Cómo una izquierda atomizada ha tirado del carro hasta unir a la Francia antiultras

Cómo una izquierda atomizada ha tirado del carro hasta unir a la Francia antiultras

El Nuevo Frente Popular ha encontrado inspiración lejos, en 1936. Sus componentes han sabido superar sus diferencias y ponerse todos a una, impidiendo que la Agrupación Nacional toque poder. Ahora está por ver si ellos pueden gobernar. 

Simpatizante del Nuevo Frente Popular, festejando los datos del partido anoche, en la Plaza de la República de París.Nathan Posner / Anadolu via Getty Images

Hace un mes, el Nuevo Frente Popular (NFP) no existía. Ahora, es el vencedor de las elecciones legislativas de Francia. El bloque de izquierdas se ha convertido en el más votado en la segunda y decisiva vuelta, ha conquistado hasta 182 escaños en la Asamblea Nacional y ya reclama para sí el cargo de primer ministro y la conformación de un gabinete. 

La coalición era aire antes del 9 de junio pasado, día de las elecciones europeas, cuando saltaron todas las alarmas: la Agrupación Nacional (AN), el partido ultraderechista de Marine le Pen, ganó los comicios comunitarios con más de un tercio de los votos y con marcadas diferencias respecto a sus perseguidores. El presidente galo, Emmanuel Macron, se marcó un órdago, disolvió el parlamento y convocó elecciones, intentando cortocircuitar rápido el crecimiento de los radicales. Hasta los suyos se lo reprochaban, teniendo como tenía aún la mayoría relativa de la Cámara. 

Mientras el macronismo aún intentaba encajar la jugada de ajedrez de su líder, los partidos de izquierda hicieron lo que no se esperaba de ellos: en un tiempo récord, cuatro formaciones se sentaron, se miraron a la cara, se dijeron cuatro verdades y otros tantos improperios y pactaron, a una, una apuesta conjunta ante las legislativas, un sólo programa electoral. El paso coordinado de La Francia Insumisa, el Partido Socialista, el Comunista y los Verdes dejó pasmados a los analistas, dentro y fuera de Francia. Tan rápido, tan sólido, tan ansioso. 

Bautizaron a su alianza como aquel Frente Popular original que impidió que la extrema derecha ganara el poder en 1936. Y con ese halo de convencimiento republicano, de barricada común, de no pasarán, pelearon sin descanso. "Macron quería dejar sin tiempo a la AN ni para celebrar las europeas ni para hacer campaña, pero esas prisas también afectaban a sus adversarios por la izquierda. El presidente pensaba en poder erigir a sus liberales en la salida sensata a la crisis, pero no estaba en sus planes ver crecer a la izquierda con un sueño por lema. Así ha sido", resume el analista John Linher, del Centro Jacques Delors.

Pero la coalición formada apresuradamente dio el paso al frente, aún sin tiempo para armar actos y sin traer buenos datos de las europeas. "Gentes muy dispares superaron las diferencia y han hecho campaña sobre una plataforma de alto gasto público que ha asustado a los mercados financieros y podría llevar a Francia al caos económico, dicen los críticos, pero que tenía una bandera muy clara: ultraderecha no. Han sintetizado ese sentimiento, que como ha quedado visto estaba en buena medida en la población francesa, y ha ofrecido a los electores una vía ara hacer frente a esa amenaza".

 ¿Antes incluso que Macron con su convocatoria? "Sí, porque ofrecían no una pregunta, sino una respuesta, por más matices y diferencias que entrañe". "En la noche de la primera vuelta, fueron ellos los que dieron el primer paso para retirar candidaturas que, habiendo superado el porcentaje legal de voto, no hubieran quedado segundas, para facilitar la decisión ciudadana y aislar más a AN. El presidente Macron dio la misma orden, pero bastante más tarde. Han llevado la iniciativa", resume. 

Para entender la magnitud de su victoria hay que retroceder y ver de dónde viene el NFP y lo que ha superado. Con perspectiva, parece casi milagroso que la izquierda, tan propensa a las peleas internas insalvables, haya superado todo eso, venga ahora todo el reto que ha de venir. La alianza está formada por los cuatro partidos ya citados, que son los troncales, más la Place Publique, de centro izquierda, y otros partidos pequeños como Generación-s o la Izquierda Republicana y Social. 

