'Evelina', o cómo entrar con buen pie en sociedad
Siempre que se pueda hay que volver y volver a las clásicas, que por eso lo son. Es difícil que, por años que hayan pasado, una novela como 'Evelina' de Frances Burney decepcione.
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Acabo de leer Evelina (1778), una novelón de la escritora británica Frances Burney (1752-1840). Pues qué primicia, dirán ustedes. Pero las cosas son como son, y el libro no ha caído en mis manos hasta ahora. Además, no porque una novela tenga casi doscientos cuarenta años tiene que haber perdido ni un ápice de su interés. ¿Qué daría yo para que un buen día alguien encontrase (y se tradujera y se publicara) una novela perdida e inédita --por años que atesorara-- de, por ejemplo, Jane Austen, un manuscrito de Caterina Albert, una comedia más de sor Juana Inés de la Cruz? Esto sí que serían faustos eventos.
Evelina relata en forma epistolar las peripecias, tropiezos y vicisitudes de una adolescente de misteriosa y difícil génesis trasplantada de un bucólico y pequeño entorno rural a una vida de relaciones e intercambios sociales que transcurre en escenarios como Londres, casas señoriales más nutridas de gente que su hogar, así como lugares de veraneo de moda. La novelista aprovecha estos escenarios para realizar un buen y fidedigno mapa de la sociedad de la época, de usos sociales y costumbres, especialmente los de las clases altas, cuyos entretenimientos y cultura radiografía con mimo y detenimiento; algunas lecturas, la música que sonaba, el teatro que se representaba, bailes públicos..., así como los locales donde tenían lugar.
La truculenta y repleta de detalles trama es usada por la autora para explicar las complicadas restricciones --siempre con el honor y las estrategias matrimoniales a cuestas--, de la vida de una joven de clase alta. Las mismas restricciones que tenía Burney como escritora. En efecto, a pesar de tener alma y temple de autora teatral, Burney tuvo que servirse de la novela y apropiarse de los esperpénticos personajes que creaba para construir auténticas farsas y sainetes. Sólo se escapa de ello el plano, inmaculado y sin repliegues protagonista, y la estrella del libro, Evelina, que crece, se transforma y madura a lo largo de los avatares de la novela.
No creo ser una aguafiestas (aunque hoy en día lo obligado es manifestar que no eres una spoiler) si digo que la protagonista después de aventuras sin fin, acaba por casarse en un final muy poco rompedor y muy convencional. Ahora bien, Burney, por una parte, utiliza la figura de Evelina para criticar a una sociedad patriarcal que obliga a las chicas y mujeres a jugar a perder y, por otra, se sirve de alguna figura secundaria para insinuar otros modelos de mujeres y de vida, para esbozar alguna inteligencia independiente, sarcástica y potente, para que puedan vislumbrarse algunas salidas para las mujeres más allá del prescriptivo matrimonio, incluso planea por encima de algunas de las páginas del libro la sombra de un cierto lesbianismo. Lo critica, pero allí queda escrito.
Evelina y demás obras de Frances Burney son uterales. Estamos ante una de las inventoras y precursoras del género novelístico en lengua inglesa. Elogiadísima, sin ir más lejos, por Samuel Johnson, o admiradíssima, por ejemplo, por Maria Edgeworth (en quien Walter Scott, por cierto, se reflejó e inspiró en el momento de escribir su novela histórica); tanto el uno como la otra la sitúan en la cima más alta de la literatura. En la obra de Burney bebe un autor como William Thackeray. La gran Jane Austen elaboró su depuradísima novelística tomándola como modelo y guía, adaptándola a su inconfundible estilo minimalista.
Si no les asustan los volúmenes de más de quinientas páginas y quieren pasar un buen rato, no lo duden ni un momento. Por mucho que pese, no se les caerá de las manos.