El PSOE emite pesimismo
Los socialistas navegan hoy, como los liberales canadienses en 2011, hacia la deriva. Y a un mes escaso del previsible naufragio, se suceden aquí las mismas preguntas: ¿De quién es la culpa? ¿De la marca? ¿Del candidato? ¿De las circunstancias políticas? ¿Del equipo?...
Una cara nueva que pudiera asear el Partido Liberal. Eso es lo que buscaban "los hombres de Negro", los reclutadores que llamaron a la puerta de Michael Ignatieff, cuando en 2004 fueron a buscar al escritor, comunicador y catedrático canadiense para que se subiera a un barco que navegaba directo hacia las rocas. Se subió y fracasó. Con él, los liberales pasaron a ocupar la tercera posición del tablero, 34 miserables escaños en 2011 -menos de la mitad de los que habían obtenido tres años antes-. ¿De quién fue la culpa? ¿De la política? ¿Del partido? ¿Suya? ¿De sus asesores? De todo hubo. El caso es que el "elegido" persiguió el fuego del poder y contempló cómo la esperanza quedaba reducida a cenizas.
Una cara nueva que pudiera asear al PSOE fue lo que también buscaron -en este caso "los hombres de Blanco"- cuando decidieron, tras el fracaso de la Operación Susana primera versión, reclutar apoyos para que Pedro Sánchez se alzara con la victoria en el congreso extraordinario que siguió a la salida de Rubalcaba. Los socialistas navegan hoy, como los liberales canadienses en 2011, hacia la deriva. Y a un mes escaso del previsible naufragio, se suceden aquí las mismas preguntas: ¿De quién es la culpa? ¿De la marca? ¿Del candidato? ¿De las circunstancias políticas? ¿Del equipo?...
Las respuestas son distintas según a quién se pregunte. Hay de todo. Desde quienes sostienen que el problema es sólo Sánchez y su escasa preparación hasta quienes retroceden a 1996 para buscar culpables en una formación política, cuya principal obsesión hace tiempo que es gobernar el partido, y no España.
La lucha por el poder orgánico, y no el contraste entre distintos proyectos de país, ha sido una constante en las últimas batallas socialistas. Ocurrió cuando Felipe González ungió a Joaquín Almunia para que el guerrismo no avanzara posiciones; cuando los renovadores minaron la moral y la paciencia de Borrell hasta que renunció a la candidatura para la Presidencia del Gobierno; cuando los "guerristas" apoyaron a Zapatero para que José Bono no fuera secretario general; cuando Carme Chacón fue derrotada en el cónclave de Sevilla y cuando Eduardo Madina perdió frente a Pedro Sánchez el congreso de 2014.
Hoy, las alarmas vuelven a dispararse después de que varias encuestas hayan robado al PSOE la segunda posición del tablero y de que los cuadros dirigentes perciban con resignación que el candidato a la Presidencia del Gobierno, lejos de remontar el vuelo, se hunde cada día más en los sondeos. "No se puede gobernar con menos del 25% de los votos", decía en El País el presidente de Extremadura, Guillermo Fernández Vara, el pasado viernes, cuando se le preguntó cuál sería un mal resultado para el PSOE el próximo 20-D.
La respuesta de Fernández Vara retumbó en las paredes de Ferraz por doble motivo. Por su más que demostrada lealtad a la dirección federal -pese a que en el último congreso no apoyó a Sánchez- y porque la dirección considera que, con dos nuevos actores en el tablero nacional -Podemos y Ciudadanos-, cualquier análisis en términos porcentuales es injusto y equivocado. Más allá de porcentajes, el objetivo de Sánchez, si es que el PSOE mantiene la segunda posición, era gobernar con apoyos puntuales. De ahí que parte de su estrategia pasara por exhibir su capacidad de pacto a izquierda y derecha.
Pero la campaña avanza y las posibilidades de que el PSOE gobierne se desvanecen a medida que el debate sobre la unidad de España y la seguridad nacional dan oxígeno a un PP que en sus tracking diarios ha pasado ya la barrera psicológica del 30%. Esto además de que la ola Ciudadanos sigue creciendo y de que en la media de los últimos sondeos, la suma de los populares y la formación de Rivera roza ya la mayoría absoluta.
Ante semejante escenario, el desistimiento y la sensación de derrota se han instalado en el PSOE, donde admiten sin ambages que Ciudadanos puede quedar por delante de su marca en ciudades como Barcelona, Madrid o Valencia, las mismas plazas donde, en municipales, los socialistas fueron adelantados por las mareas vinculadas a Podemos.
Aunque en el comité electoral confían en que los debates electorales muevan en su favor a un tercio del electorado indeciso y abstencionista contabilizado por el CIS, en los territorios no hay el más mínimo síntoma para dibujar un resultado aceptable. Todos piensan ya, no en diciembre, sino en marzo. Y la dirección federal, que ha empezado a emitir señales de pesimismo y a rebajar las expectativas del resultado a 100 escaños para que al final parezca un éxito, también.
En este contexto se explica además que los estrategas de Ferraz hayan pasado en cuestión de semanas del "Pedro, presidente" al "Pedro nos une" con que bautizaron aquella deslucida convocatoria en la que pretendieron con escaso éxito reunir al mundo de la cultura alrededor del candidato a la Presidencia del Gobierno ¿A quiénes une? Y ¿contra quién?
Está claro. Consciente de la que se avecina la noche del 20-D en el socialismo, la dirección federal ha diseñado una campaña con la vista puesta no en las elecciones generales, sino en el congreso federal. Se trata de la decisión más racional si se analiza desde una lógica que renuncia a la transformación del país para encerrarse en la supervivencia de una sola persona.
Así que una vez reconocida la imposibilidad de que el PSOE sea primera fuerza política, todos los recursos se concentran para que Sánchez permanezca en la Secretaría General. Y por eso entre el contenido (proyecto y equipos) y el envase (convertir al PSOE en un sucedáneo de agencia de publicidad), los actuales dirigentes han optado por la segundo. De ahí que muchos socialistas tengan la sensación de que, ante unas elecciones en las que el PSOE se juega la vida, la dirección se dedica a trabajar para convencer militantes, y no votantes. Y ante preguntas cómo a quiénes pretende unir Pedro y contra quién respondan con claridad: a los socialistas de carné y contra Susana Díaz.
Igual que sus críticos, la dirección federal anda ya en el día después y en el congreso ordinario que decidirá el próximo liderazgo. Y la primera batalla a librar entre unos y otros será la fecha de celebración del cónclave. Mientras en Ferraz trabajan en un escenario congresual para no antes de mayo con el objetivo de consolidar a Sánchez como jefe de la oposición, en los territorios prefieren resolver el asunto en no más de tres meses, que es el tiempo que establecen los estatutos desde la convocatoria hasta la celebración.
Si los de Sánchez buscarán, a buen seguro, ganar tiempo para hacerse fuertes, los barones se han conjurado para preservar del lío orgánico y partidista a sus gobiernos autonómicos. Ningún presidente regional aceptará mantener abierto el debate interno más allá del mes de marzo. Todo dependerá de si en el horizonte se atisba o no otra cara nueva para asear la socialdemocracia española y de si, tras una nueva debacle, sus cuadros dejan ya de pensar en cómo gobernar el partido y se deciden a pensar en cómo gobernar España.