Bélgica, otra vez en busca del milagro
Las elecciones federales constatan una inclinación a la derecha, pero los ultras no arrasan como decían los sondeos. Ahora toca a poner de acuerdo al menos a cinco fuerzas para consolidar un Ejecutivo. Los progresistas quedarán fuera.
Bélgica es un milagro. Un país complejo, cogido con alfileres, que siempre parece al borde de la descomposición y que, pese a ello, resiste, avanza, vive. Ahora, de nuevo, se ve enfrentado a una crisis de gobernabilidad, tras las elecciones del pasado domingo que, además de europeas, en esta tierra fueron federales y regionales. Por delante, otro puzzle por hacer en una nación que ostenta el récord mundial de espera para formar Ejecutivo, hasta 541 días tardaron los políticos en ponerse de acuerdo entre 2010 y 2011. Las cosas, esta vez, pintan mejor, pero nada es fácil en el corazón de Europa.
El primer ministro, Alexander De Croo, anunció el mismo 9-J su dimisión ante el aplastante triunfo de la derecha, ultra y reformadora, y la involución de su partido liberal a puestos de cola. Aún así, puede que acabe siendo llave de Gobierno. Así son las cosas a la belga. De momento, se queda en el cargo hasta que haya nuevo gabinete y ya esta semana el rey Felipe ha recibido a los portavoces de las distintas fuerzas y ha encargado a Bart De Wever, el líder de Nueva Alianza Flamenca (N-VA), que explore las fórmulas para hacer cuajar ese Gobierno entre el atomizado panorama local.
La N-VA fue la primera fuerza en los comicios del domingo, con el 16,71% (24 escaños, uno menos que hasta ahora). La Nueva Alianza Flamenca es un partido que se autodefine como "conservador nacionalista" pero que sus detractores ven como de derecha demasiado radical. En el Parlamento Europeo, de hecho, conviven con el Grupo de los Conservadores y Reformistas (ECR), en el que se incluye al español Vox, el polaco Ley y Justicia o Hermanos de Italia. Sin embargo, su líder lleva tiempo queriendo desmarcarse de ellos y es posible que deje de ir de su mano en la nueva legislatura y se acerque al Partido Popular Europeo (PPE), la derecha tradicional.
Con 20 diputados (dos más que hasta ahora y 13,77 de los votos) le siguió Vlaams Belang, ultraderecha pura, etiqueta que llevan con orgullo. Esta formación, que defiende la separación de la región de Flandes, ataca la multiculturalidad -empezando por el cierre de mezquitas- y apuesta por la mano dura en seguridad, estaba primera en las encuestas, que le auguraban al menos un 25 o 26% de los votos. Fallaron, y ese derrape, en realidad, facilita las cosas de cara a un nuevo Ejecutivo, porque en Bélgica, desde 1989, hay un acuerdo entre las demás fuerzas para no aliarse nunca con ellos. Un cordón sanitario de los que ya no quedan en la Unión Europea.
Terceros, 10,26 % pero empatados a escaños con los ultras, está el Movimiento Reformador (MR) de los liberales valones, cada vez más escorados a la derecha por contagio de la agenda radical y cambios en su liderazgo. Tras años perdido, ha vuelto por sus fueros, ganando seis diputados con sus apuestas en inmigración, seguridad o energía. Otros liberales, los flamencos de Open VLD de De Croo, apenas han logrado un 5,45% de los votos. Resultado: siete escaños, cinco menos que hasta ahora. Las lágrimas de su líder mientras valoraba los resultado lo dijeron todo. El mandatario es bastante popular en las tres regiones (Flandes, Valonia y la de Bruselas capital), pero no lo es su partido.
El CD&V (cristianodemócrata y flamenco) también ha estado por encima del actual primer ministro, con un 7,98 % que le permite mantener sus 11 escaños. Y el partido refundado de centroderecha Les Engagés (Los comprometidos), se llevó, por su parte, un 6.77 % de los votos, por lo que le corresponden 14 escaños; gana nueve.
El mayor batacazo, primer ministro aparte, ha estado en la izquierda. Los socialistas valones han pasado de 20 a 16 escaños y ya han dicho que se van a la oposición, los ecologistas flamencos (Groen) han pasado de 8 a 6. Ecolo, los verdes valones, se llevan el peor golpe: se quedan con 3 diputados de 13 que tenían. Por ese flanco sólo escapan el PVDA-PTB, el Partido de los Trabajadores, más de extrema izquierda, con el 9,86% de los votos y 15 (tres más), y Vooruit (socialistas flamencos), con el 8,11% de los sufragios y 13 escaños (cuatro más).
