No más aplausos. La primera señal
Anhelo un país en el que se destierre la ovación hueca al político y el triunfalismo, en el que el premio sea la transformación de la sociedad, la reducción de la pobreza y de la corrupción, el progreso y buen funcionamiento de las instituciones, un país que no se sostenga con aplausos sino con el trabajo arduo de políticos desinteresados
Con motivo de la toma de protesta de Enrique Peña Nieto como presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos.
Enrique Peña Nieto aparece frente al Congreso de la Unión. Sube al estrado, le colocan la banda presidencial, una aclamación estruendosa explota desde los escaños de los asistentes, senadores, diputados, dignatarios... El flamante Ciudadano presidente interrumpe, permanece impasible, no saluda, no gesticula, ningún ademán de político autocomplaciente o condescendiente. Permanece inmóvil, ese es su primer acto como presidente. Inmediatamente después interrumpe el palmoteo adulador con un gesto duro, contundente, definitivo: su segundo acto. Se hace un profundo silencio. Saluda protocolariamente y acto seguido, el tercero: inicia la lectura de su discurso.
Un servidor público es aquella persona que brinda un servicio a la comunidad, cuya consigna es la de generar beneficios públicos sin recompensas privadas. La retribución no debería equipararse a la satisfacción de hacer el bien.
Entonces, ¿para qué el aplauso? ¿Qué es lo que provoca el aplauso en el ser humano? ¿Cuál es el poder transformador de ese sonido que entra por el oído y ciega como el canto de las sirenas?
Todos aquellos servidores que prestan un servicio y que perciben una remuneración, contraen una obligación y no deberían esperar más que el agradecimiento de quien lo ha solicitado. Una afanadora del aeropuerto no espera que a su paso con el trapeador los viajeros le aplaudan por dejar los pisos relucientes, tampoco un oficial de tránsito que cumple con el designio de agilizar el flujo de automóviles, so pena de causar un accidente. La política y los discursos se han visto plagados de aplausos huecos, de adulación inmediata y gratificación instantánea. Los egos de los políticos se inflaman a medida que el besamanos y el reconocimiento invade las vallas de las calles y los espectaculares, las portadas de revistas, las ocho columnas de los diarios y la banda ancha de los medios electrónicos.
Hay que erradicar el gasto millonario en difusión y promoción de obras gubernamentales que sólo benefician a los creadores de falsas imágenes públicas y slogans vacíos, marketineros políticos que hacen sus pininos y negocios en la ilegalidad y la permisividad.
Anhelo un país en el que se destierre la ovación hueca al político y el triunfalismo, en el que el premio sea la transformación de la sociedad, la reducción de la pobreza y de la corrupción, el progreso y buen funcionamiento de las instituciones, un país que no se sostenga con aplausos sino con el trabajo arduo de políticos desinteresados, funcionarios funcionales, gobernantes que rinden cuentas y servidores públicos de carrera, despojados de egos y reflectores, que trabajan con normalidad y para quienes las fanfarrias, flashes y portadas se han vuelto innecesarias, pues los hechos hablan por sí mismos.