Wild wild Vox
Los resultados electorales de la noche del 28 de abril dejan un escenario algo lúgubre, aunque menor de lo esperado. La formación de extrema derecha Vox ha irrumpido en el congreso de los diputados con 24 escaños.
No hace tanto tiempo todo era más directo en la política española. Cada partido representaba a un grupo social y se dirigía a él durante la campaña electoral. De este modo le hablaba de cómo su gestión iba a afectarle en materia de impuestos, trabajo, sanidad, etc. Hoy día las clases sociales siguen igual de presentes, pero ya no hay conciencia de que existan. Los medios de comunicación han demonizado a la clase trabajadora, centrando su discurso en los pobres y los inmigrantes, en vez de poner el foco en los poderosos que han llevado a este país a la catástrofe económica.
La sociedad de clases ha pasado a ser una sociedad de masas, donde la clase trabajadora se ha convertido en una subclase a la que nadie quiere pertenecer. Nos han inculcado que formamos parte de la gran masa de la clase media, que consumimos Netflix, calzamos Vans y que no hay grandes diferencias sea cual sea nuestra situación económico-laboral. En cambio, la sociedad es desigual, maleable y está segmentada.
Entonces, si los electores ya no votan por tradición familiar o pertenencia a una clase social, ¿qué factores inducen al voto? En el caso del apoyo a Vox es la falsa ideología de identidad. El partido de Abascal idealiza la construcción de un estado-nación al estilo de la primera mitad del siglo XX, protegido del multiculturalismo de la globalización y fuera de la supranacionalidad de la Unión Europea. En connivencia con este viaje en el tiempo, evoca una España que solo existe en la imaginación, mezcla del pasado imperialista, el conservadurismo de la dictadura militar y la exaltación de símbolos patrios.
La falsa ideología podría resumirse escuetamente en los españoles son los más inteligentes, los más capacitados, la nacionalidad más valiosa sobre el planeta. Así de plano, simple, y efectista. Para llevar a cabo semejante delirio se debe culpar a lo extranjero de todos los males, y dentro de la sociedad señalar al que no piense de esta manera, porque no es un patriota, ni un español de bien, sino un traidor.
Este divide et impera lleva a la gente a votar en contra de sus propios intereses económicos en beneficio de un pensamiento identitario que actúa en el cerebro como un droga. Para sus adictos, la sensación debe ser parecida a la que el hooligan experimenta al pertenecer a un grupo ultra de fútbol, o el skinhead al ser miembro de un clan neonazi. Puro éxtasis para la cabeza.
Tal sentimiento de etnia hace que cualquier propuesta política cobre sentido, más si cabe cuando el partidario cree estar defendiendo una causa admirable.
Da lo mismo que el programa económico de Vox haya proyectado bajar los impuestos directos y subir los indirectos para favorecer a las grandes fortunas; tampoco importa que presenten la reformulación del sistema de pensiones, trazando un sistema mixto de reparto y capitalización del ahorro privado, que dejaría sin una pensión digna a la mayoría de la población que no puede ahorrar por escasez de ingresos; ni hay que tener en consideración el propósito de privatización de la sanidad y la educación a límites que ningún otro partido había osado antes.
Nada de esto afecta al votante, porque el populismo nacionalista surge de la demanda de reconocimiento de identidad, por tanto está al margen de cualquier otro indicador, y tampoco desaparecerá por mucho que mejore la economía o bajen las cifras del desempleo.
Una sociedad moderna no se puede permitir un partido anacrónico, de pensamiento infantiloide y surrealista del corte de Vox. No se puede permitir políticas que legislen en contra del aborto, el feminismo o el matrimonio gay, que impongan el servicio militar obligatorio, que levanten un muro de hormigón en Ceuta y Melilla, o eliminen las autonomías y cierren el Senado. Es absurdo, pero este dislate ya está aquí, y al igual que el nacionalsocialismo de Hitler ha llegado por la puerta principal, la de la democracia.
Las políticas supremacistas de Vox son salvajes, imponen un retroceso de libertades y derechos, y comprometen seriamente la estabilidad del sistema y el proyecto de la Unión Europea; única opción de España para ser un actor relevante en el panorama internacional.