'Victus' y el pensamiento único
A principios de septiembre, el embajador español en Holanda canceló, anuló, prohibió, pospuso..., la presentación del libro Victus. Barcelona 1714. Asombra que una vicepresidenta de Gobierno dijera que la decisión de posponer la presentación se debiera a que se estaban haciendo presentaciones demasiado seguidas del libro.
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A principios de septiembre, el embajador español en Holanda canceló, anuló, prohibió, pospuso..., la presentación del libro Victus. Barcelona 1714del escritor Albert Sánchez Piñol, que estaba programado que se celebrase en la sede del Instituto Cervantes de Utrecht. La explicación de las razones de esta decisión son ridículas; por ejemplo, que lo desaconsejaban "circunstancias actuales de gran sensibilidad". Pero asombra aún más que toda una vicepresidenta de Gobierno dijera que la decisión de posponer la presentación se debiera a que se estaban haciendo presentaciones demasiado seguidas del libro.
Por partida doble, en primer lugar, porque es sabido que las campañas de promoción, y más cuando son lejos de casa, aconsejan que, para optimizar el viaje y reducir gastos, las presentaciones sean seguidas, seguidas; en segundo lugar, porque no es habitual que una vicepresidenta de Gobierno (que bastantes responsabilidades y trabajo debe de tener además de la labor de conciliar) vele por minucias tan pequeñas como si las presentaciones de un libro se amontonan o no. Más bien parece que sea incumbencia de la editorial.
No menos perplejidad causan algunas de las declaraciones del ministro de Exteriores a raíz del caso. Argumentó, digamos, que la censura no era posible, porque tanto Mariano Rajoy cómo él mismo habían leído la novela. Es difícil creer que sólo prohíben presentaciones de libros que no han leído personalmente o, lo que es lo mismo, que si ellos lo han leído no puedan prohibirse. Falla la relación causa-efecto. Justamente haberlo leído puede ser la causa de no querer promocionarlo.
La argumentación se volvió cada vez más pintoresca, porque a continuación recordó que Rajoy había dicho en una entrevista que era "un libro escrito en clave nacionalista, pero muy interesante". (Dicho sea de paso, la frase no es coherente en boca de un nacionalista que consiente, por ejemplo, que la Cibeles parezca un tiovivo a fuer de rodearla de banderolas.) ¿Puede concluirse de ello que sólo prohibirán libros que no les han gustado o interesado personalmente?
Como ya hace muchos años que soy mujer, hace mucho tiempo que desconfío de comentarios del tipo: "es una mujer pero conduce muy bien" o "es feminista pero muy inteligente", en los cuales la adversativa, además de dar a entender que los conceptos "nacionalista", "mujer" o "feminista" son censurables (o al menos dudosos), suele desmentir el elogio y te pone bruscamente en tu lugar. Fijémonos qué cambio si la sacamos: "un libro escrito en clave nacionalista muy interesante". Quizás este simple "pero" explica tanta preocupación y el extremo celo para que las presentaciones no se acumularan y el pobre autor del libro no acabara agotado además de obligado a repetirse como un papagayo.
La cosa se vuelve todavía más interesante y peregrina si tenemos en cuenta que el ministro Margallo (o Margalló, según me informa gente del País Valenciano que se apellida) añadió: "Por lo tanto, si el presidente del Gobierno no tiene objeciones, yo, que también lo he leído, no tengo ninguna". No se acaba de ver si no tiene objeción alguna porque también lo ha leído o porque su capo no las tiene.
Parece que es por la segunda razón, dado que en otro momento manifestó: "Si al presidente del Gobierno le parece bien, excuso decirle lo que nos parece a los demás ministros". Y estas últimas declaraciones pintan un panorama negro, negro, aterrador, ya que son más dignas de Corea del Norte que de un Estado democrático. No sé si todas las y los ministros se han tenido que tragar la novela porque su líder lo ha hecho (o ello les excusa la lectura, que todavía es peor), fuman gruesos habanos con delectación, leen con fruición el Marca o se pirran por el ciclismo.