Violencia dura y violencia blanda

Violencia dura y violencia blanda

Torra y Puigdemont en Bruselas, hace un mes. Anadolu Agency via Getty Images

Hay varias clases de guerras, últimamente dominan el panorama las híbridas, las asimétricas  y las invisibles; como hay varias clases de diplomacia. Así que también hay varias clases de violencia: en Cataluña la celebración del referéndum ilegal propició la violencia que pudiera llamarse ‘más tradicional’ a estas alturas de la historia europea. Una violencia ‘astuta’ y ‘fake’ (los bulos de toda la vida), cuando mediante un plan fríamente calculado, se organiza una desobediencia multitudinaria que, según casos, cobra forma agresiva, con lanzamiento de objetos, resistencia activa a los agentes de la autoridad, ninguneo de sentencias judiciales y choteo de jueces y fiscales.

Los tumultos y la mutación de la gente en turba o populacho, aunque los propios afectados lo desconozcan, o bien ninguneen los efectos del lavado de cerebro encubierto, forma parte de esta variedad de rebelión. A esta violencia se le ha unido otra variante, por si la cosa no quedó clara en las calles. Mientras el Tribunal Supremo enjuicia a los dirigentes del procés, es decir, a quienes pasaron del campo de las ideas al campo de la acción, o sea, al área del delito flagrante, la mayoría de los edificios institucionales impusieron los lazos amarillos que simbolizaban el dominio separatista, y carteles que pedían la libertad de los ‘presos políticos’ que estrictamente eran ‘políticos presos’.

Todo este ‘festival amarillo’, en cualquier caso constituye un intento de amedrentamiento y abuso de poder desde las instituciones en manos separatistas, y en una buena parte, golpistas, porque respaldaron el intento de golpe de Estado que se trató de consumar políticamente y de facto con la declaración solemne de la Generalitat y el Parlamento regional de la república catalana. El mensaje que se emite con los lazos y las pancartas, colgaduras y banderolas, en edificios públicos no es meramente de índole publicitaria. Es una advertencia a la ciudadanía no independentista: ojo, les vigilamos, no tienen nada que hacer, les vamos a arrinconar, vamos a ganar y ustedes los enemigos del pueblo catalán, los malos catalanes, vais a joderos bien jodidos. Es un discurso para el interior, aunque su visionado en las fotografías y vídeos de periódicos y televisiones lo mundialice.

En toda circunstancia el ‘amarillismo’ amenazante constituye un indecente chantaje propio de una república bananera o bolivariana, aunque las corporaciones con mayoría separatista lo aprueben por aclamación borreguil. La democracia tiene sus reglas, y no consiste solamente en votar. Votar para que llueva en verano conduce a la frustración y a la melancolía. Cuando se dice ‘la autodeterminación no es delito’, se dice una patraña. Es mentira. La autodeterminación sí es delito, y muy grave, en todos los países democráticos, cuando no se hace según las normas y con los requisitos que emanen de la Constitución y deviene en un golpe de Estado, que es cuando, mediante la fuerza o el levantamiento con engaño preconcebido y masivo ‘armado’ de amenazas e insurrecciones se trata de quebrar el orden constitucional. Como planteamiento teórico nada es delito: a usted le puede gustar la mujer del 5º y no comete ningún crimen, excepto que la viole.

Podemos defiende un proceso constituyente mediante el poder popular (que no es obviamente el del PP)  para acabar con la democracia borbónica, que no es borbónica sino democrática nacida de un auténtico proceso constituyente que terminó con el referéndum del 6 de diciembre de 1978. Ignorar esta circunstancia por parte de personas preparadas –es un suponer- no es un lapsus; es prueba de mala fe.  Esa propuesta es una locura tropical y un anacronismo europeo, una ofensa a la inteligencia, pero no constituye un delito. Esa Constitución permite la libertad de pensamiento, de expresión, de opinión, de manifestación… dentro de los márgenes y con los procedimientos y límites constitucionales.

Puigdemont fue una sorpresa: embistió como un torito enamorado de la luna en los sanfermines, y en el último momento, cuando los jueces entraron en acción y había orden de busca y captura contra él, escapó en el maletero de un coche dejando una Cataluña dividida.

Pero si en toda circunstancia la imposición en la vía pública por parte de las instituciones públicas de esta simbología es un claro abuso de poder, que además no respeta las propias ordenanzas municipales sobre publicidad y respeto a los edificios protegidos, en periodo electoral la legislación las prohíbe absolutamente por el inexcusable deber de neutralidad. Los que alguna vez hemos estado en mesas de colegios electorales hemos tenido la experiencia de tener que retirar cartelería de los partidos que hasta el día anterior formaba parte de la actividad docente parta explicar a los alumnos los intríngulis de la democracia.

