Abuelas y tópicos: mujeres y para colmo mayores
Referirse a las mujeres mayores, a las ancianas, con la palabra «abuela», definirlas por su parentesco y obviar cualquier otra característica, reducirlas a un puro estereotipo, no es una elección trivial e inocente.
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Cuatro mujeres, cuatro mujeres mayores, cuatro personas, cuatro personas mayores, cuatro viejas, cuatro ancianas murieron la madrugada del 3 de noviembre en Agramunt cuando, desbordado el río Sió por las fuertes lluvias, la riada inundó el semisótano donde dormían.
A pesar de que eran mujeres, en un primer momento los medios en general se refirieron a ellas como «cuatro ancianos»; es decir, en masculino. Se usó la táctica de suponer, considerar, decidir, que eran hombres; táctica que bastante gente suele aplicar cuando no se sabe de qué sexo son las personas que se mencionan (ya sean autoras de obras anónimas, pintoras de cuevas prehistóricas o inventoras de la agricultura).
Una vez sabido que eran mujeres, había muchas maneras de referirse a ellas, pero muchos titulares optaron por denominarlas bajo una hipotética relación de parentesco: «cuatro abuelas». ¿Y si no lo eran ? Y si lo fueran, ¿por qué esta simplificación? ¿Y si este es el aspecto que menos y peor define a cada una de ellas, puesto que cada identidad es la suma de sinfín de aspectos y factores? Cualquiera de las opciones que encabezan el artículo es menos restrictiva, más global.
El mismo martes leo un artículo que analiza la entrevista que la noche anterior la periodista Ana Blanco había realizado al supuesto líder del PSOE, Pedro Sánchez. Dice: «Y Pedro Sánchez las responde [las preguntas] con discursos de funcionario competente: las abuelas no habrán entendido casi nada, pero seguro que les habrá parecido buen chico, aplicado y de confianza». No sé qué experiencia tiene el autor del artículo con abuelas, pero es difícil imaginar que todas las que conoce sean memas hasta el punto de que no puedan entender nada del discurso más bien simplista del entrevistado. El tono del artículo descartaba que fuera una especie de metáfora irónica respecto a las dificultades de Pedro Sánchez para emitir alguna idea o para articular, por ejemplo, la palabra «nación» (parece que la última vez que la pronunció estuvo en un tris de tener un ataque de apoplejía). Muestra la misma reluctancia de José Luis Zapatero a la hora de decir «crisis», o la de Mariano Rajoy para nombrar a cualquier corrupto de su partido, seguramente por la misma razón: a ver si de ese modo la hace desaparecer.
Por otra parte, no sólo pensar sino afirmar que Pedro Sánchez parecerá buen chico, aplicado y de confianza a todas a las abuelas sin excepción es una maniobra de confusión harto grosera, un insulto genérico al criterio de las abuelas; es un auténtico canto a la antidiversidad, una uniformización francamente poco sutil. Es muy posible que el autor del artículo cada día vea por la calle o que conozca a doctoras, médicas, matemáticas, literatas, limpiadoras, funcionarias, tenderas, dependientas, periodistas, etc. que son abuelas. No sé, pues, por qué decide (y además lo escribe) que todas son incapaces de entender un discurso elemental, o que perciben y juzgan igual; que son idénticas, vaya. También es pertinente preguntarse por qué razón para hablar de limitaciones e incomprensiones escogió a abuelas, es decir, a representantes del sexo femenino, y no del masculino (que es el que habitualmente escoge por defecto el autor). ¿Aplicamos la regla de la inversión? ¿Lo encontraría, lo encontraríamos, vejatorio si fueran unos bobos abuelos quienes protagonizaran el caso?
Años atrás, en las calles se podía ver unos carteles de un anuncio de unos vasitos de helado de una marca en inglés. El anuncio venía a decir que aunque tu abuela fuera incapaz de pronunciar el nombre de la marca (era un nombre largo), el helado era buenísimo. El anuncio partía de la insensata base, pues, de que ninguna abuela sabe inglés. Conozco muchas, muchas, que saben mucho más inglés que sus nietas y nietos.
Sin dejar los anuncios, hace unos meses por la radio se podía oír un anuncio en el que una mujer -- compungidísima-- explica a su marido que su madre efectúa unas obras domésticas y, por lo tanto, irá a vivir a su casa unos días. El marido se pone tan y tan y tan contento que llama la atención. Finalmente, la alegría se entiende: se ha comprado un coche nuevo y eso le compensa de todas las desgracias, vengan de donde vengan, por fuertes que sean. Si los anuncios se basaran en la realidad y no en casposos estereotipos, seguramente en lugar de a una madre-suegra hubieran tenido que poner a un hijo, a una hija, que vuelve a casa de su madre porque las cosas no le van bien (o a un yerno).
Y es que --palabra de abuela-- el mundo de los anuncios no se basa en la realidad sino que es tópico, limitado y engañoso. Parece que muchos de los titulares de las noticias o algunas de las opiniones que vierten doctos articulistas comparten la misma estrechez de miras, similares tópicos y reaccionarios y prejuicios previos.