Por qué la música clásica no es moderna
La música clásica, para el español medio, es una reunión de pingüinos con instrumentos de plata, tocando música a ratos bella pero, en general, larga y aburrida.
Es una verdad aceptada, que los hombres paseamos por la superficie de las cosas y que nos valemos de etiquetas para evaluar la realidad de una manera sencilla. Fast food del pensamiento.
La música clásica, para el español medio, es una reunión de pingüinos con instrumentos de plata, tocando música a ratos bella pero, en general, larga y aburrida. Si preguntásemos a ese mismo español qué opina de la creación contemporánea nos describirá una fábrica de gatos gritando y puertas chirriantes.
El origen de estos prejuicios viene de lejos y allí nos vamos. Desde los comienzos de la historia de la música, los distintos géneros se fueron perfilando poco a poco: uno popular que va desde los juglares hasta Madonna; uno sacro donde, aunque los compositores procedían del mundo culto, su público no era entendido; la ópera y sus derivados que, a pesar de ser un placer de reyes, estaba más cerca del pueblo que de la nobleza; una música de corte, escrita por un público culto para un auditorio exclusivo.
Con la revolución industrial y después con la revolución francesa, desaparecen las cortes y ese espacio es ocupado por el concierto público. El concierto nace con vocación de atraer a la burguesía hacia un género culto. Aunque la construcción de esta primera música concertante es compleja, hay muchos guiños populares y muchas concesiones a la audiencia: pensemos, por ejemplo, en las sinfonías de Haydn y Mozart. Este proceso se refuerza con la aparición de los grandes virtuosos que aportan un elemento circense al espectáculo. No debemos olvidar que los conciertos de Paganini o de Liszt mantienen puntos en común con un concierto de los Beatles: la gente se desmayaba y las mujeres padecían ataques de histeria.
Es sin embargo, a partir de la segunda mitad del siglo XIX cuando comienza una corriente de sacralización de la música concertante. Con Wagner, Mahler y Bruckner la música abandona lo terrenal y comienza a ser una "obra de arte total" y aspira a una búsqueda de lo absoluto. Y en esa excursión, dejaron al público atrás.
Con las vanguardias ese fenómeno se acentuó. El compositor se va alejando hacia la forma y se fue olvidando poco a poco del contenido. La música contemporánea pasa, poco a poco, a convertirse en una torre de marfil accesible tan solo para los muy entendidos.
Este proceso, produce un divorcio total entre el público y la creación: "y como el vulgo lo paga es justo, hablarle en necio para darle gusto"... Las orquestas sinfónicas dan la espalda a la creación moderna y comienzan a convertirse en museos de la nostalgia donde el repertorio se repite una y otra vez con poco margen para la innovación. Y así hemos llegado a nuestros días.
Si queremos volver a mirar a nuestro público a la cara, debemos instalarnos en su modernidad. No en una modernidad intelectiva sino en una modernidad que sepa entender su tiempo y sea digno reflejo de ella. La música clásica debería abandonar las pelucas y ,si bien no debemos caer en la simplicidad, se puede hacer una música más accesible dentro de un contexto intelectual complejo.
Para terminar, quisiera presentar algunos ejemplos de enfoques actuales en la música clásica que muestran diversos aspectos de la música más cercanos a nuestra realidad:
La Filarmónica de Copenhague realizando un flash mob en el metro de Copenhague.
Sirkka Lampimaki introduce una nueva modalidad en el canto.
La Orquesta Simón Bolivar interpretando el Mambo de Bernstein en los PROMS de Londres con la Orquesta Simón Bolívar.
La Pasión según San Marcos de Osvaldo Golijov.
Nothing else matters de Metallica interpretado con la Sinfónica de San Francisco