Yunior García: "La realidad de Cuba hay que cambiarla y nos toca a nosotros como generación"
El dramaturgo y activista, ahora en España, defiende reformas estructurales en la isla y destaca cómo los ciudadanos van saliendo de "Matrix" y reconociendo la dictadura.
Habla a borbotones, como esa lava palmeña que todo lo arrolla sin que nada de lo que encuentra a su paso parezca un obstáculo. Suena liberado. A veces se recrea en las palabras como quien lleva mucho sin pronunciarlas, quizá porque es así, o porque tienen un gusto diferente en la distancia. Yunior García Aguilera (Holguín, Cuba, 1982) es un actor, dramaturgo y activista que acaba de llegar a España tras impulsar la Marcha Cívica por el Cambio en su país, convocada para el 15 de noviembre y que quedó en nada por la presión del Gobierno de La Habana.
Su confinamiento y aislamiento en su propio domicilio, rodeado de fuerzas del orden y sin acceso a internet, fue un punto de no retorno, un bloqueo que superó las retenciones e interrogatorios previos y le hizo aceptar la posibilidad de salir de la isla por un tiempo. Ahora, desde Madrid, en un encuentro auspiciado por Venezuelan Press y Reporteros Sin Fronteras, reflexiona sobre su salida, su causa, el pasado y el futuro de su país. Dice que seguirá peleando porque se niega a dejarle a su hijo en herencia la misma Cuba que él ha vivido y que cada vez más conciudadanos suyos se dan cuenta de que estaban “en Matrix” y van tomando conciencia “de que Cuba es y siempre ha sido una dictadura”.
La marcha
El pasado 17 de noviembre, García llegó a España con un visado de turista y en un vuelo comercial. Dos días antes, iba a haber protagonizado una protesta insólita, impulsada por la plataforma Archipiélago, de la que forma parte, contra la violencia, por la liberación de los denominados presos políticos y la solución de las diferencias por la vía democrática y pacífica. Pero la policía rodeó su casa y cortó sus comunicaciones y lo más que pudo hacer fue colgar de su balcón un trapo que decía: “Mi casa está bloqueada”.
Recurre a la frase conocida de que la realidad siempre supera la ficción para explicar cómo pasó del encierro a la escapada, al vuelo y a España. “Hay cosas que ocurren en la vida real que si uno las escribe tal cual resultan inverosímiles, las personas dicen que no, que es imposible que eso ocurra, que es un truco de autor y hay que eliminarlo, pero así han pasado en la vida de los cubanos”, resume. “Todavía hay cosas que no sé, cosas que nunca sabré, hay preguntas en Cuba que quizá nunca tengan respuesta, que no están en ningún lugar porque alguien se ha encargado de guardarlo muy bien, de limpiar muy bien su huella”, añade.
A la pregunta de si el régimen facilitó su salida, confiesa que es una pregunta que se hace “desde el minuto uno”. “Desde que el auto que nos sacó de la casa en la noche del día 14, casi en la madrugada del 15, desde que pude salir de mi cuadra [en el barrio de La Lisa, a varios kilómetros del centro de La Habana] sin que la patrulla que estaba en la esquina me detuviera... Obviamente, yo estaba casi convencido de que aquello era una trampa”, cuenta.
Pensó: “Me están dejando salir por alguna razón, me van a llevar a algún lugar, no sé adónde, me van a detener en el último minuto… pero tenía que confiar en las personas que estaban sacándome de lo que para mí había sido un infierno ese día, que era mi casa”. Narra esas horas de encierro con angustia aún viva. “Lo que viví ese día no lo puedo comparar siquiera con lo que viví el 11 de julio, cuando a un grupo de jóvenes nos lanzaron a un camión de basura y nos llevaron al Vicac [una cárcel cubana conocida por albergar a decenas de presos políticos], pero ese día yo estaba enfrentando sin miedo lo que me pasaba, porque era yo y mi destino, y punto, mi voluntad de ser firme, que hagan conmigo lo que quieran”, rememora.
