Yo nací libre, y para poder vivir libre, escogí la soledad de los campos
Si bien es cierto que Cervantes implícitamente no dota de la misma libertad a todos los seres humanos, también es cierto que, con la personalidad y libre albedrío que infunde a algunas de sus protagonistas y con defensas a ultranza como la que se acaba de ver, hizo a las mujeres más libres e insinuó caminos de libertad del porvenir.
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Miguel de Cervantes, en uno de los primeros capítulos del Quijote, hace exclamar a su caballero andante que el Tirant lo Blanc, del valenciano Joanot Martorell, es «un tesoro de contento y una mina de pasatiempos». Palabras que pueden aplicarse con estricta justicia a Cervantes y a su obra.
Es una guía segura en muchos aspectos. Cuando me dedicaba a pasar el tiempo seleccionando los ejemplos con presencia femenina del diccionario de la Real Academia, había uno en la entrada "escapar" que decía: «Se me ha escapado un punto de la media». Parecía indudablemente protagonizado por una mujer. Un trocito delicioso de la segunda parte del Quijote lo ponía en cuarentena.
Bonito detalle la acotación en primera persona del paréntesis final. Cervantes, que nunca da puntada sin hilo, la aprovecha más adelante para señalar que no hay miseria más grande para un hidalgo que tener que zurcirse las medias con seda de otro color.
Otro motivo de contento es seguir lo que Don Quijote piensa de la libertad. En este célebre y muy citado fragmento habla de ella, concretamente de la libertad masculina.
Libertad masculina, decía, no sólo porque la cita concluya con la palabra «hombres», sino porque cuando habla de la libertad de las mujeres lo hace en otros términos y el Quijote es una mina de personajes femeninos activísimos, pletóricos de deseo y con criterio propio. Pensemos, según la describe Sancho, en la personalidad real de Aldonza Lorenzo, alejada del idealizado desatino de Dulcinea con el que Don Quijote Quijote delira, o en personajes como Dorotea o Luscinda.
Veamos, por ejemplo, el tesoro de los capítulos centrados en la pastora Marcela y en el aparatoso suicidio de Grisóstomo, el rechazado pretendiente. En efecto, como don Quijote dice a Sancho, mientras la libertad para los hombres puede concretarse en aventurar la vida o en esquivar la cárcel, para Marcela, la libertad consiste en renunciar a casarse y en escoger oficio para vivir. Estos dos dones, ajenos a la libertad y a la condición masculinas, se configuran como requisitos imprescindibles para que una mujer pueda ser libre. Así lo cuenta la propia Marcela.
En otro fragmento proclama que no es obligatorio corresponder a un amor o a un deseo simplemente porque proviene de un hombre. Palabras emparentadas con el tono y el estilo de las ejemplares y amorosas novelas de María de Zayas (Madrid, 1590-¿1661?).
También podría ser de María de Zayas (o de sor Juana Inés de la Cruz) este irónico y lleno de lógica y gracia fragmento.
A continuación, Marcela reitera que su libre condición se basa en el derecho a elegir sus relaciones o al trabajo.
Palabras que inflaman la defensa con la que Don Quijote cierra el episodio:
Y si bien es cierto que Cervantes implícitamente no dota de la misma libertad a todos los seres humanos, también es cierto que, con la personalidad y libre albedrío que infunde a algunas de sus protagonistas y con defensas a ultranza como la que se acaba de ver, hizo a las mujeres más libres e insinuó caminos de libertad del porvenir.