ellos mismos toman las riendas y deciden cómo quieren que se cuente su historia".
Ruhul asiente y nos dice que él tiene muy claro cómo quiere que sea este relato: “Aunque llevemos cinco décadas de sufrimiento, aunque nos hayan confiscado la tierra y hayamos sido expulsados, seguimos conservando fuerzas para sobrevivir. Y eso es lo que tenemos que transmitir".
[*Se han omitido algunos apellidos por motivos de privacidad].