Por qué Abascal no va a otros programas pero sí a 'El Hormiguero'
El líder de Vox se merendó a Pablo Motos de una manera bochornosa.
Cuando toreaba Jesulín de Ubrique, España retomó un término que está en su esencia: el tremendismo. Hoy, con el siglo XXI camino de ser ya venerable, la palabra tiene una vigencia total gracias al amor por el drama en política y nosotros sucumbimos a su encanto, al atractivo enorme que tiene el apocalipsis cotidiano. Fui uno de los 4.090.000 espectadores que vio a Abascal en El Hormiguero, es decir, fui uno de los que convirtió el programa en líder absoluto del día en todas las televisiones y en el tercero programa más visto de su historia. El tremendismo de las redes me colocaría como un traidor a la democracia, en esos términos nos movemos pero lo cierto es que lo vi con mucho interés.
No me gusta Pablo Motos ni me gusta su programa, de hecho ha sido el primero que he visto en muchos años y saqué algunas conclusiones que pueden ser interesantes a alguien que no tenga nada mejor que hacer que leerme. La primera es que Abascal se lo merendó de una manera bochornosa. El pelirrojo quiso aparentar que era un periodista, nada más lejos, y le puso a huevo el triunfo al líder de Vox con preguntas en las que, una tras otra, Abascal le daba revolcones suaves, disimulando además la peligrosidad que acarrea este partido. Aquí descubrimos por qué no va a otros programas y sí a este donde el presentador no es más que un vendedor de audiencia que vive del gracejo ligero, tal vez por eso no quiere ir a La Sexta o a Onda Cero. Pensé en algún momento qué maravilloso sería ver a Abascal con Julia Otero, algo que no ocurrirá.
Tendemos a pensar que Abascal es tonto pero no lo es, o los que tiene detrás no lo son, y la prueba es que se escapó hasta de lo de Ortega Smith y las trece rosas violadoras, y aquí está el argumento principal y la razón de su éxito en El Hormiguero: lo de anoche no fue periodismo, fue entretenimiento para toda la familia, o lo que viene ser lo mismo, una operación para humanizar a un hombre que tiene detrás los restos de Falange y capitaliza la nostalgia del franquismo. Solo Pablo Motos se hubiera prestado a hacer algo así por la audiencia, es decir, por el dinero. No me gusta la forma en la que lo están despellejando en redes porque él no miente, si bien tampoco no le podemos pedir más.
Se ha dicho también que el próximo paso es que invite a La Manada. El tremendismo nos puede y aquí hay que distinguir entre el presidente de un partido que juega a la democracia, como hizo Hitler, y unos violadores convictos. Tal vez sería más interesante que invitase a Otegi, ese programa sí lo petaría y las redes harían la ola a favor y en contra como nunca, pero eso no ocurrirá. Tal vez con esto último se me llame tremendista a mí porque Otegi defendió a unos criminales, pero Abascal, con un aplomo impresionante, asumió que parte de su equipo es franquista, y el franquismo dejó muertos por cientos de miles frente a menos de mil de ETA. Desde el punto de vista de la historia y la inteligencia es bastante peor llevar allí a Abascal que a Otegui.
Este programa dejó claro también que somos animales digitales gregarios. No todo el mundo vio el programa como yo, de hecho hubo quien aprovechó para hacerle la pelota a Motos, probablemente con el fin de aparecer detrás de Trancas y Barrancas, como el caso de Soto Ivars. El joven periodista dijo “sujétame el cubata” y escribió en Twitter: “Yo creo que Pablo Motos ha demostrado esta noche que es un profesional como la copa de un pino. Presión enorme, entrevista difícil, formato incompatible, y ha toreado la noche como un señor”, y se puso a esperar el WhatsApp de Pablo invitándolo y dándole las gracias. Soto no se preguntó por qué Motos no había utilizado la dureza que exhibió ante Pablo Iglesias, ni por qué Abascal no dejó de bromear y sonreír todo el tiempo con la seguridad de quien está en casa acariciando un gatito.
Finalmente, el programa evidenció que somos muy tontos. El llamamiento al boicot ha hecho que el programa hiciera historia de la televisión con un share estratosférico, pero es que los que pidieron el boicot lo vieron a escondidas, y si no esperaron a que se lo contaran. Me acordé en algún momento de la frase de un jerarca franquista y pensé que el ejército de salvación revolucionaria de Twitter está al borde del precipicio pero dará un decidido paso al frente.