La Cumbre Nuclear de Holanda y las camareras
Hace pocos días la prensa se hizo eco de que la empresa de catering que se encargó de atender a las mesas de la Cumbre Nuclear de Holanda decidió utilizar en exclusiva a hombres jóvenes para evitar que los líderes «se distrajeran». Quizás influyó que hubiera representantes de países árabes.
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¿Qué pasaría si la cancillera Merkel o cualquier otra mandataria exigiera que el embajador de, por ejemplo, Arabia Saudí, de Afganistán, de Irán, se destocara (o se pusiera un sombrero, que para el caso es lo mismo) si deseaba ser recibido en audiencia?
Es tan impensable que simplemente no nos lo podemos ni imaginar. Pues bien, eso es lo que pasa -sin que ni siquiera nos apercibamos de ello- a la inversa, cuando enviadas especiales, embajadoras, mandatarias..., se ven obligadas a vestir y a saludar a los hombres tal como mandan los hombres. Incluido el Papa de Roma, que en todas partes cuecen habas. Sólo le han plantado cara a cabeza descubierta, Merkel, Rousseff y me parece que Clinton.
Merece la pena recordarlo porque hace pocos días la prensa se hizo eco de que la empresa de catering que se encargó de atender a las mesas de la Cumbre Nuclear de Holanda decidió utilizar en exclusiva a hombres jóvenes para evitar que los líderes «se distrajeran». Se dice que quizás también influyó que hubiera representantes de países árabes, que quizás Holanda renunció a los estándares occidentales para adaptarse a los de ellos. Que justamente en este caso la adaptación fuera en la dirección que fue es altamente preocupante. Sea por la razón que sea, y contraviniendo tanto el sentido de la realidad como las estadísticas, debían suponer que todos los líderes sin excepción son heterosexuales.
A la cumbre, asistió Merkel, la presidenta surcoreana, Park Geun-hye, la ministra sudafricana, Maite Nkoana-Mashabane, la primera ministra danesa, Thorning-Schmidt, la presidenta lituana, Grybauskaitê, o la primera ministra noruega, Solberg (o sea, más del 10 % de la mesa atendida sólo por camareros eran políticas). De ello se desprende que creen que a las líderes no las distrae nada de nada, vaya, que son de piedra (o quizás piensan que todas son lesbianas). Esta ausencia de deseo atribuida a las mujeres es, recordémoslo, la coartada clásica y tópica de la misoginia -religiosa o no- para tratar como a unas desvergonzadas, para tachar de putas, a las mujeres que muestran algún deseo.
Curiosamente, sí hubo camareras para atender al resto de participantes de ambos sexos de la reunión. Por alguna razón desconocida o no se distraen o no importa que lo hagan.
Si profundizamos un poco más, nos enteramos de que la primera propuesta de la empresa (el dueño es un hombre) fue -y no es en absoluto curiosamente ni por casualidad- que la mesa fuera atendida sólo por camareras vestidas con un ceñido vestido azul (no me lo quiero ni imaginar). El Ministerio de Exteriores dijo que no y entonces se decidieron por los jóvenes. Podía haber optado por camareras vestidas discretamente como los camareros por los que finalmente optaron, pero ni se les debió ocurrir. Liga, por un lado, con la gran cantidad de veces que jugadoras de equipos de varios deportes se han quejado de que la federación (nacional o internacional) las obligaba a vestir de una determinada manera (incómoda para practicar deporte y tendente a marcar culo y enseñar muslo y busto). Por otro, la circunstancia de que el dueño de la empresa manifestó que si añades tres rubias platino a un grupo de veinte hombres la uniformidad se rompe. No deja de ser notable que parta de la base de que una abrumadora mayoría de las mujeres es rubia platino, y si lo son, indefectiblement son iguales que la añorada Marilyn Monroe. En fin.
Por desgracia, no se trata de un hecho aislado. Dos hechos muy diferentes lo muestran. Al poco de leer la noticia sobre el catering, veo el vídeo de la estudiante (velo incluido) agredida y acosada -en un escenario de una gran violencia- por sus, digamos, colegas de la universidad de El Cairo.
El otro no es un ataque, ni una agresión; incluso es posible que se trate de un elogio. Es el último de este estilo (muy frecuente en la prensa) que ha caído en mis manos. En un ponderado y sesudo artículo sobre la transformación de Tánger, el autor habla con la directora de la filmoteca de la ciudad, con Malika Chaghal y, de pronto, introduce este inciso: «--me dice [Chaghal], los cabellos rizadísimos, tirabuzónicos--». Alguien se podría preguntar qué relación tiene este fragmento con los casos de las camareras y la estudiante egipcia. Muy sencillo: por muy amable que sea, el comentario sobre el aspecto físico de la directora es gratuito, no viene al caso y, sobre todo, no aporta nada al artículo.