El día 14 fue “distinto”, estaba en su casa, con su familia, con su esposa y con su suegra, que nada tiene que ver con el activismo. “A ella podían hacerle las cosas con las que estaban amenazándome a mí”, resume su miedo. “En algún punto ese día llegué a sentirme solo, estaba incomunicado, no tenía internet ni teléfono, me preguntaba cómo era posible que no llegara hasta allí ningún amigo, que nadie se acercase a mi casa, esas dudas que el régimen quieren que te plantees”, dice. Y se responde: no podían porque el lugar estaba sitiado y las redes, inutilizadas. Luego lo supo y lo entendió. Sí tuvo arropo, pero no le llegó.
“Su estrategia es esa, bloquear no sólo a la sociedad, como pueblo, sino al individuo, hacerte sentir aislado, que te decepcionen. No es por gusto que, en el último interrogatorio que me hicieron, usaron a una psicóloga y buscaron a una que se parecía físicamente a mi madre; todo el tiempo intentan meterse dentro de tu cabeza, hacerte sentir que estás solo, hablar de la familia... Son cosas que no todo el mundo puede aguantar”, tuerce el gesto.
Pero llegaron unos amigos, le dijeron que lo iban a sacar y los creyó, confió en ellos. “Hasta que ese avión no despegó, estuve pensando hasta el último minuto que la seguridad iba a aparecer allí, incluso que se iba a tratar de un show, me van a agarrar saliendo por el aeropuerto, van a tener ahí sus cámaras, van a hacer un programa de “Yunior está escapando”, me van a llevar preso y van a ganar doble. Una, porque me van a tener dentro de la cárcel, y dos, porque entonces van a venderle al mundo la imagen de alguien que traicionó y nadie va a hacer absolutamente nada por sacarme de la cárcel”, explica.
Hasta que no despegó el avión no se le fue esa convicción. ¿El régimen sabía de su marcha? “Por supuesto que lo sabían, sabían que me estaba yendo. En el aeropuerto ni siquiera nadie me miró extraño, la persona que en la taquilla me vio el pasaporte y el check-in por supuesto que me conocía, mi cara era la cara más conocida de la televisión, todos los días mi rostro salía como si yo fuera Drácula, mi nombre lo dominaba una buena parte del país. Todo el mundo sabía quién era yo y que estaba saliendo y no sentí reacciones, estaba todo planificado, sabían que me iba y lo estaban permitiendo por alguna razón”, indica.
Y esa razón la tiene clara: “Cuba siempre ha jugado al destierro como una carta a ganar, a ellos les preocupa lo que pase dentro, si estás fuera es un problema menos o un problema menor. Prefieren sacar a los incómodos y el destierro es algo que ellos han usado siempre. Quizá esperaban que yo al llegar a España pidiera asilo. No lo hice. Quizá llegar aquí y decir voy a volver es algo que ahora los tenga corriendo”, sonríe.
Nada más aterrizar confirmó que volvería. Lo sigue pensando, una vez que van pasando los días. “En algún momento lo haré. No puedo decir cuándo, ni cómo, pero yo planeo volver a Cuba”, repite.
Su papel
García se ha visto elevado al papel protagonista en la lucha popular contra el Ejecutivo de Miguel Díaz-Canel y los demás herederos del castrismo, pero no era lo pretendido. Dice que escapa de liderazgos y protagonismos y que su papel es de compromiso, desde su papel de creador. Las circunstancias le han llevado a la situación de hoy.
“Mucha gente me pedía liderazgo: “tienes cualidades de líder, tienes que tomar la responsabilidad de liderar, es muy cómodo que no quieras ser líder…”. Yo siempre dije que no era político, que era un artista que estaba haciendo activismo y cosas políticas pero que no tenía aspiraciones políticas. Yo no quiero un cargo. De hecho, en mi grupo de teatro (Trebol) ni siquiera he querido ser director general, la dirección ha rotado entre los actores porque son cosas que me agobian, me aburren, todo ese tema de las reuniones, de tomar decisiones. Yo soy un creador. Siento que mis cualidades son de creador, me gusta organizar, proponer, trazar estrategias, impulsar ideas, lanzar posibilidades de acción, pero no la de líder, la de jefe, la palabra jefe no me gusta para nada”, argumenta.
