Viajeros incansables
Hubo un tiempo en el que los mapas tenían lugares ignotos, extensiones geográficas que todavía estaban por conocer y conquistar, que esperaban la llegada de viajeros pertinaces.
Cuando nos detenemos a pensar en los grandes viajeros de la historia siempre surgen los nombres de Vasco de Gama, Charles Darwin, Cristóbal Colón, Ryszard Kapuscinski y tantos otros, pero en esta ocasión vamos a fijar nuestro foco en dos personajes separados en la distancia histórica pero no en su afán por conocer el mundo: el emperador Adriano y el papa Juan Pablo II.
Antes de ahondar en sus biografías viajeras vamos a recalar en una camarilla de poco más de dos mil miembros cuya única hazaña es pertenecer al Travelers’ Century Club (TCC) –el club de los centenarios-. Se trata de un selecto cenáculo que proporciona a sus miembros dos privilegios: un pin que abala su pertenencia y, lo más importante, el derecho a poder “fanfarronear” de haber visitado más de 100 países del mundo. Y es que este es el único requisito que se exige para pertenecer a tan selecto grupo.
Cuando se fundó en 1954 los estatutos eran muy exclusivos y resultaba muy complicado acceder, sin embargo, con el paso del tiempo sus exigencias han menguado y simplemente vasta con haber realizado una rápida escala aérea e, incluso, una parada técnica del avión para contar el país como “visitado”.
El miembro más joven que pertenece al Travelers’ Century Club es una joven nacida en 2011 que la edad de dos años y ocho meses ya contaba en su pasaporte con cien países visitados.
En este momento el club cuenta con una lista de 321 países y/o territorios a los que se puede visitar; su sede social se encuentra en Santa Mónica (California) y exige una cuota de inscripción de 100 dólares y otra anual de 75 $ para poder jactarse de pertenecer a tan selecta camarilla.
El emperador viajero
De todos los emperadores romanos ninguno viajó tanto como Adriano, que estuvo al frente del Imperio desde el 117 al 138. Fue un gobernante inquieto que se pasó más tiempo inspeccionando las provincias que en Roma que disfrutando de todas las bondades que le proporcionaba su cargo a orillas del Tíber.
Amén de sus motivaciones políticas es muy posible que su insaciable curiosidad, su amor por los viajes y la filantropía, de la que siempre hizo gala, fueran los principales estímulos que le llevaron a moverse de forma ininterrumpida.
El emperador hispano viajó hasta Antioquía, Atenas, Delfos, Eleusis, Ancyra, Judea, Arabia, Egipto, Maguncia, Oescus –en la actual Bulgaria-, Dacia, Partia, Cilicia, en el sur de Turquía, Galia, Britania… entre otros muchos lugares.
Todos estos viajes fueron posibles gracias al eficiente sistema de comunicación y la sofisticada red de rutas, no solo terrestres, sino también marítimas y fluviales, con las que contaba el imperio romano. Todo ello era posible gracias al vehiculatio o cursus publicus, un servicio de correo y transporte estatal que fundó Octavio Augusto y que conectaba entre sí las diferentes provincias romanas.
A lo largo de las principales vías se distribuían diferentes alojamientos de etapa (mansiones) y casas de postas intermedias, que recibían el nombre de mutationes. Las mansiones estaban dispuesta a una distancia de unas 12 millas –unos veinte kilómetros- y además de proveer comida y alojamiento para los huéspedes facilitaban todo tipo de necesidades para el cuidado y herraje de los caballos.
El papa incansable
De todos los pontífices, sin duda alguna, el que realizó más kilómetros para difundir el apostolado fue Juan Pablo II (1920-2005). Sabemos que visitó 133 países –entre ellos España- de todos los continentes entre los años 1979 y 2004.
Históricas fueron sus visitas a la Cuba de Fidel de Castro, a una mezquita de Siria en el año 2001 o Tromso (Noruega), a 350 Km del Círculo Polar Ártico, en donde ofició una misa para la comunidad cristiana que allí vivía. En octubre de 1989 realizó un viaje de diez días a Seúl, Indonesia e islas Mauricio en el que recorrió más de 39.000 kilómetros.
De todas formas, quizás, lo que más impacta del Papa Wojtyla sea el cómputo total, ya que si sumáramos todos los kilómetros que realizó el resultado sería igual a treinta y seis veces la vuelta al mundo.
Se cuenta que en aquella época corría el siguiente chascarrillo en los pasillos de Vaticano: “¿En qué se parece Dios a Juan Pablo II? En que Dios está en todas partes y Juan Pablo II ya ha estado”.