La victoria del PSOE dibuja una España de izquierdas
Los socialistas y Unidas Podemos suman 165 escaños frente a los 149 de PP, Ciudadanos y Vox.
Los españoles han puesto un cordón sanitario a la ultraderecha. La estrategia de Pedro Sánchez de fijar el debate entre izquierda o derecha ha propiciado una movilización sin precedentes, incluso mayor que la registrada en las elecciones tras los atentados del 11-M: los españoles han votado contra la ultraderecha y en favor de la izquierda. España queda lejos del contagio ultranacionalista. Es el país europeo más grande con un gobierno de izquierdas.
Los resultados dejan a un Pedro Sánchez fortísimo (123 escaños, el 28,7% de los votos), un PP hundido hasta límites bochornosos (66 escaños y un 16,6%), un Ciudadanos que sube hasta casi alcanzar a los populares (57 diputados y 15,8%) y un Podemos que cae de forma significativa (32 asientos y un 14,3%) pero consolida su hueco en la izquierda para seguir ejerciendo un papel fundamental como tapón de la derecha. Vox irrumpe con fuerza en el Congreso, con 24 diputados (10,2%), pero queda muy lejos de la toma de España. No llegan al Congreso a caballo, sino en burro.
Que el PSOE iba a ganar las elecciones no lo negaba nadie. Lo que muy pocos previeron es que lo hiciera de una forma tan sólida: incluso ha conseguido mayoría absoluta en el Senado, un triunfo clave. Todas las reticencias que se tuvieron con los socialistas se transformaron en entusiasmo hacia Vox. Los de Santiago Abascal no iban a entrar en el Congreso: iban a arrasar. España no es tan ultra como creían. España es, en 2019, de izquierdas. La suma de PSOE y Podemos no alcanza los 176 diputados necesarios para gobernar, pero no tendrán demasiadas dificultades para tejer pactos que propicien la investidura de Sánchez como presidente del Gobierno. “Ha ganado el futuro y ha perdido el pasado”, se ha felicitado Sánchez.
Los socialistas necesitarán, en cualquier caso, a los independentistas o la remota posibilidad de que el PSOE se eche en manos de Ciudadanos, obligando a Albert Rivera a rectificar (de nuevo) su promesa de que a los socialistas, ni agua. Esta segunda posibilidad es, precisamente, la que han descartado los militantes reunidos en la sede de Ferraz. Los gritos de ”¡Con Rivera no!” y “Sí, se puede” no pueden ser más nítidos. “Ha quedado bastante claro, ¿no?”, ha respondido Sánchez.
No hay elecciones sin batacazos. En las de 2019 se lleva todas las medallas el PP. Es el valor seguro de la derrota. La regeneración impulsada por Pablo Casado parece hecha por el peor de los enemigos del partido de Aznar y Rajoy. Su escoramiento hacia la derecha tratando de captar un voto que ya estaba decidido hacia Vox les ha sumido en una sorprendente irrelevancia. El desplome es colosal, hasta marcar el peor resultado de su historia: pasa de los 137 escaños a los 66, perdiendo más de la mitad de los que logró Mariano Rajoy, convertido ahora en todo un estadista si se le compara con el joven Casado. Como partido se queda en la raspa y Casado, tocado y hundido, aunque ha descartado dimitir: “No eludo responsabilidades, el resultado ha sido muy malo”, ha asumido. Sólo faltaría. Soraya Sáenz de Santamaría sonríe y Rajoy recuerda los 186 escaños que logró en 2011, los mejores en la historia de su partido.
Ciudadanos sube y roza el sorpasso al PP. Pasa de 32 diputados a 57 y se ha quedado cerca de superar a los conservadores. La lectura es positiva, pero Albert Rivera debería plantearse qué hubiera pasado si no se hubiera escorado de forma tan convencida hacia la derecha. Si hubiera mantenido los principios de hace un par de años los resultados no hubieran sido peores. Sí, probablemente, mejores. “A los que gobiernan los vamos a vigilar muy de cerca”, ha dicho Rivera para situar a su partido como principal partido de la oposición.
La irrupción de Vox, en fin, ha fragmentado la derecha española y puesto gasolina a la izquierda. El mejor aliado de Pedro Sánchez ha sido, visto lo visto, Santiago Abascal. Lo ha reconocido el propio Pablo Casado: la “fragmentación solo ha favorecido a Pedro Sánchez”, ha analizado.
Podemos se deja 25 escaños —pierde su posición como tercera fuerza en el Congreso—, pero las encuestas eran tan pesimistas que su caída puede interpretarse casi como un consuelo. Queda como cuarta fuerza política, aunque será el segundo partido más importante de España por capacidad de decisión sobre el futuro del país. No en vano, el nuevo Gobierno tendrá muy posiblemente ministros de la formación morada. Es la derrota más dulce de la noche.
“Nos hubiera gustado tener un resultado mejor pero es suficiente para frenar a la derecha y a la extrema derecha. Ahora toca trabajar con paciencia y discreción”, ha asegurado Iglesias, que ha reconocido que “todo está abierto y vamos a trabajar para un gobierno de coalición pero hay que hablar muchas cosas y pido que sean pacientes”.
La fragmentación de la derecha ha unido a la izquierda al grito de ‘No pasarán’ y ha ejercido de pegamento entre los independentistas al cántico de ’El 155 no es la solución”. ERC se hace con 15 escaños y Junts Per Cataluña se queda con 7. La vía más moderada de los de Junqueras, apostando por el diálogo, ha tenido su recompensa y, aunque no es probable, podría facilitar el Gobierno de Pedro Sánchez.
Su rival, el partido de Carles Puigdemont, ha perdido un escaño, a pesar de que ha logrado sumar unos 10.000 votos más.
También el PNV ha mejorado sus resultados logrando sumar casi 109.000 votos más y pasa de los 5 a los 6 escaños. Pero Bildu ha sido el que ha rentabilizado más el aumento de votos, ya que con 70.000 votos más ha logrado duplicar su representación en el Parlamento, de dos a 4 diputados.
Las elecciones han supuesto la entrada en el Parlamento del Partido Regionalista de Cantabria de Miguel Ángel Revilla, que tendrá un representante. Coalición Canaria también ha aumentado su representación al subir dos escaños.
Conclusión del 28-A: tenían razón los que llamaban okupa a Sánchez: ha entrado en estas elecciones arrasando y se quedará, cuatro años más, en Moncloa.