Viva la televisión (VIII): Infancias televisivas que nos hicieron mejores
Gonzo, María Guerra o Sergio del Molino también fueron pequeños pegados a una pantalla.
Desde mis balcones veo las casas de enfrente. Las observo como nunca, con tiempo, con detenimiento. Se vislumbran las televisiones encendidas a través de las ventanas. Ojalá tuviera prismáticos, los observaría a todos, los vería mirar, que es algo que me encanta. Este confinamiento nos ha traído imágenes que habíamos perdido: familias reunidas frente a la tele compartiendo un directo, un informativo, una serie de una plataforma que antes veía cada uno en su guarida y ahora, fruto de estas nuevas maneras de estar, vemos juntos.
Me pregunto qué recordarán los niños de ahora dentro de muchos años de la tele que están viendo. Y esa pregunta me ha llevado a otra: ¿la tele que vimos siendo niños nos influyó? ¿La recordamos con ternura? Se la he lanzado a periodistas, cómicos, colegas... y el resultado es tan lindo que me sirve para unirlo a ese grito: #Vivalatelevision.
Aquí van algunas de esas historias, la de Gonzo, la de María Guerra, la de Sergio del Molino… Que también fueron niños pegados a una pantalla.
Gonzo, de niño, ya se fijaba en los detalles:
“Recuerdo los informativos de TVE, en la época del juicio a Tejero, con los dibujos a carboncillo que hacían durante las sesiones. No se veía el tipo dibujando, ponían a pantalla total los dibujos del juicio, los retratos de Tejero en carboncillo”.
El niño Gonzo pensaba que si a aquel hombre le hacían dibujos, tenía que ser importante. “Y además yo notaba que lo que hablaban mis padres durante el día, lo que eran sus preocupaciones, luego salía en la tele. La tele era una ventana a la realidad. Ese era el concepto que me flipaban de los informativos, que mis padres le daban una trascendencia total. Para mí, la ficción, los dibujos u otro tipo de programas, no eran tan importantes. Lo importante eran los informativos, que era lo que mis padres querían ver, lo que siempre estábamos juntos para ver. Y lo que hablaban entre ellos después tenía que ver con lo que salía, lo trascendental”.
Así que la primera vez que dijo ‘quiero ser como ese’, fue viendo a un señor en los informativos, dando las noticias, haciendo periodismo, confiesa el Gonzo adulto. “Lo pensaba sabiendo que no era posible. Mi historia de tele parece algo así como un sueño cumplido. Veía CQC y quería hacer eso, y acabé haciéndolo. Y luego acabé trabajando con Wyoming, que era mi ídolo durante aquellos tiempos. Pero no me gusta decir eso, lo de que se persigan los sueños, porque no siempre es posible”.
Gonzo también fue un niño de pelis de vaqueros los sábados a las cuatro de la tarde. Y de pelis de Tarzán, que veía en familia. Quizá fue ese coraje, el de los vaqueros, mezclado con aquellos telediarios, lo que le lleva a hacer entrevistas arriesgadas y voraces.
La periodista, experta en cine, directora y conductora de La script, de Movistar Plus, tuvo una infancia poco televisiva, por ley paternal. Pero hubo algo definitivo en la tele, que la marcó. Aquí su bonita historia:
“Nosotros éramos cinco hermanos y mi padre no nos dejaba ver mucho la tele porque le parecía algo muy superficial. No nos dejaba ver ni el Un, dos, tres… Pero había algo que yo sí veía con él. A mi padre le encantaba ver los debates del estado de la nación. Recuerdo, más que esos espacios, a mi padre (un hombre que había nacido en 1923 y que había vivido la guerra en un pueblo y había visto los cadáveres en las cunetas) mirando fascinado ese debate. Le parecía maravilloso que los parlamentarios debatieran, y a mí ver la fascinación de un hombre hecho y derecho ante los argumentos de los políticos, no sé… yo creo que eso me ha convertido en una persona más tolerante, por eso ahora me sorprende mucho la intolerancia y que la gente se insulte en el Parlamento.
Yo tendría 13 o 14 años y entendía muy bien la admiración de mi padre, veíamos con él esos debates en los que se disentía desde el respeto. Lo recuerdo como un momento muy placentero.
Junto a eso, tengo otro recuerdo nítido. Lo único para lo que teníamos permiso era para ver la película del sábado por la tarde. Y allí nos poníamos los cinco hermanos en el cuarto de estar, con una alfombra, un sofá y una perra bóxer, así que era fácil que te tocara suelo y perra. Veíamos las películas del Oeste, veíamos las pelis de John Ford y no éramos conscientes, claro, pero esa sensación de tribu, esos momentos en los que pensabas que nada malo te podía pasar… eso es lo que se me ha quedado”.
El tipo que acabó escribiendo, entre otros libros, La España vacía, tiene una serie favorita de todos los tiempos y una razón poderosa para tenerla en la memoria: Doctor en Alaska. “Aparte de enamorarme como un perro de Maggie O’Connell, fue mi refugio adolescente. La veía de madrugada en la 2, la echaban antes de Cine Club, y me dio la fuerza para superar mi timidez y asumirme como soy. Yo me veía muy raro, incapaz de conectar con nada ni con nadie. Me sentía un extraterrestre venido de una galaxia muy lejana, pero la forma en la que los de Cicely se querían y vivían me dio la fortaleza que necesitaba para que no me importaran los demás y vivir a mi aire con todas las rarezas del mundo, sin preocuparme por gustarle a nadie. A lo mejor habría llegado a esa conclusión por otro camino, pero fue la serie la que me lo enseñó”, sentencia.