Las universidades españolas: entre las más eficientes del mundo
No, no es cierto que nuestras universidades no estén entre las mejores del mundo. La docencia en nuestros grados es célebre por su eficiencia. Las empresas europeas se pelean por nuestros ingenieros y basta con asistir a clases de grado en muchas universidades europeas y estadounidenses para descubrir lo poco que tenemos que envidiarles en España.
Foto: Getty Images.
Hace poco escuché a un compañero investigador que si pudiera pedir un solo deseo para mejorar la universidad española, cambiaría la opinión de políticos y periodistas sobre ella.
La universidad española no es perfecta y aún debe mejorar muchísimo. Todavía sufrimos a profesores que imparten clases horribles, demasiados acomodados que no investigarían aunque fueran los detectives del asesinato de un ser querido, demasiados estudiantes que quieren ser arquitectos a cambio solo de dinero. Todavía encontramos un porcentaje inaudito de profesores que cobran menos de 700 euros al mes y unas tasas que en algunas comunidades autónomas solo se justifica por clasismo.
Esto se contradice con lo que escucho a dos tipos de estudiantes: los mayores de cincuenta años, que insisten en cuánto ha mejorado la universidad respecto a la de su época, y los extranjeros, que casi siempre me dicen que son peores las universidades de las que vienen.
Así que invito a considerar cuatro aspectos:
1. No puede compararse la generación de profesores que consiguieron la plaza hace treinta años, con unos requerimientos y unas inercias muy diferentes a las de ahora, a la del profesorado joven que tiene contactos con grupos de investigación del extranjero, que ha sufrido durísimas exigencias de acreditación, que sabe idiomas, que se prepara las clases como si le fuera la vida en ello y que está más o menos al día de su campo de investigación.
En este momento disponemos de la generación más preparada de investigadores de la historia de España y una de las mejores del mundo. Por supuesto que hay muchos profesores veteranos -nuestros maestros- que realizan un trabajo igual o mejor y muchos jóvenes que... Francamente, no. Invito a descubrir la proporción entre ambos grupos.
2. La famosa dependencia de plazas respecto a un enchufe es mayor en muchas universidades extranjeras, como la alemana o la italiana, por citar solo dos países de larga tradición universitaria y alarmantes datos de enchufismo. No, los alemanes no tendrán "endogamia" -en un sentido enormemente pueril del término- por sus absurdas leyes, pero pregunten por allí respecto al poder de los catedráticos, pregunten.
3. La mayor parte del personal de administración y servicios que conozco -al menos en las Facultades de Filología y Filosofía de la UCM- merecen medallas al mérito en el trabajo por su eficiencia y su disposición. Es injusto juzgarles por un mal día o por un error humano, como se hace a veces.
4. Tenemos muy mitificado al estudiantado del pasado. De verdad... Conocía a mis propios compañeros de la universidad. Venga, va... En serio...
Muchos políticos, al juzgar la universidad, ven solo el número de horas de clase impartidas (como si juzgáramos al campeón del mundo de cien metros lisos por los segundos que tarda en recorrerlos) o, como algunos periodistas, por lo que vivieron hace ya muchos años en sus facultades.
Me encantaría que compartieran el día a día actual de cualquier profesor responsable de Filología o de Biología o de Filosofía o de Veterinaria de la UCM (por citar lo que conozco). Se encontrarían con una carga inmensa de trabajo de lunes a domingo, entre consultas de artículos académicos, monografías, redacción de sus propios trabajos, articulación de ponencias en congresos, rellenado de informes, preparación de clases, corrección de exámenes y trabajos, tutorías, organización de mesas redondas o asistencia a las mismas, asistencia a investigadores visitantes, composición de tribunales de fin de máster, de fin de grado, de tesis doctoral, dirección de trabajos de fin de máster, de fin de grado, de tesis doctorales...
Me encuentro día a día con compañeros que se desviven por la universidad, coincidamos o no en las maneras. Ilusiona ver cómo personas de diferentes partidos políticos e ideologías coincidimos a menudo en nuestra defensa de la universidad pública, aunque pensemos en soluciones divergentes.
Entonces... ¿De dónde viene eso de que no hay una universidad española entre las cien mejores del mundo?
De una campaña de desprestigio de ciertos políticos que emplean para ella ciertos rankings, como el (tristemente célebre) de Shangai, que no consideran la proporción entre inversión y resultados, y se centran en datos como la cantidad de dinero generado por las universidades. Muchos políticos y periodistas siguen citando rankings sobre los que no tienen ni idea mientras los critican universidades como las de Oxford, Cambridge o Zurich, como puede verse aquí, por su escaso rigor científico, como puede verse aquí.
No dicen que en el ranking de las universidades más jóvenes España ha sido la segunda del mundo, como puede verse aquí.
Al fin y al cabo, estos rankings no cuentan que el gasto en financiación para investigación en España en los últimos años ha sido de un 6% menos, mientras en países como Alemania Francia o Italia ha sido entre un 12 y un 30% superior. Tampoco expresan que España en su conjunto era en 2014 el undécimo país del mundo en producción científica, con presupuestos muy inferiores a los de los diez primeros países. Tampoco cuentan con la facilidad de acceso de los estudiantes a esas universidades ni la docencia en las mismas. Pueden consultarse estos datos aquí.
No, no es cierto que nuestras universidades no estén entre las mejores del mundo. Infórmense bien.
La docencia en nuestros grados es célebre por su eficiencia. Las empresas europeas se pelean por nuestros ingenieros y basta con asistir a clases de grado en muchas universidades europeas y estadounidenses para descubrir lo poco que tenemos que envidiarles en España.
Durante estos años de recortes y recortes y recortes y recortes los trabajadores y los estudiantes españoles han demostrado su valía, han aumentado y mejorado su producción científica, han aumentado sus contactos con el extranjero, han incorporado nuevas metodologías a las aulas.
Al mismo tiempo, han sido expulsados al extranjero, han sufrido el desprecio y las infamias de la opinión pública, han visto recortados los salarios y aumentadas sus horas de trabajo. Deberíamos aplaudir su eficiencia.
¿Qué no harían si se creyera más en ellos?
Que un director de un periódico -como ha aparecido hace poco en prensa- se deje arrastrar por las leyendas populares no da la medida de nuestro periodismo, ni siquiera de la profesionalidad del director, que está fuera de duda por su brillante trayectoria y que está realizando una encomiable labor de denuncia en estas cuestiones. Es una muestra del largo camino que queda por recorrer para entender los problemas reales de nuestras universidades y la manera de enfrentarlos.
Por eso mismo, que un rector de una universidad española sea sospechoso de plagio, que varios profesores impartan mal sus clases, que un viejo catedrático no se actualice... No da la medida de las universidades públicas españolas.
Si alguien quiere saber de las universidades españolas, deberá informarse y escuchar a la comunidad universitaria. No solo encontrará que mejora día a día, sino que se encuentra entre las más eficientes del mundo.