"Tras la derrota de su bando en las elecciones europeas, Emmanuel Macron ha optado por una apuesta en un momento en el que la extrema derecha es más poderosa, corriendo el riesgo de verla llegar al poder por primera vez desde Vichy", afirmó el líder socialista Olivier Faure, al dar a conocer que había pacto. Hacía así referencia al Gobierno francés que colaboró con los ocupantes nazis durante la Segunda Guerra Mundial. "Sólo una izquierda unida puede interponerse en su camino", recordó. Esa idea se ha repetido como una letanía en los mítines de estas dos semanas de sprint en las que su misión ha sido justo esa: pedir el voto para construir el muro que aleje a los ultras del poder. De paso, como un añadido, aprobar un programa muy social, que dé respuestas a lo que los macronistas no han logrado aclarar en siete años. 

Ya tenemos bandera: ultras no, ultras fuera. Pero, ¿y el liderazgo? ¿Cómo se lleva eso de tener al menos cuatro cabezas que lucir? Cada partido celebró los resultados anoche en su propia sede y también hizo eventos de campaña separados, salvo excepciones, en lugar de hacerlo todos juntos. "Digamos que ha habido un mensaje-marco y múltiples altavoces. En otras ocasiones eso puede generar confusión o cacofonía, pero en éste los datos confirman que el mensaje que se quería transmitir ha estado por encima de las siglas y los nombres", añade el experto. 

Ahora mismo, de hecho, no se sabe a quién van a presentar como aspirante a primer ministro, un nombre que ha de pactarse y darse a conocer esta semana. "Tenemos que ser capaces de hacerlo ya", dicen los socialistas, que apuestan por alguien con "capacidad de dialogar con el exterior" porque se hace necesario "ampliar" la mayoría relativa que tienen. Sin absoluta, queda pactar, bien con una coalición de legislatura -lo menos previsible-, bien con acuerdos puntuales. 

La fugura más destacada –y divisiva– de este bloque de izquierdas es Jean-Luc Mélenchon, un agitador de 72 años y líder de La Francia Insumisa, admirador de Hugo Chávez y tachado de populista. Para unos, un extremista al nivel de Le Pen pero por la izquierda. Para otros, un político apasionado y de ideas claras, inquebrantables, de enorme compromiso social. El suyo es el partido más grande dentro de la coalición, tras haber ganado 78 escaños en la votación del domingo, por delante de los socialistas, con 65 escaños. Lo que pasa es que LFI insumisa, en realidad, ha crecido tres escaños sobre lo que tenía y el PS, en cambio, casi duplica su presencia en la Asamblea. 

La brecha entre los dos primeros partidos del grupo se está reduciendo, pues, y eso puede aumentar las tensiones a la hora de plantear un aspirante a primer ministro. Los otros nombres que suenan con fuerza el del ya citado Faure, socialista, y el de Raphaël Glucksmann, de Place Publique. Ambos excluyen a Melenchon como candidato, directamente. Las palabras del líder de LFI anoche, llamando al presidente Macron a que "se doble de rodillas" por haber perdido y hasta queriendo que se le confíe a los suyos el Gobierno de inmediato no han gustado en sus socios más templados, que quieren hablar "un método y un nombre" para "respetar la palabra dada a los electores", sin pasos cambiados. 

"Tendremos que hablar, discutir y dialogar", reclama Glucksmann, que pide conversaciones "de adultos". También deja un recado por el camino: no quiere que gobierne "ni Roberpierre ni Júpiter". Con el primero se refiere a Melenchon, con el que su relación es a cara de perro. Con el segundo, a Macron, a quien la prensa le ha puesto siempre el adjetivo de jupiterino. 

Figuras del partido Ensemble de Macron han dicho en repetidas ocasiones que se negarían a trabajar con La Francia Insumisa, diciendo que es tan extremista –y por lo tanto tan inadecuado para gobernar– como la AN. Y La Francia Insumisa, a su vez, se niega a hablar con los centristas si necesitan ayuda para esa mayoría. Al anunciar su intención de dimitir el lunes como primer ministro, el liberal Gabriel Attal dijo, en un aparente ataque a Melenchon: "Ninguna mayoría absoluta puede ser liderada por los extremos. Se lo debemos al espíritu francés, tan profundamente apegado a la República y a sus valores". 