¿Y ahora, qué?
En la última legislatura, Bélgica ha estado gobernada por la llamada Coalición Vivaldi, llamada sí en honor a las cuatro estaciones del compositor italiano: roja como el verano, naranja como el otoño, azul como el invierno y verde como la primavera. Una suma a siete entre Open VLD, MR, CD&V, el Partido Socialista valón, Vooruit (socialistas flamencos), Groen y Ecolo. No ha sido fácil aguantar los hilvanes, pero el Gobierno se ha mantenido cuatro años y con el mismo primer ministro, algo complicado de ver en Bélgica, que acaba de cerrar su periodo más largo sin votaciones adelantadas desde 1830. Se dice pronto.
Ahora esa suma no sale, ni por números ni por posibilidades de acercamiento. Unos no dan y las otras son remotas con la entrada de N-VA, demasiado radical para los progresistas. De momento, De Wever ha dado el paso al frente y ha aceptado el mandato de intentar formar gabinete, y lo ha hecho no sólo como líder de su formación sino, y esto es nuevo, como posible primer ministro. Hasta ahora, el también alcalde de Amberes siempre ha preferido quedarse en lo orgánico y en su ciudad, pero por primera vez se ve como mandatario, aunque podría proponerse también otro nombre si es necesario en aras de un mayor consenso. Según informó el Palacio Real tras su entrevista con el rey Felipe, presentará un primer informe al rey el próximo miércoles, 19 de junio.
De momento, lo que ha dejado ya en el cajón es la aspiración fundacional de su partido de un Flandes independiente. Ahora se limita a hablar de una Bélgica unida sólo si los poderes de las regiones se fortalecen significativamente. La reforma integral del Estado por la que ha clamado en el pasado no es factible, porque no tendrá los dos tercios de apoyo que necesita para ello.
El Movimiento Reformador -que ha estado en todos los Ejecutivos belgas desde 1999- y Les Engagés ya se han mostrado esta semana dispuestos a negociar, con mensajes similares: no hay tiempo que perder, hay que actuar, aceleremos las cosas. Su actitud augura una salida sorprendentemente rápida, pero el problema es que si ellos se suman a N-VA, no llegan aún a la mayoría absoluta de la Cámara, de 150 representantes. Se quedarían en 69, aún. Si el partido del actual premier decide aliarse con ellos, llegarían justos a esa mayoría necesaria y se superaría con los de Vooruit (13). Resultaría, en cualquier caso, un bloque de centroderecha, con más ramalazos de derecha que de centro. "Reformas" y "eficacia" son las palabras clave de todos sus hipotéticos componentes.
Diarios como Le Soir explican que, si Bart De Wever no cuaja como primer ministro, podría plantearse la posibilidad de que se busque una candidata en el liberal MR, donde todas las miradas se centran estos días en Sophie Wilmès, que ya fue la primera mujer jefa de Gobierno en la historia de Bélgica, aunque fuera en funciones, entre 2019 y 2020, en una de las enésimas crisis de pactos del país. El domingo, siendo cabeza de lista para las europeas, arrasó con 543.000 votos, con la popularidad disparada. El grupo Renew del Europarlamento ya le tira los tejos también para que sea su líder.
Sea como fuere, la coalición final tiene que incluir a partidos francófonos y neerlandófonos, que es lo que estipula la ley en este dividido en un país. Esa complicación territorial es la que, aparte de la ideológica, ha llevado a Bélgica a periodos largos de negociaciones, sin resultados. En los comicios de 2019, los más recientes, hicieron falta 494 días para la fumata blanca.
De lo que se pacte dependerá en parte también el papel de Bélgica en las instituciones europeas renovadas, de las que saldrá su paisano Charles Michel, actual presidente del Consejo. Belga es también Didier Reynders, el comisario de Justicia. Los dos son del liberal valón MR.
