El bosque se tiñó de rojo sangre
El día que dejé de vivir en el campo y me mudé de nuevo a la ciudad supe que, a pesar de todo, los bosques que me habían visto crecer durante todo un año viajarían conmigo para siempre, sin importar cuál fuera mi destino. Lo que nunca imaginé es que la noticia de que una parte de esos magníficos bosques estaban siendo talados me haría llorar.
Fotos: Roberto Pedraza Ruiz.
El día que dejé de vivir en el campo y me mudé de nuevo a la ciudad supe que, a pesar de todo, los bosques que me habían visto crecer durante todo un año viajarían conmigo para siempre, sin importar cuál fuera mi destino. Lo que nunca imaginé es que la noticia de que una parte de esos magníficos bosques estaban siendo talados me haría llorar. Hasta ese momento pensaba que mi relación con la naturaleza había cambiado profundamente, pero una parte de mí tenía miedo de volver a ser una urbanita más que no siente dolor ni empatía ante una masacre ambiental. El bosque, de alguna manera remota mi bosque, se tiñó de rojo sangre y sus gritos llegaron hasta mí, a miles de kilómetros de distancia. Hoy os cuento el por qué de mi dolor.
Los que hemos crecido en ciudades pensamos en los bosques como conjuntos de árboles, hierba, piedras y, en el mejor de los casos, algún riachuelo que lo cruza y que adorna el paisaje. Lo que muchos ignoramos es que un bosque es un ecosistema que todo el tiempo corre peligro. Si varios árboles grandes desaparecen de repente, se crean grandes huecos a la altura de las copas y por ellos las tormentas se pueden colar con facilidad y otros troncos podrían ser derribados. Además, el calor del verano penetra hasta el suelo y lo seca, y la falta de agua y humedad es un problema del que difícilmente se puede escapar.
Por ello, cuando hace unos días me contaron que cedros, abetos, pinos y encinos estaban siendo derribados por miles en dos zonas núcleo de la Reserva de la Biosfera Sierra Gorda, la más ecodiversa de México (a su vez, el quinto país del mundo en biodiversidad), los ojos se me empañaron. El escarnio continúa mientras escribo estas líneas. Están matando a un gigantesco ser vivo que no puede defenderse.
Recuerdo que, en mis primeros paseos por el bosque, solo pensaba en lo que crecía de suelo hacia arriba. Estaba tan ocupada en esquivar telas de araña e insectos que paseaba como una madre cuando camina de puntillas porque sus bebés por fin se han quedado dormidos. No tocar nada, no exponerse a la picadura o mordedura letal (al menos en mi mente) de ningún animal, por pequeño que fuera.
Sin embargo, con el tiempo, la invaluable ayuda de mi mentor y algunas lecturas recomendadas, fui entendiendo que lo que vemos es solo una fracción de segundo de la obra que se representa en el escenario de un gran teatro.
Bajo la tierra, lejos de nuestros ojos, las raíces de los árboles se extienden más del doble de la amplitud de sus copas. Las raíces de unos y otros ejemplares se entrecruzan y entre ellas se intercalan los finos filamentos de los hongos, que actúan como la fibra de vidrio de las conducciones de internet. Y así, aunque nos parezca imposible, una cucharadita de tierra de bosque contiene varios kilómetros de hifas, una parte del hongo, que sirven tanto para nutrir al árbol como para pasar información sobre sequías, insectos y otras amenazas.
En esta parte es donde los escépticos empiezan a ponerse nerviosos y a pensar que los que creemos en todo esto estamos invocando a la magia, al poder de sobrenatural y comienzan a tildarnos de locos, ilusos e imaginativos. Lo bueno, a día de hoy, es que la ciencia avanza a pasos agigantados. Y ninguna de estas cosas son cuentos donde los gnomos y las hadas campan a sus anchas, sino pura observación y medición.
Por ello, cuando recordé que en esas dos zonas núcleo, la Cañada de las Avispas y la Hoya del Hielo, es donde habitan jaguares, pumas, margays, magnolias endémicas y otras especies que apenas han sido descubiertas, las lágrimas corrieron por mis mejillas y la rabia se me instaló en el corazón y en el pecho. Están aprovechándose de que los bosques no gritan, no muerden y no pueden denunciar las atrocidades que se cometen contra ellos.
"En varios de los troncos apenas aserraron una o dos trozas, y lo demás quedó tirado para que se descomponga en el bosque. Sierran la madera y la arrastran a sus casas, solo hay que seguir el sendero con las marcas", me dijeron entonces. Luego vi algunas fotos, y ya no quise seguir viendo más.
Los taladores, vecinos de tres pequeñas poblaciones de esta Sierra (San Juan de los Durán, La Cercada y La Yesca), son personas que aprovechan el vacío de la autoridad ambiental y que ven en la tala una magnífica oportunidad de ganar un dinero miserable. Por ignorancia y voracidad, derriban árboles centenarios como si fueran una bicoca.
Una cadena es sólo tan fuerte como lo es su eslabón más débil, dice un antiguo dicho. Los árboles también funcionan bajo esta premisa, y ahora dos de las zonas más importantes de una Reserva de la Biosfera que es reconocida por la UNESCO han sido heridas de muerte para conseguir una cuántas monedas que no sacarán a nadie de la pobreza.
En los últimos 25 años, los humanos hemos destruido el 10% de las áreas naturales del planeta. En 100 años podría no quedar ninguna, señala un reciente estudio. Ahora que por fin sé lo que eso significa y cómo influye decisivamente en mi vida y en la de mis seres queridos, por muy lejos que esté, sé por qué lloro cuando me dicen que el bosque está siendo masacrado.
Ojalá pronto todos lloremos juntos. Eso sería señal de que las cosas empiezan a cambiar.
Apoyar a la Sierra Gorda es posible y sencillo. Otras regiones del mundo lo tienen más complicado porque no hay ninguna institución o gobierno detrás que se ocupe de ellas. En el caso de esta Reserva de la Biosfera, se pueden realizar donaciones que van destinadas íntegramente a los propietarios de los bosques que están dispuestos a preservarlos. A cambio de su protección y cuidado reciben un pago justo. De esta manera se les ayuda a salir de la extrema pobreza en la que viven y realizan una labor que nos beneficia a todos.
Grupo Ecológico Sierra Gorda se encarga de vigilar que los acuerdos se respetan.