Visto para condena
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Ahora que ha finalizado la vista oral del proceso al independentismo, lo que pone más los pelos de punta es que, apenas pronunciado por parte del presidente el «visto para sentencia», un juez del tribunal, Luciano Varela, confesó a algunos letrados (y quizás a algunas letradas) que las brillantes defensas que habían realizado de presas y presos ponían muy difícil al tribunal dictar sentencia. Una vez más el fuera de plano.
La pregunta pertinente e inmediata es: ¿desde cuándo hacer una cosa bien puede dificultar algo? Parece un gran contrasentido.
La secuencia lógica y sin elipsis (¡que importante que es el fuera de plano también en la lengua!) de lo expresada por Varela sería ésta: «El tribunal tiene muy difícil dictar sentencia (contra ustedes / contra sus defendidas y defendidos) porque lo han hecho muy bien».
Es decir, se declaró juez y parte.
Vayamos por partes. Visto desde fuera parece que quien lo puso muy difícil al tribunal fueron las acusaciones. Unas acusaciones que, por ejemplo, no sabían responder ni de dónde ni de cuándo eran los vídeos que esgrimían como argumento y prueba. Ignorancia propiciada por la reluctancia de Manuel Marchena a hacer las cosas tal como Dios manda y negarse reiteradamente a cotejar cada testimonio con el vídeo correspondiente. Era fácil, ¿verdad? Es posible que las acusaciones hubieran retirado un montón de testigos y, por tanto, el juicio habría sido mucho más ágil y ajustado a lo que ocurrió, además de más corto.
Acusaciones hermanadas por la confusión con el propio Tribunal Supremo, puesto que en la prevaricación cometida por el TS contra Oriol Junqueras al negarle el derecho a recoger el acta de eurodiputado en la sede de la JEC en Madrid, confunde Estrasburgo con Bruselas; si no fuera dramático sería cómico que sea el TS quien impida a Junqueras acatar la Constitución.
Unas acusaciones, en general, del todo políticas e ideologizadas que no especificaban ningún fundamento legal, ninguna ley concreta. Curiosamente, sin ver la viga en el ojo propio, se acusa a las defensas de incurrir en este proceder.
A raíz del elogio de Varela, hubo una complacencia, en cierto modo servil, propia de cuando se pasa la mano por el lomo a alguien inferior. En mi opinión, una complacencia penosa.
No sé si se dan cuenta de que Varela delata con este, digamos, elogio que el tribunal tenía (¿tiene) en la cabeza una sentencia condenatoria, ya se verá hasta qué punto severísima y «ejemplar». Estaba confesando a las defensas que si lo hubieran hecho mal, facilitaban el camino para pergeñar una terrible sentencia y punto; ningún problema ni escrúpulos para dictarla.
Unas buenas defensas llenas de sustancia y que citan con todo detalle leyes y normativas internacionales no podían sino allanar el trabajo del tribunal, se lo daban masticado. Hacerlo bien siempre va a favor de hacerlo bien.
A menos de que se quiera condenar a presas y presos de manera infamante e injusta, a toda costa, caiga quien caiga, haya pasado lo que haya pasado.