Un poco de historia
Las cosas son así, complicadas, desde que en 1830 se fundó el Reino de Bélgica a partir de la fusión de los antiguos Países Bajos austríacos y el Principado de Lieja. En aquella época, mientras la mayoría de la población hablaba holandés, la nobleza y la burguesía hablaban francés. Buena parte de los hablantes de holandés eran protestantes (calvinistas), mientras que los de habla francesa eran católicos.
El dominio francófono en el conjunto del país duró más de un siglo antes de que, en la década de 1960, Valonia comenzara a marchitarse, mientras que la economía de Flandes comenzaba a prosperar. Los valones exigieron entonces una mayor autonomía para combatir el declive industrial de su región. Las tensiones que surgieron entre las dos comunidades dieron lugar a varias reformas constitucionales (hasta seis) que, a lo largo de los años, han transformado a Bélgica en el Estado federal que es hoy. Tanto, tan diferenciado, que a veces al cruzar la frontera entre regiones parece que se ha saltado a otro país.
El reino tiene ahora regiones (las citadas Flandes, Valonia y Bruselas Capital), tres comunidades lingüísticas (francófona, holandesa y alemana) y dos comités comunitarios. En 1993, el artículo 1 de la Constitución establecía que Bélgica dejaría de ser un Estado unitario. Se transfirieron nuevos poderes federales a las regiones -que ya eran responsables de la educación, la cultura, la política social, la vivienda, el medio ambiente, la planificación regional y, con algunas excepciones, el empleo y la economía -.
Los parlamentos regionales pasaron a ser instituciones elegidas por sufragio universal directo. La reforma del año 2001 otorgó autonomía fiscal a las regiones, además. Hoy se les redistribuye el 70% del presupuesto estatal federal. Como resultado de estos acontecimientos, Bélgica ya no tiene partidos políticos nacionales como los que conocemos en España, una ruptura que ha reforzado las diferencias lingüísticas e institucionales, incluso con una base ideológica similar.
Así pues, la eescena política está compuesta por partidos de habla francesa en Valonia y partidos de habla neerlandesa en Flandes, que sólo coexisten en la Región de Bruselas-Capital. Flamencos y valones tienen cada uno sus propios medios de comunicación y lo único que tienen en común son la familia real, la bandera, el poder judicial y el ejército. Bueno, y la selección masculina de fútbol, los diablos rojos, de rode duivels, les diables rouges, die roten teufel.
La sexta reforma del Estado, adoptada en 2014, transfirió ámbitos completos de competencias y recursos financieros a las regiones (con el empleo) y las comunidades (asignaciones familiares), entidades a las que ofrece un grado de autonomía sin precedentes. Como resultado, el Gobierno flamenco gestiona un presupuesto mayor que el del estado federal, excluyendo la deuda pública.
Los partidos políticos se han desarrollado sobre la base de divisiones dentro de la sociedad: primero, una división religiosa (Iglesia/Estado), luego una división regional (valones/flamencos) y, finalmente, una división social (trabajo/capital). Los partidos políticos que surgieron de estas divisiones fueron durante mucho tiempo verdaderas entidades dentro del estado, cada una de las cuales gestionaba una multitud de organizaciones, de escuelas a compañías de seguros, cuidando de los miembros del partido y sus familias prácticamente desde el nacimiento hasta la muerte.
A cambio de su lealtad política, los miembros de estas organizaciones tan variadas han ido recibiendo empleo, vivienda y otros beneficios sociales. Por su parte, los dirigentes de los distintos partidos políticos se repartieron equitativamente los puestos a cubrir en la administración pública.
Este sistema funcionó perfectamente durante décadas antes de colapsar a finales de los años 70 del pasado siglo. Durante la década siguiente, varias fuerzas políticas nuevas aparecieron en la escena política, como los ecologistas y los nacionalistas de extrema derecha. Estos nuevos partidos disfrutaron de un éxito creciente. Los socialistas y democristianos, que durante décadas representaron la gran mayoría del electorado belga, han ido perdiendo peso en las votaciones -el voto es obligatorio en Bélgica, por cierto-, aún antes de que el bipartidismo clásico se fuera perdiendo en el resto de Europa. Así, hasta hoy, con sus nuevas negociaciones abiertas.
Parece una locura, pero los ciudadanos le ven sentido. Y, como dice el periodista Jacobo de Regoyos, "los belgas han desarrollado una especie de instinto de supervivencia que permite buscar la felicidad al margen de la autoridad". Hasta sin Gobierno, funcionan.