Un 'Mairena' para un presidente
Desinflar eufemismos, construir puentes aquí y explorar este fructífero campo intermedio entre el discurso elitista y la banalidad son tareas de las que se ocupa Mairena. En este contexto, reivindicar su figura significa legitimar el valor de verdad de un discurso político articulado a partir de esa gramática popular, de "lo que el pueblo piensa y siente, tal como lo siente y piensa, y así como lo expresa y plasma en la lengua que él, más que nadie, ha contribuido a formar".
De su primera visita a La Moncloa del viernes 30 de octubre ha trascendido, entre otros asuntos, que Pablo Iglesias, secretario general de Podemos, regaló al presidente del Gobierno el libro de Antonio Machado Juan de Mairena. Dado que el encuentro se enmarcaba en la ronda de contactos que Rajoy ha iniciado con las fuerzas políticas en relación con la declaración del Parlament, el presente, de alto valor simbólico, ha quedado relegado a un segundo plano. Sin embargo, ¿por qué precisamente el Juan de Mairena?
Pocos tópicos tan queridos en el imaginario colectivo progresista español como el del viejo maestro republicano. El aspecto desaliñado refleja su poca atención a la apariencia, en contraste con su rico mundo interior; el traje raído, la dignidad que le concede a su profesión pese a su pobre condición. El tópico viene alimentado por no pocos personajes de ficción que celebran la figura, como el de Fernando Fernán-Gómez en La Lengua de las mariposas, cuya mirada parece preludiar su destino trágico. Es la tristeza de esos profesores comprometidos solo con la transmisión del saber y el amor por la naturaleza. Es la "monotonía de lluvia tras los cristales" en el aula castellana del maestro Antonio Machado, paradigma de este personaje, refugio de la conciencia melancólica de varias generaciones que, gracias a Serrat, celebraron en la privacidad de sus hogares el recuerdo de un cierto desencanto: "Murió el poeta lejos del hogar/Le cubre el polvo de un país vecino/Al alejarse le vieron llorar/Caminante no hay camino,/se hace camino al andar...".
Y sin embargo ese poeta se representó también a sí mismo como maestro, de nombre Juan de Mairena, que disuadía a sus alumnos contra "el escepticismo cansino y melancólico de quienes piensan estar de vuelta de todo" por ser "la posición más falsa y dogmática que pueda adoptarse. Ya es mucho que vayamos a alguna parte. Estar de vuelta, ¡ni soñarlo!". Machado se describió en su Juan de Mairena como un maestro directo, desafiante, popular, moderno, un Sócrates redivivo que aguijoneaba a sus discípulos de ficción para generar su propia sabiduría y expresarla en sus propias palabras. El Mairena de Machado no concibe la cultura como un tesoro oculto, sino como el ejercicio de empoderamiento en el saber de los propios estudiantes. Una emancipación de la que, para Mairena, es parte constitutiva la acción política: "Vosotros debéis hacer política, aunque otra cosa os digan los que pretenden hacerla sin vosotros y, naturalmente, contra vosotros. Solo me atrevo que la hagáis a cara descubierta; en el peor caso con máscara política, sin disfraz de otra cosa: de literatura, de filosofía, de religión".
¿Cómo es posible que ese Machado político y "populista" sin complejos haya terminado sepultado bajo otra imagen, la del romanticismo del perdedor que acompaña el imaginario noventayochista? Sin duda, el bloqueo a esa otra condición simbólica y pedagógica representada por el texto de Machado dice mucho de nuestro propio régimen cultural y de una llamativa desconexión entre sus aportaciones pedagógicas y lo popular.
Este bloqueo tiene su origen en dos mecanismos históricamente identificables. En primer lugar, la interesada confusión de "lo popular" con "las masas", concepto que desencadena, como un acto reflejo, todas las prevenciones en el imaginario conservador. Para Ortega y Gasset, referencia ineludible de esta lectura aristocratizante, el "hombre-masa" es el que previamente "ha sido vaciado de su propia historia, sin entrañas de pasado", quien se siente "como todo el mundo" y no se angustia al sentirse idéntico a los demás. A ellas oponía el filósofo madrileño las "minorías excelentes", eufemismo de los intelectuales, encargados de introducir la discrepancia frente al coro de la uniformidad social. El pueblo que Juan de Mairena reivindica, sin embargo, no está tan vacío de historia ni tiende a la indiferencia vana, al contrario: el saber popular es "cultura viva y creadora de un pueblo de quien hay mucho que aprender para luego poder enseñar bien a las clases adineradas". Si Ortega busca descifrar la figura de la "masa" pasiva bajo las formas de lo popular, Mairena busca delinear la figura activa de lo popular bajo la masa.
El segundo de los mecanismos que intervienen en este bloqueo de lo popular es la típica desaparición en la Cultura de la Transición de las circunstancias biográficas y políticas bajo la figura del clásico atemporal. Es conocido el "efecto de blanqueamiento" en virtud del cual el discurso institucional español de las últimas décadas -el que prolifera con ocasión de efemérides y galas de premios- ha desestimado la particularidad biográfica de los creadores españoles elevándoles a categoría de estatua: la homosexualidad de García Lorca, el compromiso político de Alberti o la militancia de Miguel Hernández se convierten en anécdotas circunstanciales que no afectan el valor atemporal de su obra. La cultura que propone el maestro Mairena, como la que se propone desde el proyecto cultural de Podemos, se dirige al "hombre universal", sí, pero atendiendo "al hombre empíricamente dado en circunstancias de lugar y tiempo, sin excluir al animal humano en sus relaciones con la naturaleza. Pero el hombre masa no existe para nosotros".
Desinflar eufemismos, construir puentes aquí y explorar este fructífero campo intermedio entre el discurso elitista y la banalidad son tareas de las que se ocupa Juan de Mairena. En este contexto social y comunicativo, reivindicar su figura significa legitimar el valor de verdad de un discurso político articulado a partir de esa gramática popular, de "lo que el pueblo piensa y siente, tal como lo siente y piensa, y así como lo expresa y plasma en la lengua que él, más que nadie, ha contribuido a formar".
En tiempos de crisis, el sentido común plebeyo de Mairena solo pasa por un escepticismo desilusionado para los idealistas o maximalistas que tan pronto se inflaman, embriagados, por sus elevadas metas como caen en la resaca de la melancolía. Acercarse al suelo donde vive la mayoría de la gente común, sin embargo, inmuniza frente a estos dos falsos extremos. "Huid de escenarios, púlpitos, plataformas y pedestales. Nunca perdáis contacto con el suelo; porque sólo así tendréis una idea exacta de vuestra estatura". Esta mayoría sabe, sin embargo, que la realidad es dura y resistente, que todo progreso real cuesta.
En la dedicatoria que el líder de Podemos escribió en su regalo a Rajoy recordó la frase de su autor: "Para dialogar preguntad primero, después escuchad". En el momento de encrucijada social, política y cultural que hoy atraviesa España, donde "ya hay un español que quiere vivir y a vivir empieza,/ entre una España que muere/ y otra España que bosteza", ¿no es crucial escuchar este mensaje de cambio e ilusión?