Volví con mi novio maltratador una semana después de cortar con él
La primera vez que me golpeó, estábamos en el coche. No hubo ningún aviso, su mano simplemente salió disparada y me dio en la cara. Ambos nos quedamos en silencio, atónitos. Me toqué el labio para ver si estaba sangrando y mis dedos se tiñeron de rojo. Nos quedamos aterrorizados mirando la sangre.
“¡Mierda!”. Mi novio chilló más fuerte de lo normal. Estaba asustado. “Era de coña, te lo juro”, se echó a reír. “No te quería dar”.
Yo tenía el aire atascado en la garganta.
“Te juro por Dios que estaba de coña”, repitió. Me temblaban las manos y el corazón me iba a tope. “Me crees, ¿verdad?”.
Asentí con la cabeza. No me fiaba de mi voz.
Y retomó el tema de conversación anterior. De vez en cuando me miraba de reojo y me pedía perdón. Cada vez que se reía, me desarmaba. Mi corazón recuperó un ritmo normal y yo también retomé la conversación. Mi labio ya había dejado de sangrar cuando llegamos a nuestro destino. El incidente empezó a parecerme lo que él me decía que había sido: un accidente, un desliz.
La siguiente vez fue en el dormitorio. Estábamos discutiendo y de repente me encontré mirándolo desde el suelo.
Discutíamos mucho por aquella época. La respuesta incorrecta a una pregunta podía desencadenar puñetazos a las paredes, vasos de cristal volando hacia mí y yo cubriéndome en el sofá, tratando de encontrarle sentido a lo que sucedía.
Durante los meses que pasaron entre el incidente del coche y el del dormitorio, me había aislado poco a poco de mis familiares y amigos. Estaba asustada por el rumbo que estaba tomando mi relación, confusa por lo rápido que había cambiado todo y humillada por estar en esta situación, pero no sabía cómo decirlo.
Oigo que algunas personas dicen: “Yo nunca permitiría que me trataran así” o “Nunca comprenderé cómo acaban las mujeres en este tipo de relaciones”. Me cuesta explicar cómo era. Mi novio no era siempre así. No siempre era malo. Cuando no discutíamos, las cosas iban genial. Era gracioso, cariñoso y atento.
En las épocas buenas, me preguntaba si de verdad había pasado lo que había pasado. Durante los días que seguían a una discusión fuerte, era más cariñoso, gracioso y atento de lo habitual. Durante esos días, me prometía el mundo entero.
No permitiría que volviera a suceder.
Lo había hecho sin querer.
No me volvería a hacer daño.
Simplemente se le había ido la olla.
Me lo prometía.
Durante un tiempo, la relación fue sobre ruedas. Se daba cuenta de lo mucho que la había liado. Se mostraba superconsciente de lo feas que se habían puesto las cosas y lo cerca que habíamos estado de cortar. Se respiraba en el ambiente que si volvía a suceder algo parecido, cortaría con él. Y así seguía el ciclo. Las cosas iban genial hasta que dejaban de ir genial, y entonces vuelta a empezar.
Al final, la gota que colmó el vaso fue una discusión tonta por un detalle sin importancia. Vi que no sería feliz jamás con una persona que podía volverse violenta por cualquier chorrada. Parte de mí pensó que él también lo vería del mismo modo, que lo vería de mi modo: ¿Quién querría vivir así?
Me equivoqué. Cuando le dije que quería dejarlo, fue como si algo se desatara en su interior. Se puso más furioso y violento que nunca antes. Llegué a pensar que me iba a matar.
A la mañana siguiente, me presenté en casa de mis padres magullada y temblando. Pensé que salir de mi casa sería lo más complicado del día, pero lo más duro acabó siendo explicar los últimos meses de mi vida. Cada vez que contaba mi experiencia (a mi madre, a mi hermana, a mi tía, a mis mejores amigos...) me resultaba tan duro como la vez anterior.
Me veía reflejada en sus ojos. No era la persona que siempre había creído ser: la mujer fuerte e independiente que se compró su primera casa ella sola con 23 años. No, la persona que veía reflejada era débil y estaba asustada. Parecía una persona que había pasado varios meses tomando decisiones peligrosas y estúpidas y la odiaba por eso.
Por entonces no sabía que 1 de cada 4 mujeres sufren violencia machista por parte de su pareja. Tampoco sabía que, de media, una mujer intenta dejar a su pareja siete veces antes de conseguirlo definitivamente.
