Yo perdí el debate
Y ganaron los que ganan siempre.
Cinco tíos son maquillados en Madrid y memorizan ataques impostados. Están listos para su gran momento. Mientras tanto, una chica de 25 años hace equilibrios para mantener la bicicleta, el cajón de comidas a domicilio en la espalda y a su bebé, una niña de meses, que lleva en una mochila en el pecho. La niña va primorosamente vestida de rosa y protegida del frío con un mono de felpa. La madre consigue mantener la estabilidad entre la precariedad de la espalda y la promesa de poder criar a su hija en el frente, pero el tráfico no entiende de amores. Al final del día, después de haberse expuesto ella y su niña a un destino espantoso, cobra una miseria y vuelve a casa.
Los cinco tíos encaran los atriles. Los focos. Las luces. Empieza el espectáculo.
Aunque lo saben, ninguno dirá que hemos construido un futuro de mierda, que hemos edificado una mentira insoportable en la que unos naufragan y de la que otros se abstraen. Hemos fracasado como sociedad pero los cinco tíos no hablarán de eso, en sus tarjetas los argumentos son de cercanías, urgentes, porque saben que su fecha de caducidad es de cuatro años. Se pelean en directo con un fin mayor: recibir una concesión del estado, es decir, de todos, con forma de mandato democrático. Los cinco despliegan un infierno de testosterona en el que uno dice que los que no son como él son violadores y asesinos que vienen a robarle el trabajo a los españoles. No todos son iguales, uno piensa en la chica de la bici, pero los cinco coinciden en una cosa: llaman partido a sus empresas y toda España compra el mensaje.
En Sevilla, una señora de Madrid que dirigió fraudulentamente un estudio de arquitectura va a un barrio tranquilo a decir que los chicos acogidos en un centro son violadores. No han violado a nadie, viven una situación difícil y están lejos de su familia. La señora de Madrid ha ido a intentar que los demás crean que son violadores. La acompaña un juez prevaricador que se burla públicamente de las violaciones grupales. No se ha demostrado que los chicos hayan mentido o robado pero los dos adultos culpables van a pedir el linchamiento de menores inocentes. Millones de personas los votarán. Miles de personas sin corazón son cómplices de estos dos.
Los cinco tíos se crecen. El maquillaje ha fallado y se les ve pálidos y ojerosos. La tensión se ha ido acumulando en sus facciones y no hay margen para la risa, la simpatía o el afecto. Solo malos sentimientos, acidez y odio impostado caben en las palabras de los que quieren gestionar nuestras vidas. Las figuras de los cinco parecen alargarse como vampiros de cine negro. Las sombras se hacen nítidas en el escenario, porque todo esto no es más que teatro, melodrama.
En el Mar Menor se asiste al debate con expectación. Algunos se juegan mucho dinero. No es el agricultor idílico de la azada, son dueños de empresas grandes que solo pretenden explotar la tierra hasta que se agote: entonces se marcharán o reconvertirán la negocio. Muchos ni siquiera han comprado el suelo que castigan con productos químicos, lo alquilan para reducir el riesgo y hacer crecer el beneficio. A pocos kilómetros un mundo submarino muere minuto a minuto. Han exterminado un mar por ganar dinero.
En Barcelona un jefe se frota las manos con el espectáculo de los cinco tíos. Ha llevado la violencia al extremo en las calles de Barcelona, está dispuesto a quemar su propio país para que su empresa tenga un país nuevo. En ese país se olvidará la corrupción anterior, porque será el jefe de los jueces también. En el juego de ese tipo, el más despreciable de todos, es fortalecer la extrema derecha para desestabilizar España, llevarla al odio interno y al desastre. Tiene una sagrada misión que cumplir ya que, al fin y al cabo, tiene otro jefe que se juega la cárcel con toda su familia en esta aventurita llena de banderas y jóvenes héroes románticos con pasamontañas.
Acaba el debate. La chica de la bici llega a la casa que comparte con otras dos personas y prepara un biberón. En la tele los cinco tíos dicen que han ganado y ella mira de reojo. Nadie ha nombrado a su empresa. En el centro de acogida de Sevilla los chicos asisten al final del espectáculo en el que se les ha dicho, a la vista de todos, que ellos son el problema de España aunque no han hecho nada. Bajo las estrellas, en una inmensa finca de Los Alcázares un tipo gordo con bigote se fuma un puro. Todo ha salido bien, apenas han hablado de “lo suyo”
Anoche perdimos todos los que perdemos siempre y ganaron los que ganan siempre.