Pero “en un momento, a pesar de que Archipiélago era una plataforma horizontal, sin una jerarquía, empezaron a verme todo el tiempo como líder. El régimen se aprovechó de eso y, sabiendo que el caudillismo y el tema del mesías es algo que nos ha caracterizado lamentablemente durante mucho tiempo como país, sobrexplotaron mi imagen, intentaron hacer ver que Archipiélago era una sola persona, que el movimiento era una sola persona, cuando no era así, sino algo absolutamente plural”, defiende.
Fuera de su casa, entiende que su papel ahora es reivindicar que los liderazgos “deben estar siempre dentro de Cuba”, por lo que su papel “es más bien de una especie de vocero, soy un portavoz de Archipiélago”, distinguiendo cuándo habla por sí mismo y cuándo por su organización, una de las que más activamente están pidiendo libertades en isla en los últimos tiempos. “Mi papel siempre, siempre, va a ser contra la dictadura, por lograr tener un país libre y democrático. Y eso lo voy a hacer solo, acompañado, en la última fila, en la penúltima… No estoy haciendo esto ni para ganar aplausos ni para ganar un nombre, estoy haciendo esto porque no le voy a heredar esto a mi hijo”.
Llega a lo nuclear, a la raíz de su causa, que reitera insistentemente durante la entrevista: los nuevos cubanos no pueden vivir lo mismo que los cubanos pasados. “La realidad de Cuba hay que cambiarla y nos toca a nosotros como generación. Cada uno como pueda, desde la posición que pueda, con el talento que tenga, con el valor, más o menos, con el ritmo, con la velocidad que decida emplear, pero es un asunto que nos toca hacer como generación, porque no les podemos seguir pasando esa carga a nuestros hijos”, sentencia.
La razón del levantamiento
El autor no duda en señalar la irrupción de las redes sociales como determinantes a la hora de sacar a flote el descontento de los cubanos, una generación joven criada con la revolución, que se ha beneficiado de algunas de sus mejores conquistas, como la educación, pero que a la vez quieren más, son conscientes de su falta de libertades y oportunidades y piden cambios.
“Siempre hubo opositores, incluso brillantes, que lograron grandes cosas, pero no tenían forma de llegar a una buena parte de la población, porque el régimen controlaba absolutamente toda la prensa, toda la televisión y toda la radio, y muchas veces estos opositores eran más conocidos fuera de Cuba que dentro. Sin embargo, las redes sociales lo transformaron todo, ahí sí todo el mundo tenía la posibilidad de transmitir una idea, de conectarse con otras personas que pensaban similar, tener debates sobre temas que no existían en las instituciones, en los canales establecidos, para poder discutir”, argumenta. Internet y los datos móviles “cambiaron las reglas del juego”, apuntala.
Hay un cambio mental, también. “Estamos hablando de un régimen que no tiene nada que ver con ideologías, estos regímenes han usado las ideologías como excusa, se han escudado en ellas. Ahora en Cuba hay una generación grande de jóvenes que no quieren que los etiqueten. No quieren identificarse ni de izquierdas ni de derechas ni de centro, por supuesto que la mayor parte de los cubanos cree en la libertad, en la democracia, comprende que vive en una dictadura, sabe que eso hay que cambiarlo, sueñan con un estado de derecho real, con separación de poderes, con libertad de mercado, porque está demostrado que si no se le permiten determinadas facilidades a la gente para que desarrollen emprendimiento, para que puedan crecer es muy difícil que un país se pueda desarrollar”, describe.
