Las colas de Madrid
Sirva este artículo como homenaje a los sufridos padres jubilados que suplantan la identidad de sus hijos en las largas colas que hay que hacer para todo en Madrid; y a todos los que han salido sin daños físicos o psicológicos de una jornada guardando estoicamente el tipo en una fila.
Sirva este artículo como homenaje a los sufridos padres jubilados que suplantan la identidad de sus hijos en las largas colas que hay que hacer para todo en Madrid; y a todos los que han salido sin daños físicos o psicológicos de una jornada guardando estoicamente el tipo en una fila.
Y es que hacer cola es una de las situaciones más estresantes en la vida de una persona junto con un divorcio y una mudanza (seguro). El cuerpo está en una tensión permanente solo equiparable a la del soldado en la trinchera esperando la orden del superior para saltar al campo de batalla en un combate cuerpo a cuerpo (o en este caso de saltar al interior del local).
Me explico:
Tienes miedo a salirte de la fila. Vigilas con la visión periférica activada y el nervio óptico a punto de romperse. Compruebas que la evolución de la visión humana está a punto de dar un salto y conseguir alargar la elasticidad del nervio óptico hasta límites insospechados.
Creo que hay gente que va sondada para no abandonar la cola para ir al baño. Suelen tener cómplices que les proporcionan alimentos y bebidas cada 'x' tiempo organizados en modo comando.
Hay quien ha llegado a maestro ninja evitando que se les cuelen los listos de la cola, esa especie indeseable que hay en toda aglomeración humana.
La gente que hace cola, normalmente, es atérmica. La cola de Dña. Manolita a partir del mes de noviembre es lo más parecido a la criogenia que se le aplica a Walt Disney. Ellos permanecen inalterables ante las inclemencias del tiempo. Posiblemente vayan recubiertos de panceta o de amianto.
Se cuenta que hay gente que se ha sacado una carrera en la cola de esta administración de lotería.
Lo más despreciable del ser humano se da cita en una cola. Pongo un ejemplo: hemos hecho el check in online, por lo que tenemos nuestros asientos en el avión asignados. Hemos pasado el control de seguridad. Llegamos a la zona de embarque y con sus asientos asignados se ponen a hacer cola. Peor son los que le siguen. Y ya el colmo: hemos pasado el control de la cola de embarque. Y aun así hay gente que corre por el finger. Pero melonazo, ¿no te das cuenta de que tienes tu asiento asignado?
Hay colas en las que se concentran más estrategias que las que se utilizaron para invadir Polonia en la II Guerra Mundial.
En Madrid hay, y ha habido, colas míticas. Hagamos un repaso:
La cola de Abercrombie durante los primeros meses después de su apertura. Navidades, Madrid. Cola de 3 horas para comprar un regalo, esperando en la calle atufados por el característico aroma de esta tienda. Consigues entrar a un sitio con la música a tope, medio a oscuras, en el que te aturden vía pituitaria y sales con algo que apenas has visto. Pasan Reyes. Vuelves con la misma bolsa a devolver lo que compraste casi a ciegas. Otras 3 horas de cola.
La cola de Jesús de Medinaceli. Se repite el 1 de marzo de cada año el besapiés del Cristo. Y cada año, una semana antes, la calle empieza a abarrotarse de devotos que montan tal picnic en pleno Barrio de las Letras que si yo viviera allí haría negocio comprando mantas polares en Decathlon e inflándoles el precio. O vendiendo caldo a 2€ el vaso. 1 de marzo. Otra magnífica fecha para que se te caigan las orejas del frío y sufras una hipotermia si estás parado durante más de 5 minutos. Que digo yo, que besarle el pie al Cristo (vaya por delante que como buena madrileña en mi casa siempre hemos sido muy devotos de Jesús de Medinaceli) después de pasar una semana haciendo cola te debe convalidar años en el purgatorio.
La cola de los taxis en Atocha a la llegada de un AVE. Cuenta una leyenda que todavía hay una persona esperando a coger un taxi. Vuelve de la Expo.
La madre de todas las colas. La cola del Primark de Gran Vía. Esta cola me ha retirado la confianza en el ser humano. Gran Vía, sábado, 9 de la mañana y la cola ya da la vuelta al edificio. Desde la acera de en frente contemplo extasiada tanto al personal de la tienda (hay más seguridad que en una visita de Obama a Afganistán) como a quienes están en la cola. Se sacan fotos. En breve veremos un grupo en Facebook 'Para que el Primark de Gran Vía sea declarado patrimonio de la humanidad'. Abren las puertas y en Mango parece que ha caído una bomba nuclear. H&M pone un dj por aquello de intentar atraer la atención de la gente. Atención al puente de diciembre cuando Madrid revienta de turismo interior. Creo que Carmena debería prevenir a la UME (Unidad Militar de Emergencias) para que ponga orden en la cola del Primark.
Ver hasta qué punto el ser humano es víctima de lo que uno de los mejores profesores que tuve en mi máster (Manuel Sevillano) tuvo el acierto de llamar sadomarketing (marcas que hacen "sufrir" a su cliente para incrementar la expectación) me hace creer que el ser humano no tiene solución. Luego entro en Primark me compro un trapito por 2 duros y se me pasa.
Este post fue publicado anteriormente en el blog de la autora.