En un país que nunca ha sido tan de derechas, que el Gobierno lo lleve el político más izquierdista del grupo genera inquietudes entre los moderados y en los mercados, también. Las tres campañas presidenciales de Melenchon han estado plagadas de acusaciones de antisemitismo. En una encuesta reciente entre votantes judíos franceses realizada por Ifop, el 57% dijo que abandonarían Francia si gobernara su partido. Es una de las mayores losas que tiene el político de origen español. 

Su propalestinismo, aplaudido en las calles, no gusta en los despachos: habla de "genocidio" de Israel en Gaza pero no llama "terroristas" a Hamás. Este debate hizo ya que en otoño pasado se rompiera la Nueva Unión Popular Ecológica y Social (NUPES), el embrión de la unión que ahora se ha recompuesto, el primer inicio de ir juntos. Mélenchon fue su primer artífice, pero los choques entre las partes se multiplicaron. Por eso, pocos son optimistas ante lo que pueda venir. Han llegado juntos a la meta, pero ahora empieza la pelea por todo lo demás. 

Olivier Faure y Raphael Glucksmann, en un acto de los socialistas en Nantes, en una imagen de archivo.Estelle Ruiz / NurPhoto via Getty Images

Lo que quieren

Al final, en política exterior, el NFP se ha comprometido a "reconocer inmediatamente" un Estado palestino y presionará para que Israel y Hamás cesen el fuego en Gaza. Es un deseo común, sólo uno de la lista, cuidada y pulida pese a las prisas, con que ha concurrido la izquierda. "Frente a las políticas de trazo grueso de la ultraderecha y las gastadas del liberalismo, ellos han logrado poner en el debate propuestas concretas, de materias de enorme interés ciudadano. No podemos denostar, más allá del empeño en parar a La Pen, el porcentaje de voto condicionado por el propio programa de la izquierda", dice el especialista. 

El NFP ha hecho campaña sobre una "plataforma económica expansiva", prometiendo aumentar el salario mínimo mensual a 1.600 euros y limitar el precio de los alimentos esenciales, como la electricidad, el combustible y el gas, para que los franceses mejoren su poder adquisitivo. 

También se comprometió a desechar la reforma de las pensiones de Macron, una política profundamente impopular aprobada por decreto que elevó la edad de jubilación en el país de 62 a 64 años. El Frente quiere bajar más, a los 60 años si se tienen 40 cotizados. En vivienda -otro de los grandes problemas nacionales, sobre todo para los jóvenes-, plantean hacer un millón de viviendas asequibles en cinco años, y en Educación, plantean la gratuidad de servicios como el comedor escolar, el transporte o las actividades extraescolares. 

En materia migratoria, frente al cerrojazo de la ultraderecha, apuestan por derogar también la reforma migratoria que Macron sacó adelante y que hasta los jueces le han replicado por poco garantista, y por crear además una agencia de rescates para migrates indocumentados y facilitar los procesos de visa. La noche y el día. 

Son todo ideas de su "programa político de ruptura", que se deben aplicar con un plan de choque en los primeros cien días tras llegar al Hotel de Matignon, donde tiene su oficina el primer ministro galo. ¿Y cómo plantean pagarlo, en un país con 3.101.443 millones de euros de deuda pública el año pasado? Con impuestos a los súper ricos y las súper ganancias, responden. 

Complicado, aún así, porque el país vecino tiene uno de los déficits más altos de la eurozona y ahora corre el riesgo de incumplir las nuevas reglas fiscales de la Comisión Europea, que fueron suspendidas para ayudar a los países a recuperarse de la pandemia de covid-19 y la crisis energética. Desde que Macron convocó las elecciones, los mercados financieros se han asustado, primero ante la perspectiva de un Gobierno extremista, luego ante las políticas económicas de la izquierda y la derecha duras.

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Ahora está por ver si las mismas ganas que echaron los partidos progresistas en parar a Le Pen y los suyos cuaja en un debate serio que llegue a apuestas comunes de Gobierno. El summum bonum, el bien sumo, el fin en sí mismo, el que contiene todos los demás bienes, se ha logrado. Poner nombres y cuotas y apuestas no debería ser tan difícil después de esa proeza.