La ley es la ley, dura lex, sed lex, dice el aforismo latino; la ley es dura pero es la ley. Y ni los ayuntamientos ni los gobiernos autonómicos están exentos. En puridad son los más afectados, porque conocen las leyes y han tenido que jurar o prometer cumplir y hacer cumplir la Constitución, y, por lo tanto, las leyes. ¿Qué han expresado esta promesa o jura con condicionantes del tipo “por imperativo legal” o “para cambiarla” o “porque no me quedan más huevos u ovarios?” Eso no cambia nada. La alta traición, en los países que tienen esta figura en su Código Penal, no depende de las comas ni de las comillas mentales. En todo caso la democracia funciona porque todo el mundo está sometido al imperativo legal. Uno no puede ir en dirección prohibida, o tiene que respetar los stop, o debe tener licencia de obras para hacer un edificio, precisamente por el imperativo legal.

Pero el separatismo catalán está trastornado desde el momento en que Artur Mas, el último presidente ‘gamberro’ pero cuerdo, vio que había más coste que beneficio en una declaración unilateral de independencia, analizó los efectos que podría tener la sedición en su patrimonio, y se hizo a un lado. El testigo lo cogió Carles Puigdemont, un asalariado del dinero público manejado por los nacionalistas, oscuro periodista servil de tierra adentro, a quien se le creía manejable y dócil. Pero en el servilismo y la adulación suelen anidar rencores y complejos que afloran cuando se dispone de poder.

Puigdemont fue una sorpresa: embistió como un torito enamorado de la luna en los sanfermines, y en el último momento, cuando los jueces entraron en acción y había orden de busca y captura contra él, escapó en el maletero de un coche dejando una Cataluña dividida, enfrentada, atemorizada y herida moral y económicamente. Desde Waterloo eligió a Quim Torra, que solo tiene una o dos o tres ideas, pero muy ‘sólidas’, igualmente descabelladas: la autodeterminación no es delito, se persiguen las ideas y libertad para los presos políticos. Los plásticos con tal de que estén al servicio de la república inexistente (¡viva la repútica!, que diría una medianera de Valle de Guerra, en Tenerife, en el 31 del siglo XX) tienen, dice, derecho a la libertad de expresión, como el perro de un vecino que no paraba de aullar en una urbanización de adosados en Santa Brígida (Gran Canaria) en algún mes de 2004.

El mundo friki de Puigdemont, Junqueras, Torra y compañía ha conseguido ser el abono para la explosión primaveral de la mala hierba de Vox.

Presidente de la Generalitat, o sea, del Gobierno regional o autonómico, todos los esfuerzos suyos, y de su ejecutivo en grado presunto, están enfocados a engañar al Estado, a implementar la ‘astucia’ que pregonaba Artur Mas para escaquearse de las consecuencias y a ser, meramente, un talibán activista callejero e indocumentado del secesionismo iluminado.

El penúltimo sainete, a cuenta de la exigencia de la Junta Electoral Central para que Quim Torra procediera a la retirada de los lazos amarillos y de las pancartas ejemplifica hasta qué punto ha degenerado la política catalana. Su incompetencia e idiotez política ha logrado que los Mossos, la policía autonómica catalana, haya tenido que actuar contra el presidente, obedeciendo las órdenes de la JEC. El desarrollo del juicio al procés en el Tribunal Supremo, y la actitud del ex mayor Trapero, que ha revelado que en cumplimiento de su función como policía judicial tenían preparado un plan para detener a Puigdemont, ha aconsejado a los actuales mandos una actuación ajustada a la legalidad y no a la realidad paralela de una Generalitat trastornada, guerrillera de decorado y tremendamente incapaz. Hábil en publicidad engañosa, pero minusválida en estrategias. Aparte de esto, ya grave para el nacionalismo, el mundo friki de Puigdemont, Junqueras, Torra y compañía ha conseguido ser el abono para la explosión primaveral de la mala hierba de Vox.

Decía Ramón Gómez de la Serna: “Entre los travesaños de la vía del tren crecen las flores suicidas”…

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Empezó dirigiendo una revista escolar en la década de los 60 y terminó su carrera profesional como director del periódico La Provincia. Pasó por todos los peldaños de la redacción: colaborador, redactor, jefe de sección, redactor jefe, subdirector, director adjunto, director... En su mochila cuenta con variadas experiencias; también ha colaborado en programas de radio y ha sido un habitual de tertulias radiofónicas y debates de televisión. Conferenciante habitual, especializado en temas de urbanismo y paisaje, defensa y seguridad y relaciones internacionales, ha publicado ocho libros. Tiene la Encomienda de la Orden del Mérito Civil.