Se queja de que sus ciudadanos “jamás” han podido debatir “abiertamente sobre cuestiones política e ideológicas, además. Niega la mayor de una educación abierta, completa, libre. “En Cuba no hemos tenido educación, hemos tenido adoctrinamiento, es muy difícil que en las escuelas se le hable con libertad a los estudiantes sobre qué cosa es la socialdemocracia, qué cosa es ser liberal. Esos conceptos los cubanos los conocen por arribita, incluso quienes estudian carreras relacionadas con esto, porque ni hay acceso libre a toda la literatura necesaria para formarse sobre estos puntos ni tampoco hay debates abiertos y libres donde la gente pueda presentar ideas, discutir. Entonces, en Cuba hay una gran ignorancia política que está matizada por un adoctrinamiento feroz por parte del régimen”.
Como artista y como intelectual, García se sitúa del lado de la “justicia social”. “Me acerca al tema de que no haya brechas injustas entre la sociedad, que los más pobres no queden totalmente abandonados, de favorecer a quienes más lo necesiten, pero al mismo tiempo, mezclado con libertad, con que las personas puedan tener sueños, emprender y llegar a la cima de sus posibilidades. Sin que tengan limitaciones absurdas que les impidan realizar sus sueños”. Esas son las ideas “intactas” que dijo que tenía al llegar a Madrid. “Más abstractas que bien definidas políticamente porque no soy un político”, afina.
Lo que sí deja claro es el fondo de todo su pensamiento y su acción: “Entiendo que Cuba tiene que cambiar de forma radical, no se trata de reformas y de maquillaje, porque la estructura es lo que impide que tengamos libertad. Es una dictadura con todas sus letras, un régimen autoritario que está compuesto por militares, burócratas y empresarios, que sencillamente han secuestrado la soberanía de un país y que están aferrados a ese poder y están dispuestos a hacer lo que sea para que ellos y sus familias disfruten eternamente de los privilegios que da el poder”, remarca.
A quien no lo vea así, da igual la tendencia que tenga, se le acaba acusando de lo mismo, denuncia, “no importa quién seas, puedes se la madre Teresa de Calcuta o Lenin resucitado”. Se repiten los señalamientos: “mercenario, entrenado por la CIA, agente al servicio del Gobierno de los EEUU”. En su caso, decían que era un mercenario y hablaban “de millones”, y cuando pidió pruebas de su supuesto desfase, presentaron como pruebas las recargas telefónicas que le hacían amigos y familiares desde el exterior. Un “descaro”, dice, que iba a la línea de flotación de Archipiélago: las conexiones.
“Todo el trabajo que estaba haciendo lo hacía desde internet, Archipiélago no era un partido político, quizá desde fuera es complicado entenderlo, se piensa en oficinas, logística, empleados, automóviles… Somos muchachos con teléfono, aislados, que a veces no podíamos comunicarnos, sufriendo cortes de internet, buscando trucos y líneas de amigos ara conectarnos cinco minutos y lanzar un mensaje o un post. Muchachos con teléfono cogiendo guaguas, como decimos en Cuba. De pronto el régimen, que sí tiene todas las instituciones, las armas, el ejército, los tribunales, todo, empezó a temblar ante un grupo de muchachos con teléfono y usó todo el poder que tenía para amenazar, amedrentar, humillar, sacar de quicio, descompensar psicológicamente a estos muchachos con teléfono”, remarca.
Pese a la llegada de Internet a los móviles cubanos en 2018, ha seguido y sigue habiendo limitaciones en su uso, porque el Gobierno “no midió bien lo que significaba entregarle internet a las personas”. “Subestimaron la capacidad que tienen los individuos de usar su libertad y sobrestimaron la capacidad que ellos tenían de controlar la libertad de las personas. Se les fue de las manos. Trataron de prever las cosas: varias páginas cerradas a las que no se podía tener acceso, determinados cortes que podrían hacer individual o globalmente cuando les conviniera, o sus ejércitos de perfiles anónimos, todos iguales”.
