Yo como palomitas en el cine y hago ruido (y por eso soy más feliz que tú)
'Sí' a las palomitas, 'no' a los pesados que se quejan por todo.
Casi 125 años después de la primera proyección en España queréis prohibir comer palomitas en en el cine. ¿De qué vais? Seguiremos oliéndolas, comprándolas, entrando con ellas a la sala mientras vemos a cámara lenta cómo algunas acaban en el suelo, engulléndolas desde que se apagan las luces y empieza el primer tráiler, saboreándolas y recreándonos en el escozor de la sal. Y sobre todo, seguiremos haciendo ruido al masticar porque si hay un silencio en la película NO PODEMOS SABERLO CON ANTELACIÓN.
No se trata de mala educación: se trata de que ya os quejáis por todo. No hay nada que hagan los demás que no os moleste. Vuestra postura es la mejor siempre. Y viva la tolerancia.
¿Qué pasa con el grupo de adolescentes que va al cine para echarse unas risitas, aunque no tenga ningún sentido soltar una carcajada con Lars von Trier? ¿Qué pasa con el que llega tarde y hace que todo el mundo se reincorpore en la butaca para que pueda encontrar su sitio? ¿Qué pasa con la pareja que lo comenta todo? ¿O con el niño que te da pataditas en el asiento? ¿Y el que ocupa tu reposabrazos? ¿Y esos que saben que no les queda refresco en el vaso, ni siquiera hielo, y siguen intentando absorber hasta la última burbuja de aire con la pajita? Eso SÍ que crispa los nervios. Tanto como que queráis prohibir comer en el cine.
Eso sí, luego estáis en casa viendo una serie en Netflix mientras os metéis entre pecho y espalda un filete, dos huevos fritos, cuatro kilos de patatas fritas, una docena de nuggets, alguna croqueta e, incluso, unas palomitas. Qué coherencia. En los cines de verano, por poner un ejemplo, los tuppers o el papel que envolvía los bocadillos eran una epidemia. No olía a palomitas, olía a tortilla. Y todos tan felices.
Vamos a ver... ¿No os dais cuenta de que es una prohibición contranatura? Desde que el mundo es mundo, el olor a palomitas que sale de los cines es un aliciente para entrar. Las palomitas también ayudan a la taquilla. Hay gente que solo va por el pack: película más palomitas. Os queréis cargar sus planes de ocio, su felicidad y un negocio (aunque estaría genial que no se cobraran 15 euros por unas palomitas y un refresco).
Porque sí, hay gente para la que comer palomitas es sinónimo de placer. Pueden estar recién cenados, y muy bien cenados, y aun así pedir un menú dúo gigante. Así que eso merece un respeto en la sala. ¡¿Pero cómo vamos a prohibir comer, uno de los grandes placeres de la vida?
Como no os cortáis a la hora de decir que os estorban, ellos también pueden decir en voz alta: sois unos rancios. O unos pijos. Y no es un insulto, solo una observación.
Ya se ha puesto la primera multa a un cine en España por no permitir la entrada con comida y bebida del exterior. Es entendible que pueda resultar desagradable que alguien se esté poniendo como el Quico con una pizza cuatro quesos a tu lado en una sala cerrada, pero las palomitas huelen a gloria bendita. Y a nadie le amarga un dulce. Bendita multa, también.
Por otro lado, existe otro argumento que jamás será entendible. Y mirad que he intentado comprenderlo: el de que no es lo mismo comer viendo una película de Marvel que viendo una de Almodóvar. ¿Pero quiénes sois? ¿Martin Scorsese? El director dice que las películas de la franquicia no son cine, que convierten las salas en parques de atracciones. Martin, Marvel también puede generar emociones, aunque no las despierte en los intelectuales que prefieren Shutter Island. De hecho, puedo jurar que el público de Marvel también está capacitado para ver una película más sesuda.
Un poco de lucidez, por favor. No seáis haters. Qué sería de la carrera del Velociraptor en Parque Jurásico, del partido de quidditch en Harry Potter y la cámara secreta o del momento en el que Russell Crowe dice “mi nombre es gladiador” en Gladiator sin el sabor de unas buenas palomitas.