Guerra se va y a Chaves y Griñán los envían al exilio
Guerra y otros socialistas que veremos desfilar por la puerta de los leones del Congreso antes de que acabe la Legislatura, no es que no quieran presenciar el hundimiento del Titanic, es que han decidido saltar por la borda porque no tienen confianza alguna en el capitán del barco.
La decisión la tenía tomada, cierto. Tan verdad es esto como que la semana pasada decidió precipitar un anuncio que no tenía previsto hacer hasta el próximo diciembre cuando el Congreso apruebe definitivamente los Presupuestos Generales para 2015. Alfonso Guerra se va. Y sólo quienes mantienen un contacto periódico con él conocen las razones exactas de su adiós.
Saben que no se despide porque la sociedad se haya declarado harta del abuso y la corrupción; tampoco porque el sistema político que ayudó a levantar en 1978 emita señales de descomposición; menos porque lleve sentado en un escaño 37 años y desde luego no porque a alguien, como se ha escrito estos días, le faltara generosidad para sentarle hace años en el sillón de presidente del Congreso de los Diputados.
El Alfonso Guerra reflexivo y sereno, el que con los años ha conseguido el reconocimiento y el respeto de propios y extraños pese a su verbo afilado e hiriente de antaño, se marcha porque no se reconoce en este PSOE que llaman de Pedro Sánchez como si al secretario general se le entregara una nota registral de propiedad con la que hacer y deshacer a su antojo sobre un partido centenario. No es a España, pues, sino al PSOE a quien hoy no reconoce ni la madre que lo parió. Desde luego no los que hicieron del socialismo en este país un partido de gobierno.
"Los socialistas no podemos ser adanistas y pensar que con nosotros empezó todo", afirmó en el 40 aniversario del congreso de Suresnes, un acto deslucido y muy criticado por aquellos, los de entonces, que ya no son los mismos ni de lejos. Fue allí, hace apenas un mes y en la que fue su última intervención pública, donde el que fuera número dos de Felipe González echó en falta entre los suyos un proyecto autónomo que deje de mirar de reojo a lo que él llama populismos y otros, catalizadores de la ira social.
Recuperar la confianza en la política implica algo más que decir lo que la gente quiere escuchar. Y el nuevo PSOE ha decidido en este sentido seguir de un lado los pasos de Podemos en lo que respecta al combate contra la corrupción, sin percatarse de que los vientos soplan a favor de los de Pablo Iglesias porque carecen de un pasado institucional que lastre sus palabras. Y de otro, llenar de contenido a golpe de federalismo el debate sobre la unidad de España que tanto rédito electoral proporciona al PP y tanta división al PSOE. Así, entre la putrefacción de la vida pública y la confrontación por el modelo territorial, los socialistas se han quedado sin espacio y sin discurso propio, que no debiera ser otro en este momento más que el de la solidaridad, la igualdad y la política social. De ahí que las encuestas -por mucho mimo con que se miren- no atisben ni en el corto ni en el medio plazo la remontada del partido que más tiempo ha gobernado España en democracia. Todo lo contrario.
Guerra y otros socialistas que, como ya contamos hace semanas en este mismo blog, veremos desfilar por la puerta de los leones del Congreso antes de que acabe la Legislatura, no es que no quieran presenciar el hundimiento del Titanic, es que han decidido saltar por la borda porque no tienen confianza alguna en el capitán del barco. Y es que, en palabras de un veterano del PSOE, ya se sabe que, en ocasiones, en medio de la tormenta cuando el timón queda abandonado no lo toma siempre el marinero más avezado, sino el grumete más osado.
Es tanta la conciencia del cataclismo al que se enfrenta el PSOE en mayo como la decepción y preocupación por Pedro Sánchez incluso entre los que fueron sus más entusiastas padrinos en el último congreso federal. Lo verbaliza Felipe González ante quien le quiere escuchar, pero también José Bono o Carme Chacón, de quien cuentan que ha vuelto a "chaconear" para reconstruir los puentes que rompió durante el congreso al prometer apoyo y amor eterno a uno mientras se echaba en brazos de otro.
Y qué decir de la todopoderosa Susana Díaz. La presidenta ha respetado escrupulosamente los primeros 100 días de mandato del secretario general, pero es un clamor la distancia que hay entre uno y otro, y no sólo por el tallaje político. En Andalucía no comparten con Ferraz estrategia de comunicación -como dijo su presidenta en una entrevista- pero tampoco entienden como Sánchez está obsesionado con llegar a candidato a la Presidencia del Gobierno sin antes haber sido testado como secretario general. Así que ya han puesto fecha a su primer examen: 24 de mayo de 2015.
Mientras llega esa primera prueba, la irritación es manifiesta en la federación más poderosa del PSOE también por cómo Sánchez ha trasladado que en materia de corrupción cada palo debe aguantar su vela, y que los ERE de Andalucía son un cirio que a él no le corresponde sostener. La batalla entre Sánchez y Díaz a cuenta de este asunto ha puesto en el disparadero nada más y nada menos que a dos ex presidentes del partido, Manuel Chaves y José Antonio Griñán, a quienes la jueza Alaya en su concepto piramidal del escándalo de los ERE han incluido en la parte alta de la pirámide pese a no encontrar elementos probatorios.
Si hasta ahora el código ético del PSOE federal imponía la suspensión de militancia para todo socialista al que se abriera juicio oral en un caso de corrupción, Díaz elevó el listón de las responsabilidades políticas y anunció que en su Comunidad cualquier imputado por la Justicia tendrá que dejar el acta de diputado o senador. El presagio llevaba nombres y apellidos, lo que causó perplejidad entre las huestes del socialismo y una incalificable incomprensión con la actitud de la "lideresa" en Chaves y Griñán, con quienes Díaz sólo habló con posterioridad al revuelo que provocaron sus palabras.
Las versiones de por qué dijo lo que dijo son variopintas y más allá de que trunquen o no la estrategia de defensa de los dos ex presidentes del PSOE en el momento en el que Tribunal Supremo nombre instructor para su causa -ambos se ampararán en el artículo 118 bis del la Ley de Enjuiciamiento Criminal para declarar voluntariamente-, lo cierto es que los envía directamente al exilio aunque ella diga que "quien no tiene nada que temer no tiene nada que ocultar" y defienda a posteriori su honestidad y su honradez.
Lo cierto es que, pese a la impostura y el calculado silencio, el PSOE es hoy una olla a presión que bulle a fuego lento, pero bulle. Y que, aunque Chaves y Griñán han recibido cientos de llamadas de apoyo, son las primeras víctimas socialistas de una competición entre Sánchez y Díaz por ver quién aplica criterios más severos en los casos de corrupción sin tener en cuenta ni la presunción de inocencia ni si las medidas son justas o injustas. Una táctica que ha hecho que muchos en el PSOE confíen más ya en los tribunales que en los líderes de su partido y que alguno se reconozca estos días en aquellos versos de José Hierro: "Yo ya no lloro/Ni siquiera cuando recuerdo/lo que aún me queda por llorar".
Con lágrimas o sin ellas, Guerra se va porque no se reconoce en este PSOE y a Griñán y Chaves, que tampoco, los mandan al exilio. ¿Quién será el próximo? ¿Y hasta cuándo callarán?