Pero eso “no les bastó” y empezaron a crearse leyes “para multar a cualquiera por una publicación en Facebook que ellos consideraran antigubernamental, por ejemplo, y todo este fenómeno de la censura le dieron apariencia legal. A veces te argumentan: “espera, tú has cometido un delito, la ley dice que no lo puedes hacer”. Y yo entonces recuerdo el caso de Rosa Parks: ella estaba violando una ley, pero lo que estaba mal no era su actitud, sino una ley injusta”, remata.
La evolución
García se hace muchas preguntas sobre su implicación en la causa crítica en Cuba. Desde su actual marcha hasta sus intentos de negociar con el régimen, que ahora entiende fallidos. “Hemos aprendido de ese periodo de negociaciones que fuimos, muchos, realmente ingenuos”, concede. Se remonta a 2020, a noviembre, cuando grupos de intelectuales, tras manifestarse ante el Ministerio de Cultura, llegaron a hablar con los mandatarios.
Diálogo, insiste, es una vía que necesita de una base, de “posibilidades reales de transformar las cosas”, pero se ha dado cuenta, dice, de que eso no pasa en la Cuba de hoy y por eso esa ya no la contempla como una vía para hoy. Los opositores, si no se dan esas circunstancias, pueden “perder credibilidad y confianza”.
No se arrepiente de aquello, porque dice que “demostró cosas a un sector de la intelectualidad que aún creía que por ahí se podía sacar algo y a una izquierda internacional que seguía creyendo que aquel es un régimen de izquierdas que no, que son simplemente una dictadura y punto, unos gordos ahí en guayabera aferrados a sus privilegios que no los van a soltar”. ”¡Todos ellos son más capitalistas que Bill Gates!”, completa.
A su juicio, esa es la clave, caerse del caballo, reconocer la situación y airearla. “El asunto es ese, salir del closet. Es como descubrir o aceptar tu condición sexual, puede que lo hayas sabido toda la vida pero un día dices: “punto”. Abres y dices; “ya está, es lo que soy, qué me importa lo que me digan”. Eso mismo ocurre con alguien que de pronto dice: “ok, esto se llama dictadura. ¿Qué van a hacer conmigo?”.
Da vueltas todo el rato a la palabra, dictadura, tan espinosa e incómoda para determinados mandatarios, incluyendo los españoles. “Todo el mundo que vive en Cuba sabe que es una dictadura, de eso no le queda duda a nadie. El asunto está en si uno lo dice, si uno lo reconoce, si lo dice en voz alta. Es algo que también pasa en Europa. Los que no dicen la palabra “dictadura” cuando intentan describir lo que es Cuba están describiendo justo el concepto de dictadura. No se atreven a mencionar la palabra, solamente”, reflexiona.
Vuelve: “el tema está en salir”. “Todo el mundo se mantiene en una posición de confort, cómoda, pero todo eso al final nos mantiene en el mismo lugar y reproduce un sistema de injusticia tan terrible que descarta cualquier tipo de inteligencia en quien asume una posición cómoda con respecto a lo que pasa en Cuba”. Y como, llegados a ese punto de conciencia, “no había nada que lograr por los canales establecidos, porque es un régimen que no está dispuesto a cambiar, para nada”, pues han llegado las protestas.
El dramaturgo endurece el tono cuando afirma que “sempre fue una dictadura Cuba”, si se exceptúan algunos meses iniciales, “de romanticismo y rebeldía” tras la revolución que venció en 1959, “pero desde que decidió que sería un territorio de ultramar de la URSS, ya obviamente había que defenderlo de manera dictatorial y ya una vez que la revolución empezó a devorar a sus propios hijos, se convirtió en una dictadura, se acabó la libertad de expresión, de reunión, de organización”.
