Yo soy de 'Todos los santos'
Odio Halloween, no pertenezco a ningún grupo antiimperialista ni antiyanqui y no me acerco al chauvinismo. No odio las fiestas importadas por definición ni llamo paganos a quienes las disfrutan. La aceptaría gustosa si se sumara a nuestros festivos patrios en forma de días libres, pero me temo que no cuela.
Odio Halloween, no pertenezco a ningún grupo antiimperialista ni antiyanqui y no me acerco al chauvinismo. No odio las fiestas importadas por definición ni llamo paganos a quienes las disfrutan. La aceptaría gustosa si se sumara a nuestros festivos patrios en forma de días libres, pero me temo que no cuela.
Mi odio, por tanto, está focalizado en Halloween (que ni siquiera es originariamente americana sino irlandesa, gente que me simpatiza bastante).
Y entiendo que no hay nada más español que unirnos a cualquier fiesta, pero esta especialmente me produce prurito. Es el feísmo llevado a su lado más radical. Lo desagradable llevado al extremo. Ya lidiamos todos los días con cosas feas como para encima tener que pasarnos dos días viendo desfiles de esqueletos, zombies, muertos y seres andrajosos.
Mi odio empieza por la decoración. Esqueletos, tumbas, telas de araña, calabazas... La única calabaza que conocíamos en España hace años era Ruperta, del 1, 2, 3. Una hortaliza entrañable que ha sido borrada de nuestras memorias a golpe de calabazas de siniestra sonrisa. Vivo en pánico a hacer crema de calabaza por si se cobran venganza. Si me da por saco la decoración de Navidad, que te llevas un año quitando purpurina de toda la casa, no os quiero contar la de Halloween.
Seguimos por el maratón de películas de terror en la tele. Que bien analizadas son siempre lo mismo. Adolescentes descerebrados que se lo ponen muy fácil al asesino que se hizo asesino por algún complejo que arrastra desde niño.
No obstante, se pasa un rato bastante regular, sobre todo en el post-película, así que tu valentía se ve reducida a sacar la mano de debajo del nórdico para buscar el interruptor de la luz con el corazón asomando por la boca cada cinco minutos y sin gritar por vergüenza torera porque estás viendo al colega de la máscara en la puerta de tu habitación. No sabes si tienes más miedo permaneciendo en oscuridad o encendiendo la luz y viendo que se hacen realidad tus temores.
¿Qué necesidad? ¡Si tenemos a Iker Jimenez todos los domingos para ponernos el cuerpo del revés! (Con todo el cariño, porque me encanta Cuarto Milenio cuando consigo verlo -creo que cuando lo dejo puesto es porque el miedo me ha paralizado y no soy capaz ni de coger el mando a distancia).
Disfraces. Aquellos que estáis en edad de merecer, quedaos en casa esa noche. No sabéis lo que se oculta detrás de esos disfraces de vampiresa sexy, bruja, zombie, etc. Advertidos estáis. Una copa de más y a ver que os encontráis debajo de dos toneladas de maquillaje. Eso sí que puede dar miedo hasta llegar a causar una cardiopatía.
En mi mente, tremendamente influida por las películas de terror de Hollywood (todas de adolescentes descerebrados que se lo ponen muy fácil al asesino), pienso que si yo fuera asesino, sería el día perfecto para pasar totalmente inadvertido entre toda esa muchedumbre disfraza. Esto es muy de guión manido de película de sobremesa, pero con eso de que la realidad supera a veces la ficción, a saber lo que se echa a la calle esa noche amparado por el anonimato de un disfraz. (Entre feos disfrazados de feos y demás seres extraños, mejor quedarse en casa).
Truco o trato. Menos mal que en España todavía no está muy extendido esto del "truco o trato". O por lo menos, ningún niño ha osado a llamar a mi puerta con este asunto. Corren el riesgo de que les cuente algo sobre los Reyes Magos.
Además, me parece que hay una teoría conspiratoria detrás de Halloween. Las asociaciones de dentistas de EEUU tienen que estar detrás de todo esto. Inflar a caramelos a niños hasta que se queden a punto del coma diabético y con los dientes a punto de romperse en pedazos ¿es o no digno de conspiración de la industria farmacéutica? ¡Llamadme conspiranoica!
Podemos añadir el daño mental que les hacemos después de decirles toda la vida que no cojan caramelos de extraños, y de repente animarles a que vayan por las casas amenazando a personas que no conocen de nada para sacarles los caramelos antes prohibidos. ¿Truco o trato? ¿Qué truco me vas a hacer? ¿A qué trato quieres llegar pequeño extorsionador?
Creo que, junto con el puente de diciembre del que ya hablaremos, es uno de los pocos días que quiero huir de Madrid.
A mí llamadme antigua, pero me quedo con nuestro día de todos los santos de toda la vida. Ese en el que los cementerios se llenan de flores y, por unos días, pierden el halo lúgubre que les da la tonalidad gris de la lápidas, que quedan coloreadas con las flores.
Ver alguna representación del Tenorio, que es también un clásico de esa noche. Inflarse a castañas y buñuelos y, como mucho, contar historias de miedo entre amigos, de esas de locos que se escapan de un psiquiátrico y acaban con un susto.
Y si hubiera que disfrazarse de algo, deberíamos hacerlo de algún santo. Hay disfraces bien chungos, porque los santos que fueron mártires no tuvieron lo que puede considerarse un final feliz. Al que no se le zampó un león, lo desollaron vivo, o le quemaron en una parrilla. ¡Eso sí que daría miedo!
Mi única recomendación para este fin de semana es que os encerréis en casa y solo salgáis a comprar buñuelos. De los huesos de santo no hablo, que no soy muy fan.
En fin, que a los que os guste celebrarlo, que lo disfrutéis, pero yo huyo este fin de semana al campo a inflarme a castañas y a buñuelos.
¡Feliz día de Todos los Santos!
Post publicado originalmente en el blog de la autora