Ya tardaban: ¡Penitenziagite! Sobre la culpa de la sanidad pública
Ni las insuficiencias ni los errores dan para una campaña de linchamiento del Gobierno ni mucho menos para cuestionar la excelencia del sistema sanitario público.
Tardaba en aparecer el argumento de lo público y de nuestra sanidad como cómplice, y no como nuestra principal defensa frente a las consecuencias trágicas de la pandemia. Pero ha llegado, como por otra parte era de esperar. La derecha y su hegemonía ideológica y cultural no descansan. Han llamado a arrebato para darle la vuelta a lo evidente, aprovechando para ello el malestar social y la desconfianza política por las consecuencias dramáticas de la pandemia y del ya largo confinamiento.
Malestar y horror por una cantidad trágica de muertes prematuras que castigan además a la generación de nuestros mayores y que hoy provocan la solidaridad de la inmensa mayoría, pero también, como en otras plagas de la historia de la humanidad, la manipulación macabra de una minoría.
Todo, a pesar de la valoración muy favorable por parte de los ciudadanos, del liderazgo reconocido de la sanidad pública española en el mundo y de la protección universal del sistema público español en relación a la incapacidad de los sistemas privados o mixtos de países más avanzados como los USA para lograr el objetivo de proteger lo común y no dejar a nadie en el camino como consecuencia de la pandemia.
Salvando las distancias, también ocurrió lo mismo con motivo de la recesión provocada por la burbuja financiera e inmobiliaria. No pasaron unos días y, por arte de birlibirloque, su origen privado y especulativo se transformó en una crisis de lo público, que lógicamente exigía recortes y privatizaciones.
Primero fue el reproche de la falta de previsión y la negación de la crisis por parte del Gobierno Zapatero, luego de la mala gestión con su intento de respuesta keynesiana a la crisis y finalmente la acusación global a las cajas de ahorros como chiringuito político, así como a unos servicios y a un gasto público insostenibles. Habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades.
También más tarde la indignación y el populismo convirtieron el origen neoliberal de la crisis en la impugnación de los políticos, la política y las carencias del sistema democrático, convertido en una suerte de régimen continuista del franquismo. Nadie entonces les representaba.
Y de aquellos polvos estos lodos: la misma acusación de imprevisión y la debilidad para atajar las movilizaciones del 8M como causas de la transmisión comunitaria, la misma mala gestión del Ministerio de Sanidad en las compras de material de protección y, a última hora, la acusación de mentir en los datos de mortalidad de la pandemia del coronavirus. La culpa criminal, la condena y la penitecia.
También el mismo populismo que hoy en manos de Vox promueve bulos y mentiras y desacredita a la política y al sistema democrático en favor de una supuesta alternativa y eficacia autoritarias.
Un populismo que corremos el riesgo de que reverdecezca de nuevo en Europa al calor del pulso de mercaderes, la cicatería y la falta de voluntad política de una parte de los gobiernos de los países más ricos de la UE.
Poco importa que la conciencia de la gravedad de la pandemia y de que su transmisión explosiva por parte de asintomáticos fuera difícilmente previsible y aún menos atajable para la mayoría de los gobiernos europeos y también de las CCAA y para ninguno de los partidos españoles, frente únicamente a las experiencias y preparación previa de los países asiáticos que sufrieron el SARS y el MERS con anterioridad. Poco importa que los mercados de protección y tecnologías estuviesen copados y bloqueados desde el inicio de la crisis y que las decisiones de deslocalización industrial hubieran sido promovidas y jaleadas por parte de las mismas derechas europeas y españolas. Poco importa, en definitiva, que los datos sobre la pandemia estén protocolizados por la OMS y no sean muy diferentes de los de otros sistemas de información europeos.
Se trata del relato interesado y desestabilizador de la derecha política, económica y mediática sobre la coalición de Gobierno de la izquierda.
Sin embargo, no parecería adecuado precipitarse tanto en el relato contra la sanidad pública en esta coyuntura, frente a tanto elogio a nuestros sanitarios y en un momento en que todavía apenas hemos doblado el clímax de la pandemia. Precisamente también cuando se han conjurado las profecías catastrofistas que anunciaban con trompetería apocalíptica el colapso de nuestro sistema sanitario.
