Viaje al corazón de los campos de refugiados en Turquía
Durante los últimos días de Ramadán, tuve la oportunidad de visitar la frontera turca con Siria para documentar cómo Ankara dirige algunos de sus 23 campamentos de refugiados.
Con 250.000 personas viviendo en estos campos y más de 2,5 millones en sus ciudades, