De olvidos y dosis de recuerdo

De olvidos y dosis de recuerdo

Las claves de la semana.

Mariano Rajoy, Saénz de Santamaría, Juan Ignacio Zoido e Íñigo Urkullu, ante el tribunal.EL HUFFPOST

Entre el olvido y la memoria, eligieron el olvido. Y eso que la verdad sólo llegará cuando asome el recuerdo a tanto engaño masivo. La política no está por la labor de la evocación sincera. La Justicia hace lo que puede. Y el periodismo, salvo excepciones, hace tiempo que dejó de ser testigo franco. ¿Algún día sabremos qué ocurrió y cómo se gestionó el 1-O? ¿Pedirán perdón por lo que hicieron? ¿Reconocerán su incompetencia? No parece, a juzgar por los testimonios de los imputados y de algunos testigos.

Ni el independentismo está por más labor que la de camuflar su delirio para evitar una larga condena ni quienes estaban entonces en el Gobierno de España parecen aspirar a otra cosa que no sea la construcción de un relato con el que justificar la beligerancia de su partido a cualquier solución que pase por la negociación y el diálogo. Lo hicieron con ETA y lo vuelven a hacer con Cataluña. Los "fakes" de ahora son las mentiras de siempre.

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Lo que esta semana hemos escuchado a Mariano Rajoy, Soraya Sáenz de Santamaría y Juan Ignacio Zoido ante el Tribunal que juzga el procés es el mayor ejercicio de amnesia, cinismo o irresponsabilidad política jamás conocido. Elijan ustedes lo que prefieran. Pero, de ser cierto lo que han declarado ante el tribunal, no es que haya que celebrar que se presentara la moción de censura que les sacó de La Moncloa, es que habría que exigir sin dilación y para los restos su inhabilitación para cargo público. No vaya a ser que Casado se la pegue en las urnas y Santamaría tenga intención de volver por sus fueros.

Un presidente que no conocía el operativo policial dispuesto ante el mayor desafío al orden constitucional que se recuerda; una vicepresidenta que se declara "incapaz", "incompetente" e "inexperta" para decidir sobre el despliegue de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad y un ministro del Interior que trata de convencernos de que los agentes actuaron por su cuenta sin recibir instrucción alguna... ¡No hay mayor ejercicio de indignidad que rechazar como propios los errores de quienes trabajan a las órdenes de uno!

Claro que siempre nos quedará Urkullu, el único testigo que esta semana respondió con precisión y claridad a todas las preguntas que se le hicieron en el Supremo y cuyas respuestas sirvieron para refrescar la memoria: ni Puigdemont quería declarar la independencia ni Rajoy aplicar el 155. Su papel fue de mediador, aunque el expresidente no lo recuerde y haya olvidado también si habló con él o no durante aquellos días en que España estuvo al borde del abismo.

Siempre nos quedará Urkullu, el único testigo que esta semana respondió con precisión y claridad a todas las preguntas que se le hicieron

El destino o la casualidad han hecho que semejante oprobio declarativo sobre el procés coincidiera con el broche de una atribulada Legislatura y el comienzo de una intensa campaña electoral. Y, paradójicamente, quienes han olvidado todo se han convertido en la mayor dosis de recuerdo sobre lo que hicieron o dispusieron mientras España convulsionaba. Lo que hicieron, sí, como ha contado el lehendakari y hay constancia en una gran variedad de formatos editoriales, fue lo que hubiera hecho cualquier otro Gobierno democrático, que es hablar, dialogar y negociar para evitar lo que, finalmente, ocurrió porque Puigdemont antepuso la presión de la calle a la ley y rechazó una una salida pactada que pasaba por convocar elecciones autonómicas.

El independentismo pagará penalmente lo que hizo, más allá de que se demuestre o no que sus líderes cometieron un delito de rebelión. De haber existido tal, como se empeña en proclamar la derecha antes de que se dicte sentencia, la historia recordará entonces que hubo un Gobierno del PP que, ante semejante figura penal declaró ante un tribunal que ni siquiera participó en el diseño del operativo policial. Pero en caso de que se demuestre que han mentido al respecto, no sólo tienen los tres un problema judicial, sino que sin pretenderlo habrán desarmado el discurso inflamado y mendaz con el que el líder de su partido trata de descalificar al actual presidente del Gobierno. Si dialogar es claudicar, negociar es ceder y recurrir a un mediador es alta traición, Mariano Rajoy hubiera sido tan alevoso e innoble con España como hoy dice Casado que lo ha sido Sánchez.

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Al final, va a resultar que de un lado Rajoy, con su desmemoria, y de otro Urkullu, con su claridad, han ido al Supremo a desmontar la impostura de Casado y, de paso, a hacer un favor a Sánchez en este comienzo de campaña en el que, con tanto exceso verbal, el PP y Ciudadanos han conseguido hacer que el presidente parezca un hombre de Estado y que sus más firmes detractores encuentren un motivo para votarle. Se verá, si bien esta semana los testigos del procés han hecho más por la campaña de Sánchez y en contra de la de Casado que todo lo que se le atribuye al plenipotenciario Iván Redondo. Unos por olvidar todo y otros, por recordar demasiado.

De momento, los expertos -Tezanos aparte- dicen que en los últimos días el bloque de la derecha flojea, que Casado no termina de remontar, que Rivera no cubre las expectativas y que es imposible que VOX cuaje en las pequeñas circunscripciones. Si fuera así la realidad, a diferencia de en EEUU o Brasil, se habría impuesto al mundo paralelo de las fake. Y, entonces, ya sólo faltaría enterrar la hiperventilada estrategia de la confrontación y la visceralidad para empezar a afrontar las dificultades desde el acuerdo y poder hacer propio el "Valió la pena" con el que la presidenta del Congreso, Ana Pastor, cerró el último pleno de esta desquiciada Legislatura que ha dado poco más que inestabilidad, sobresaltos y disensos.