Pero da la impresión que la derecha está preocupada y tiene prisa. Algo tendrá que ver la respuesta asimétrica de los modelos sanitarios autonómicos de la derecha con su búsqueda apresurada de culpables. Primero en el Gobierno y ahora en el sistema sanitario público.
El coronavirus es una pandemia inédita desde el siglo pasado, que si bien ha tenido amenazas recientes, era difícil de imaginar con tal magnitud por su capacidad de transmisión silenciosa y sus efectos globales sobre los sistemas sanitarios y la economía internacional en su conjunto.
De nuevo una crisis sanitaria del mundo globalizado sin capacidad de respuesta de gobernanza global, que no tiene más que las recomendaciones técnicas de la OMS pero que cuenta solo con medidas locales por parte de los Estados. Ni siquiera por parte de las grandes entidades regionales como la Unión Europea.
Además, cuando se ha mostrado que nuestra debilidad no han sido los profesionales ni los servicios ni tampoco la tecnología. Si acaso se ha puesto en evidencia el efecto de los recortes y las privatizaciones en particular en algunas CCAA más en concreto.
Pero sobre todo se ha puesto en evidencia el carácter unilateral de nuestro sistema curativo de atención sanitaria, y la carencia de en los aspectos preventivo y de cuidados a crónicos. Eso explica el escandaloso bloqueo durante una década a la ley de salud pública y sus instrumentos normativos y organizativos de los que hoy nadie quiere acordarse.
Las crisis del SARS, MERS, SIDA y la más cercana del Ébola supusieron un aviso que entonces no hemos quisimos escuchar o escuchamos solo parcialmente. No se trataba tanto de si era prudente o no traer al misionero a España, sino la carencia de plantas acondicionadas y la situación precaria del Carlos III y por ende la paralización en el desarrollo del sistema de salud pública español.
Es verdad algo se ha ido poniendo en marcha después de cada crisis, aunque no lo suficiente: hay más plantas acondicionadas, el sistema de alertas y emergencias sanitarias y la agencia Europea se pusieron en marcha, así como la estrategia de crónicos y socio sanitaria. Pero la salud pública con la atención primaria, la salud mental y la salud laboral, han seguido siendo uno de los parientes pobres de nuestra sanidad. La inercia de la tecnología y la gestión ha sido y es muy poderosa.
Otro ámbito diferenciado ha sido el sistema de atención a personas mayores, su masificación y su deficiente calidad subordinada a la lógica del negocio. También la política industrial y su deslocalización en suministros vitales como los respiradores y de otros no tan vitales pero si prioritarios como las batas, los guantes y las mascarillas de protección.
Poner finalmente de ejemplo a Alemania y su sistema de sanidad de seguros cuantificando camas, respiradores y disponibilidad de tecnología y test, o la sanidad griega por la la menor incidencia de la pandemia, en demérito del sistema sanitario público español, no es por tanto casual, pero si nos atenemos al rigor es además una burla.
Una sanidad como la alemana que supone un ocho por ciento del PIB para unos resultados en salud que la sitúan en el ranking muy por debajo de la española a pesar de que ésta aún no ha recuperado el seis por ciento anterior a la recesión. O un sistema social y sanitario que sigue parcialmente desmantelado a raíz de la crisis económica como el de Grecia.
En resumen, es verdad que en teoría todo pudo hacerse antes y mejor: mejor y antes la alerta, las compras o los sistemas de información... pero sobre todo, aciertos y errores bien pudieran servir de experiencia para hacer todo a partir de ahora más en común más rápido y mejor: para ello por ejemplo aumentando capacidades y recursos de la OMS y organismos europeos, aplicando y desarrollando nuestra ley de salud pública y las políticas de cuidados socio sanitarios. Cambiando también nuestro menguante y demasiado dependiente modelo industrial.
Pero ni las insuficiencias ni los errores dan para una campaña de linchamiento del Gobierno ni mucho menos para cuestionar la excelencia del sistema sanitario público.
Porque es muy difícil hacer tamaña disección entre un personal sanitario tan bueno y el supuestamente mal sistema sanitario público. Lo mismo que entre los benéficos votantes y los políticos y la política tan perversos.
Pura propaganda. Penitenziagite. (Haced penitencia).