La vieja guardia del PSOE vuelve a la carga
EH Bildu y la ley Celaá despiertan a parte del sector crítico que nunca aceptó a Sánchez.
Lunes por la mañana. En el nuevo programa estrella de TVE (La hora de la 1) aparece el ex todopoderoso vicepresidente del Gobierno Alfonso Guerra. Contesta a las preguntas de Mònica López… y dispara desde el principio. Sin contemplaciones: “Es un acuerdo absolutamente despreciable”, “muchos españoles y muchos socialistas tienen un nudo en la garganta”, “con Bildu, no, tal y como decía el presidente del Gobierno”...
Casi al mismo tiempo Sánchez se trasladaba en el coche desde el Palacio de La Moncloa al número 70 de la calle Ferraz. Allí dentro le esperaba la dirección de su partido. Había sido un fin de semana extraño y con las aguas socialistas removidas por el goteo de declaraciones de miembros de la vieja guardia y algunos barones por el anuncio de EH Bildu de que piensa aprobar los presupuestos generales.
Esto supone abrir una vía con holgura para aprobar las cuentas públicas y acabar con las vigentes de Cristóbal Montoro (PP) en plena pandemia. Un debate que todavía no ha despejado el Gobierno, ya que existe la posibilidad de intentar sacarlas con Ciudadanos. Pero dentro de la coalición Pablo Iglesias presiona a los socialistas para ir de la mano de los socios de investidura.
Arranca la reunión interna de la cúpula del PSOE. A Pedro Sánchez se le nota “dolido”, según reconocen fuentes presentes. Ante la dirección se queja de manera rotunda por las críticas de los barones y recuerda a los presentes que tiene el mismo número de teléfono desde hace tiempo. Le fastidia enterarse de esas consideraciones negativas a través de las redes sociales. Los miembros de la cúpula socialista cierran filas con su secretario general, mientras Guillermo Fernández Vara intenta explicarse.
Heridas primarias
Parte de la vieja guardia y de los barones vuelven a alinearse cuatro años después de aquel fatídico Comité Federal que acabó con la cabeza de Pedro Sánchez y que pretendía allanar el camino de Susana Díaz al despacho principal de Ferraz. Coinciden de nuevo en sus críticas públicas Guerra o el expresidente extremeño Juan Carlos Rodríguez Ibarra con barones como Emiliano García-Page y Javier Lambán. A todos les une lo mismo: su rechazo furibundo a Pedro Sánchez y no haberle podido vencer en aquellas primarias.
Esa vieja guardia del PSOE no enterró del todo el hacha y no ha asumido el proyecto actual. No solo no lo defienden, sino que lo atacan cuando pueden ante las cámaras... el “sanchismo”, como muchos le dicen despectivamente. Creen que el partido se ha convertido en un proyecto personalista del secretario general y que no hay debate interno. Además, de pivotar la legislatura en la ecuación que la old school socialista no quería, el llamado Gobierno Frankestein. En privado le acusan como la derecha: ser capaz de todo por el poder. Algunos dicen haber estado mucho tiempo callados y quieren levantar la voz, como el exedil socialista Antonio Miguel Carmona -del que aún se recuerda su imagen detrás de Díaz al perder las primarias-. Ha llegado a pedir estas horas un referéndum dentro del partido sobre la ley Celaá y el apoyo de Bildu.
“¿Cuánto hace que Guerra no sale públicamente para hablar bien del PSOE?”, se pregunta un miembro de la dirección actual del PSOE, e ironiza: “no sé, para decir que el rojo que eligieron para el recibidor es bonito…” A lo que añade: “Es puro resentimiento. Alguien que le quisiera le recomendaría que dejara de hablar y que no siguiera estropeando la cuenta sentimental que tiene con la militancia”.
¿Sigue teniendo algo de tirón en el partido? Esta fuente responde: “Cero. Restan. Esta gente está descontadísima y desconectadísima”. La idea que ha trasladado siempre el núcleo duro de Sánchez desde aquella campaña de primarias es que los popes antiguos del PSOE no son representativos del partido y están alejados de las necesidades de las calles españolas del siglo XXI.
Sánchez nunca conectó con sus antecesores y siempre sintió que aquella parte del partido no le aceptaba. El propio presidente lo describía así en Manual de resistencia: “Desde el principio tuve esa incómoda sensación de intruso. Mi victoria en las primarias de 2014 se produjo con el apoyo de la federación andaluza, y ya entonces percibí que algunos me respaldaban solo para ganar tiempo hasta que Susana ocupara mi lugar”.
E iba más allá: “Obtuve el cargo de secretario general, pero esa élite no me concedió la legitimidad política para ejercerlo. Durante dos años y dos meses, esa interinidad que algunos habían decidido para mi mandato volvía frágiles mis decisiones y mi posición”. Era consciente de que en las primeras primarias que ganó, a pesar de que votaron por primera vez todos los afiliados, “pesaron más los aparatos y no la militancia”.
Esa vieja guardia siempre ha buscado la continuidad a través de la ‘nueva’ Susana Díaz. En su acto de presentación de aquellas primarias en primera fila estaban Felipe González, Alfonso Guerra, José Bono, Alfredo Pérez Rubalcaba, José Luis Rodríguez Zapatero, Guillermo Fernández Vara…
Pero Díaz no pudo con Sánchez. Los seguidores del hoy presidente siempre defendieron que la sevillana representaba las viejas prácticas del partido y el dominio del aparato, algo que ya no servía ni para el PSOE ni para España. La líder del sur, encumbrada en su primera etapa como el mirlo blanco, no ha dejado de sumar batacazo tras batacazo: perdió las primarias y la Junta de Andalucía por primera vez para los socialistas en democracia.
Desde entonces lucha día a dia por su supervivencia política, con una gran parte del partido pidiendo que se marche y renueve la calle San Vicente. Por el momento, dice que tienen una buena relación con Pedro Sánchez y mantiene su intención de volver a ser candidata en las próximas andaluzas. Pero dentro del PSOE andaluz cada día se abren más heridas internas y hasta muchos ‘susanistas’ quieren que se aparte. Los nombres no paran de repetirse: Juan Espadas, María Jesús Montero, Felipe Sicilia… La batalla será cruenta, aunque habrá que esperar previsiblemente al congreso del año que viene.
También internamente muchos en el actual PSOE ven que la tromba de declaraciones hace el juego a la derecha. PP, Vox y Ciudadanos han decidido poner en el centro del tablero político los votos de EH Bildu, aunque Ferraz niega que haya algún tipo de acto y recuerde que no se pueden rechazar votos de un partido legal. Para algunos ‘sanchistas’ esto supone comprarle el discurso a los rivales y no centrarse en lo importante: que se van a sacar unos presupuestos generales.
“Yo siempre escucho atentamente a nuestros mayores pero ahora nos toca a nosotros. Somos una nueva generación a la que le toca dirigir el país y la dirección del Partido Socialista Obrero Español”, defendía este martes la portavoz en el Congreso y número dos del partido, Adriana Lastra.
Otra de las lecturas que se hacen es que algunos barones intentan diferenciarse de Sánchez para intentar atrapar a parte de su electorado autonómico. Dentro de Ferraz se hacen divisiones respecto a ellos, ya que goza de más credibilidad para la dirección lo que pueda decir Fernández Vara respecto al menos querido Emiliano García-Page. “Quizá es que aspiran a representar a un electorado al que no pueden llegar, por mucho que se empeñen (y menos en este contexto)”, indica un miembro de la dirección socialista.
Además, fuentes de Ferraz señalan que algunos de los barones siguen en sus secretarías generales porque no se les plantó cara después de las primarias por el ánimo de la nueva dirección de calmar las aguas entonces y no dar la batalla en las regiones.
En el entorno de Sánchez llevan años repitiendo que esa imagen de la vieja guardia, hablando sin pisar la calle, con puestos en consejos de administración, haciendo política como en los ochenta y noventa no se ajusta tampoco a los tiempos electorales y que reconectar con ese imaginario del bipartidismo que hizo tanto daño durante la crisis económica.
La vieja guardia también aparece en la nueva normalidad.