Hay muchas razones por las que una mujer decide volver con una pareja maltratadora: inseguridad financiera, falta de apoyo emocional de sus amigos e incluso miedo de lo que pasará si lo hace. Casi la mitad de las mujeres asesinadas en Estados Unidos entre 2003 y 2014 murieron a manos de sus parejas, y de estas, el 75% murieron después de cortar.
Una semana después de la mañana en la que me presenté en casa de mis padres, ya estaba al otro lado de la mesa de un restaurante con mi novio maltratador. Me había enviado decenas de correos electrónicos y mensajes por el móvil a lo largo de la semana. Todos los días me llegaba a la oficina un ramo de flores. En cada mensaje me suplicaba una oportunidad para explicarme lo arrepentido que estaba y que no podía vivir sabiendo el daño que me había hecho.
Si nos sentábamos para hablar, podría explicarse. Y eso fue lo que hizo: me dijo que tenía miedo de perderme. Y ya. Me dijo que lo sentía mucho y que no volvería a ocurrir. Por fin había comprendido que si no cambiaban las cosas, cortaría con él de verdad.
“Dame solo una oportunidad para demostrártelo”, suplicaba. “Las cosas serán diferentes ahora”.
¿Sería capaz yo de pasar página después de todo lo bueno que habíamos vivido si aún había una posibilidad remota de recuperarlo? ¡Y no solo de recuperarlo, sino de mejorarlo, tal y como había prometido!
Lo único que tenía que hacer era darle una oportunidad. ¿Y qué es una oportunidad cuando se trata de amor?
Es difícil comprender el maltrato viéndolo desde fuera. No es un asunto blanco o negro. Es más que levantarle la mano a alguien. El maltrato se da en un espectro y avanza poco a poco. Como le pasa a una langosta en la olla, que no sabe que está en peligro hasta que el agua ya está hirviendo. Ya te han estado cocinando a fuego lento un tiempo antes del primer golpe, solo que no te has dado cuenta.
De modo que te convences de que esa ha sido la primera y la última vez, pero vuelve a suceder. Por entonces, estás demasiado asustada y sonrojada como para pedir ayuda porque piensas que te has arrastrado hasta la olla y has encendido el fuego tú misma.
Cuando ya estás en la olla, te sientes sola y asustada y piensas que no lograrás salir. No es imposible, pero a veces hacen falta varios intentos. En ocasiones vuelves a la olla porque el mundo exterior te resulta frío. Yo volví porque confié en él cuando me dijo: “Vuelve a la olla, el agua está perfecta”.
Y el agua no estaba perfecta.
La relación funcionó genial durante unas pocas semanas y después, sorpresa, volvió a ser como antes.
La segunda vez que tuve que decir que había cortado con él fue más difícil. Ya no recibía miradas de comprensión. Ahora yo era cómplice. El policía meneó la cabeza cuando le expliqué por qué había llamado; mi jefe no me quiso mantener la mirada cuando le expliqué que necesitaba tomarme unos días libres. Veía decepción en los ojos de todo el mundo cuando decía: “Creía que cambiaría, pero no lo hizo”.
Siete veces es la media. Por suerte, solo necesité dos intentos. Estaba aterrada y destrozada, pero logré salir de la relación y seguir fuera con el apoyo de mis familiares y amigos.
Cuando echo la vista atrás, me resulta sencillo identificar el maltrato, pero desde dentro no se ve tan claro. Es sonrojante admitirlo, porque ¿qué clase de persona se dejaría tratar así? ¿Qué clase de persona va a parar a una relación así?
Al parecer, una persona como yo.
Y quizás una persona como tú o como alguien que conozcas. 1 de cada 4 mujeres, y eso significa que pueden ser tus amigas, tus hermanas o tu vecina de enfrente. Es terriblemente habitual y aun así no sabemos hablar de ello, aunque deberíamos. Envolver el maltrato en vergüenza y guardar silencio protege a los maltratadores y evita que las víctimas pidan ayuda. Mi historia fue sonrojante y aún me lo parece años después, pero si consigo ayudar aunque sea a una sola mujer a salir de una relación así, estoy dispuesta a contarla a gritos desde un tejado.
Yo fui 1 de entre 4. Salí, volví y salí de nuevo. También tú puedes.
Este post fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.