Vox o Democracia
El punto de inflexión que ha supuesto el debate electoral en la Cadena Ser nos atañe a todos los demócratas.
No hemos llegado hasta aquí para que unos antidemócratas vengan a arrasar con todo lo que nuestros abuelos, padres y nosotros mismos nos hemos afanado en construir y cuidar. La concordia, la libertad o la discrepancia en el diálogo son valores que nos hemos otorgado y, hasta ahora, hemos respetado.
Una de las grandes enseñanzas de la Historia se extrae de la Alemania de la década de los 30. Los alemanes daban por seguro que, más allá de la ideología, la estructura de la democracia era suficientemente robusta como para que nada ni nadie pudiera echarla abajo. ‘Eso nunca puede pasar’, se repetía como un mantra cargado de tanta soberbia como irresponsabilidad e ignorancia. La democracia se evaporó en cuestión de años. Y los alemanes se convirtieron en los verdugos voluntarios de Hitler, bien por apoyarlo de forma cerrada, bien por mirar hacia otro lado en todo lo que hacía el partido nazi.
Se lleva muchas semanas advirtiendo de que las elecciones del 4-M trascienden la clave madrileña y tienen consecuencias nacionales. Lo ocurrido en el debate de la Cadena Ser entre los principales candidatos —excepto Ayuso, a la que sólo se le puede atribuir un desprecio supino hacia los ciudadanos que pretende gobernar al acudir a un único debate electoral— es de una gravedad mayúscula. Cambia completamente las prioridades electorales porque esto ya no va sólo de Educación o Sanidad pública, o de inversiones en ciencia e investigación. O si de hay que construir más Zendales. Menos aún de si Ayuso es un ser superior con una capacidad infinita de obrar milagros. No, esto ya va de Democracia, en mayúsculas, porque sin ella no hay ni sanidad ni educación ni feminismo ni derechos sociales que valgan. Ni mucho menos Libertad, ese concepto manoseado hasta el vómito por la derecha y la ultraderecha esta campaña.
El colmo de la indecencia es que una fuerza que presume de demócrata y constitucionalista como Vox sea incapaz de condenar que un político, un ministro y la directora general de la Guardia Civil hayan recibido un sobre con balas. Porque al no hacerlo se sitúan en el lado de la confrontación directa y a cualquier precio. Hoy no condenan unas balas, mañana no condenarán un atentado. De hecho, al argumentar que “condenan todo tipo de violencias” —en referencia a los altercados en Vallecas— se sitúan exactamente en el mismo nivel argumentativo de los etarras.
Nada se puede esperar de un partido que sólo sabe hacer una cosa: ir a la contra. Si usted, lector, es mujer, tiene un problema con Vox. Si es de color, tiene un problema grave con Vox. Si defiende el estado del bienestar, tiene un problema con Vox. Si está a favor del diálogo, tiene un problema con Vox. Si defiende que cada uno pueda tener y expresar sus ideas libremente, tiene un problema con Vox. Si cree en un mundo donde prevalezca la educación, tiene un problema con Vox. Si defiende que el insulto por sistema no tiene cabida en una sociedad —”Quítese esa cara de amargada”, le ha espetado Monasterio a Mónica García—, tiene un problema con Vox. Si, en fin, cree en los valores de la Democracia, tiene un problema gravísimo con Vox. No importa si vive en Madrid, en Barcelona, en Lugo o en Cuenca.
El punto de inflexión que ha supuesto el debate electoral en la Cadena Ser nos atañe a todos los demócratas. Nuestro mayor poder es el voto y los madrileños tenemos la responsabilidad histórica de demostrar al resto de España que esto ya sí va de ideología: porque la defensa de la Democracia es la mayor de las ideologías. Y constatar que, bajo ninguna circunstancia, permitiremos que unos fascistas con piel de demócratas nos escupan a la cara y encima se rían de nosotros.
No nos lo podemos permitir.