Habla de realidad existente y de maneras de darse cuenta de ello, pero el hecho en sí ya estaba, viejo de décadas. Tocaba asumirlo. “Hablamos de fenómenos, no de la cosa en sí, sino de la cosa para mí, y aunque la cosa siempre fue una dictadura, muchas personas se resistían a reconocerlo. Es como en Matrix, tú de pronto no te puedes dar cuenta de que estás dentro de un programa de computadora, para ti esa es la realidad; tiene que venir alguien que te diga algo y sacudirte y hacer que te des cuenta de que en realidad lo que ves no es lo que tú crees, es otra cosa”. Siguiendo con el ejemplo de las Wachowski, llega en un momento en que los ciudadanos “se arrancan esta cosa detrás de la cabeza que vimos en Matrix” y así descubren “que lo tenían delante de sus ojos era una ficción”.
Un deseo común
García se duele de la falta de unión de los opositores cubanos porque, al fin, acaba siendo una fortaleza para el régimen. De ahí que llame a la unidad, haya cosas que “unan o separen”, en busca de “logros concretos”. “Si nos estamos enfrentando a un régimen de pensamiento único, intolerante, no se puede combatir con pensamiento único e intolerancia del otro lado. No se trata de hacer el negativo de la dictadura, no puede ser lo opuesto de la dictadura, hay que modificar todo el paisaje”, defiende.
“Si contra lo que estamos luchando es contra esa cosa monolítica, entonces hay que hacerlo con diversidad, respeto, tolerancia, aceptación del que piensa diferente, diálogo transformador. Los objetivos son comunes. Eso es lo que hay que construir. De lo contrario...”, se le pierden los ojos en el pasado. “Ya sufrimos la dictadura de (Fulgencio) Batista, la revolución supuestamente prometía restaurar la democracia y se convirtió en una dictadura peor, lo que jamás nos puede pasar a los cubanos es que vayamos a construir una dictadura más grande todavía cuando se acabe ésta. Basta ya de los ciclos dictatoriales, de pensamiento único, intolerantes”, reclama.
Lo defiende, más aún, cuando pasan ya cinco años de la muerte de Fidel Castro y las cosas cambian poco. “A él hay que reconocerle que era un excelente demagogo, tenía en don de la palabra, uno se pregunta cómo tanta gente estaba fascinada por un hombre que estaba enfermo de ego pero mucha gente le quería, lo vio como un símbolo, algo diferente, y tenía carisma y liderazgo”. Ahora, dice, “no es el caso”, con un liderazgo de “mediocres”. “Absolutamente nadie los sigue en Cuba. Cuatro señoras dicen dos o tres consignas, pero cualquiera sabe que Díaz-Canel no tiene liderazgo, no tiene carisma”, critica.
Ahora, sin el líder de la revolución y sin su hermano Raúl, retirado, el escenario es otro en cuando a mando y el cubano “es un pueblo un poquito más dispuesto a ser libre, aunque por supuesto que siente miedo todavía”. Arranca ahí la lucha, explica, pero entre esas divisiones que lo atormentan. “He tenido momentos de; “ay, ya, suficiente”; he puesto en riesgo mi vida, he sacrificado a mi familia, he hecho pasar malos ratos a mi esposa, he perdido tiempo de estar con mi hijo, y al final lo que recibo es esto”, confiesa.
Pero luego le da una vuelta y se responde: “No tengo derecho a hacerlo, no tengo derecho a deprimirme ni a estarme quejando o lloriqueando porque alguien me critica o porque alguien no entendió una decisión. Punto. Tengo el objetivo claro y voy adelante con ese objetivo aunque me quede solo. Porque es mi decisión, no lo estoy haciendo por aplauso, sino porque no voy a heredarle a mi hijo lo mismo que he tenido que vivir yo. Y se acabó. Da igual quien no esté de acuerdo conmigo. Ese es mi objetivo. Y voy hacia allí. Nadie se puede bañar dos veces en el mismo río, el contexto es otro, los que están al frente de la dictadura son otros y nosotros somos otros. No es que algo ya se intentó en el pasado, es que ahora podría funcionar, porque todo es nuevo”, se ilusiona.