El PSOE recupera la autoridad
Sobre el suicidio colectivo, la oscuridad, las nubes negras y la autolesión ya está escrito todo. Y no es para menos. Costará que al PSOE no se le convierta en cómplice de cada decisión que tome el nuevo gobierno del PP y tendrán que pasar lustros para que la decisión no se asocie al devastador relato de que socialistas y populares son lo mismo, las dos caras de un régimen que se desintegra.
Sobre el suicidio colectivo, la oscuridad, las nubes negras y la autolesión ya está escrito todo. Y no es para menos. Costará que al PSOE no se le convierta en cómplice de cada decisión que tome el nuevo gobierno del PP y tendrán que pasar lustros para que la decisión no se asocie al devastador relato de que socialistas y populares son lo mismo, las dos caras de un régimen que se desintegra.
Esta es la escena después de meses de luchas intestinas y una de las batallas más cruentas que se recuerdan en el PSOE: 139 votos a favor, 96 en contra y una fractura sin precedentes en el partido que más años ha gobernado España desde la muerte de Franco. El desgarro es el precio que paga el PSOE por la abstención con la que esta misma semana facilitará el gobierno a la derecha. A cambio -y no es poco- gana tiempo para reconstruir un partido sin proyecto ni liderazgo. De paso, preserva 85 diputados que, en caso de terceras elecciones, estarían en duda.
Y aquí algo de luz entre tanta negritud. Como no hay mal que cien años dure ni crisis que el PSOE no haya superado, mejor no subestimar la capacidad del partido del puño y la rosa para sobreponerse a la fractura interna provocada tras la decisión de su Comité Federal.
Unos lo llaman responsabilidad en un momento excepcional del país; otros, traición. Y habrá quien hable de un acuerdo tácito en el malhadado bipartidismo por el que el PSOE permite a Rajoy un espacio para la gobernabilidad que le sería imposible sólo con Ciudadanos, y el presidente del PP concede tiempo a los socialistas para su recomposición interna.
Pero por un momento olvídense del mantra que dice que esta legislatura también será corta porque los socialistas, con permiso de Podemos, se han propuesto ocupar el espacio de oposición que quería para sí mismo Pablo Iglesias y cuentan con la ayuda de la derecha española para ello. Si entre los herederos del 15-M se valida, además, la estrategia de hacer política en la calle desde la radicalidad y no en el Parlamento, los socialistas lo tendrán mucho más fácil.
De momento, lo que se percibió en el Comité Federal es que el PSOE ha recuperado la autoridad perdida, y sin necesidad de proclamarla a voz en grito en el hall de la sede de Ferraz. Más allá de otras connotaciones que, sin duda las hay, la elección de José Blanco como presidente del máximo órgano entre congresos sirvió para que el debate entre "abstenciones" y "negacionistas" transcurriera con moderación, orden y concierto. Por algo fue el gallego quien en su etapa de número dos del partido redactó los estatutos hoy en vigor. No hay párrafo que no conozca ni finta que se le escape.
Tampoco fue casual la designación de Elena Valenciano como proponente de la resolución que defendía la abstención en segunda vuelta. Al elegir a dos ex vicesecretarios generales para dirigir el tráfico de las peticiones de palabra y para la defensa de la posición política, la gestora quiso dar a la discusión el rango que merecía un debate, sin duda, trascendental para la izquierda española. Por contra, los partidarios del "no" optaron por Txarli Prieto, secretario provincial de Álava, para la defensa del texto que pedía mantener el "NO".
Ni siquiera el encargado de liderar la posición de los del "No es NO" fue Patxi López, quien en un tono más asambleario que político, pareció reivindicarse como sucesor de los rescoldos del "pedrismo". Tampoco brilló, pese a las aptitudes reconocidas por partidarios y detractores, un Josep Borrell, que de nuevo supuró por las heridas del pasado. El ex ministro de González hilvanó con dificultad una intervención en la que defendió por momentos una abstención negociada y por momentos, un rotundo "no". Así fue como pincharon ante la mirada atónita de la plana mayor del PSOE los dos socialistas con más ganas de competir en las primarias que elegirán al próximo secretario general.
A Borrell, que reivindicó la voz de la militancia como la izquierda hacía desde finales del XIX y hasta la década de los 30 en el XX, le replicó, con una clase de historia política y movimiento industrial, Eduardo Madina. El vasco, que negó ser un "hereje" por defender la a abstención, fue, por cierto, el único que mencionó a Pedro Sánchez en una reunión en la que el recuerdo al ex secretario general brilló por su ausencia hasta entre sus más leales. Lo hizo para sostener que en el Parlamento se pueden construir mayorías legislativas que destruyan la obra política del PP, pero nunca gobernar como sostuvo antaño quien le ganó las primarias de 2014.
A Patxi López y su "no" a la derecha, le replicó Cipriá Ciscar para refrescarle la memoria de una lehendakaritxa a la que llegó con los votos del PP. La misma medicina aplicó el valenciano con Iceta cuando pidió comprensión en el momento en el que el PSC rompa la disciplina: el recuerdo de la abstención del socialismo catalán al gobierno de CiU.
El PSC está empeñado en no acatar la decisión aprobada mayoritariamente por el Comité Federal, y su determinación amenaza con romper la relación histórica con el PSOE. El mismo valor que los de Iceta exhiben para no respetar las reglas democráticas de una votación en la que han participado muestra la gestora para resolver un problema pendiente desde hace años.
Cuando uno habla de imperativo quiere decir exigencia, obligación, imposición... Y cuando Javier Fernández afirma que la resolución política aprobada por el Comité Federal para facilitar la abstención a Rajoy es imperativa, está diciendo exactamente eso, que es ineludible y de obligado cumplimiento, no para el PSOE, sino para todo el Grupo en el Congreso. En la resolución política aprobada podía haberse escrito Partido Socialista, pero se decidió expresamente -y para no dejar resquicio alguno a los catalanes- que constara Grupo Parlamentario Socialista.
Las palabras del presidente de la gestora fueron, por tanto, todo un aviso a navegantes: a los que han decidido individualmente, y en conciencia, votar "no" -Susana Sumelzo, Odón Elorza y Margarita Robles-; a los que colectivamente, como el PSC, mantienen la negación y a quienes, como se desprende de la intervención de la presidenta de Baleares, Francina Armengol, están pensando también romper la disciplina de voto. Unos tendrán que hacer frente a la sanción que estipulan los reglamentos internos y otros, los socialistas catalanes, a las consecuencias orgánicas.
Los miembros de la gestora vislumbran el final de la relación con el PSC antes del próximo congreso federal, un cónclave al que podrán asistir en ese caso con voz, pero ya no con voto. Y lo mismo ocurrirá en las primarias que celebre el PSOE y cuantos comités federales se convoquen en adelante. La ruptura orgánica, que no política ni electoral, está hoy más cerca que nunca. Y en esto también se ha notado la potestad que ya ejerce el PSOE post Pedro Sánchez. Algo es algo.