Jacques Chirac: el ‘tipo simpático’ que conquistó todas las escalas del poder
La figura más icónica de la política francesa contemporánea no estuvo exenta de contradicciones.
Francia dice adiós a uno de sus mayores iconos políticos. El expresidente francés Jacques Chirac ha fallecido este jueves a los 86 años después de media vida dedicado de lleno a la política. Sus años como diputado, ministro, primer ministro, alcalde de París entre 1977 y 1995 y, finalmente, presidente de la República de 1995 a 2007, le granjearon defensores y detractores casi por igual, pero si en algo coinciden los franceses es en que la figura del expresidente marca un antes y un después en la política gala y en que su muerte no deja indiferente a nadie.
Criado como hijo único en una familia de clase media, Chirac se formó en unas las mejores escuelas de la capital francesa, pasando del Instituto de Estudios Políticos conocido como Sciences Po a la prestigiosa Escuela Nacional de Administración (ENA), donde se licenció como alto funcionario. De ahí no tardó en dar el salto a la política. Con apenas 30 años, empezó a trabajar junto al primer ministro Georges Pompidou e, inspirado siempre por el pensamiento gaullista, llegó a secretario de Estado bajo el mandato del histórico líder Charles de Gaulle en 1968.
Desde entonces, no se separaría de la política. Sin alejarse de la derecha gaullista, Chirac suavizó en varias ocasiones su visión tradicional y conservadora. Fue uno de los pocos diputados de derechas que votó por la abolición de la pena de muerte en 1981, y la ley Veil de 1975 para despenalizar el aborto en Francia se aprobó siendo él primer ministro.
Su primer mandato como presidente de la República Francesa le planteó también el reto de entenderse con la izquierda. Tras ser investido en 1995, una repetición electoral le obligó a formar un Gobierno de ‘cohabitación’ con su oponente socialista, Lionel Jospin, que ocupó el cargo de primer ministro hasta 2002.
Chirac se ganó el mérito de proyectar la imagen de ‘tipo simpático’ en el imaginario de los franceses, y la reelección la tuvo más fácil en 2002 frente al ultraderechista Jean-Marie Le Pen, del Frente Nacional. En ese período reconoció la responsabilidad del Estado francés en los crímenes del nazismo, combatió con dureza el antisemitismo del Frente Nacional y su Gobierno redujo la jornada de trabajo a 35 horas semanales.
Pero quizás fue a nivel internacional donde sus gestas fueron más sonadas. En 2003, cuando Estados Unidos declaraba la guerra a Irak —con apoyo de Reino Unido y España, entre otros—, Chirac dio su ‘no’ rotundo a George Bush, su homólogo estadounidense por aquel entonces.
Tras liderar a los detractores de la invasión estadounidense contra el Irak gobernado por Sadam Husein, Chirac pasará a la historia como el presidente que plantó cara a Estados Unidos. Pero también hubo sombras en su carrera.
Amante de la cerveza y de la tortilla (francesa, claro) para cenar, Chirac dijo sentirse siempre cerca de la gente. Aunque no de toda. Lo que él entendía como el problema de la “fractura social” —expresión que ocupó el centro de su primera campaña electoral— era que las personas cobraran subsidios por desempleo, lo que, en su opinión, las animaba a seguir desempleadas.
En su segunda legislatura, promovió una bajada de impuestos y unas políticas de austeridad y, aun así, no logró acabar con esa “fractura social”. La economía cayó en sus 12 años de presidencia, el paro no bajó del 10% y la deuda se disparó.
Los escándalos tampoco le abandonaron después de dejar la presidencia. En 2011, fue condenado a dos años de cárcel —que no cumpliría— por malversación de fondos y por crear puestos de trabajo ficticios para aliados políticos mientras era alcalde de París.