Barranco también se va
Barranco se despide para siempre de la actividad política porque siente, como antes Alfonso Guerra y antes Alfredo Pérez Rubalcaba, que su tiempo ha acabado; que todas las ambiciones son legítimas; que no le queda impulso ni ganas y que no se quiere ver, como algunos de sus compañeros de la extinta "mesa camilla", ni en un Consejo Consultivo, ni en los actos políticos de Ciudadanos, ni siendo instrumento de la derecha.
Ante la tumba de Enrique Tierno Galván y durante el transcurso del homenaje que cada año desde hace 29 rinde el PSOE al viejo profesor con motivo del aniversario de su muerte, el también ex alcalde de Madrid Juan Barranco anunciará este lunes su adiós a la política. Uno más. Otro "viejo rockero" al que le cuesta reconocer a esta España en tránsito hacia no se sabe dónde, y mucho más la senda por la que discurre la "nueva política" y el "nuevo socialismo".
Barranco se despide. Deja la presidencia de un PSM incapaz de enderezar el rumbo desde hace 20 años, renuncia al escaño de un más que nunca cuestionado Senado y abandona también la vicepresidencia de la Asamblea de Madrid. Se marcha con 67 años, con un gran sentido de gratitud a los madrileños (fue por dos veces el senador más votado) y a sus compañeros de partido. Y, aunque la decisión la lleva meses meditando, ha preferido hacerla pública en un momento de aparente serenidad en el sempiterno convulso Partido Socialista de Madrid.
Tranquilidad porque no hay en el horizonte cercano previstas ni elecciones primarias ni congresos ordinarios, lo que no quiere decir que las aguas bajen serenas. Todo lo contrario. Descienden por la plaza de Callao más que revueltas ante la hecatombe que se avecina en las municipales y autonómicas, porque el liderazgo de su secretario general, Tomás Gómez, es más cuestionado que nunca y porque los socialistas madrileños, como el resto de cargos orgánicos del PSOE, intuyen que más pronto que tarde las urnas y la irrupción de Podemos en el mapa político les arrebatarán la posición hegemónica de la izquierda que han ocupado en los últimos 40 años de la historia de España.
Jienense de nacimiento y vallecano de adopción, trabajó desde los 14 años en la Bolsa de Comercio de Madrid, fue encarcelado en 1973 por su actividad sindical clandestina y su solidaridad con los sindicalistas del "Proceso 1001". Un año después ingresó en el PSOE y en 1977 se convirtió en el diputado más joven de las primeras elecciones democráticas. En las municipales de 1983, ocupó el segundo lugar, detrás de Enrique Tierno Galván, en la candidatura del PSOE al Ayuntamiento de Madrid y formó parte del gobierno municipal del "viejo profesor" como primer teniente de alcalde. En 1986, tras el fallecimiento de Tierno Galván, se hizo cargo de una Alcaldía desde la que intentó combatir la especulación urbanística hasta que una moción de censura impulsada por el centro-derecha le arrebató el bastón de mando.
Barranco, durante su etapa como alcalde de Madrid.
"Estos señores no perdonan que Juan Barranco sea alcalde de Madrid siendo hijo de un campesino de Jaén que se vino a Madrid de peón de albañil... ¡Lo quieren con fortuna, con títulos! ¡No le perdonan a Juanito que venga del pueblo y que su padre sea un obrero!", dijo entonces su amigo Alfonso Guerra, quien se le adelantó en diciembre en la despedida de la política.
Juan Barranco ha sido protagonista de excepción de los vaivenes del socialismo madrileño y, a pesar de que se alejó de la intensidad de la vida orgánica del PSM en 1996 para regresar a las Cortes Generales, nunca perdió influencia en las cuestión que afectaban a la federación madrileña. En 2011, apoyó a Tomás Gómez en su pulso con la dirección federal de José Luis Rodríguez Zapatero por su candidatura a la Comunidad de Madrid y se convirtió en uno de sus hombres de confianza. El ex alcalde de Parla le premió por su amparo con el tercer puesto de la lista electoral, después con un escaño en el Senado designación autonómica y como vicepresidente de la Asamblea de Madrid.
Hoy su relación con el controvertido Gómez no es la misma que hace cuatro años. De hecho, el secretario general sabía de su intención de abandonar la política, pero no que lo haría antes de acabar esta Legislatura, y mucho menos que hoy lo anunciaría en el cementerio de La Almudena ante la tumba del que fuera su mentor.
Barranco se despide para siempre de la actividad política porque siente, como antes Alfonso Guerra y antes Alfredo Pérez Rubalcaba, que su tiempo ha acabado; que todas las ambiciones son legítimas ("aunque unas vuelen y otras se arrastren"); que no le queda impulso ni ganas y que no se quiere ver, como algunos de sus compañeros de la extinta "mesa camilla", ni en un Consejo Consultivo, ni en los actos políticos de Ciudadanos, ni siendo instrumento de la derecha. Son tiempos, estos, de otra política en los que el marketing se antepone a los principios; la imagen a los compromisos y la ética y los "telepromter" al verbo suelto y a aquella política que algunos hicieron, como recuerda nostálgico el protagonista de este post, con la edad de la inocencia hoy ya perdida.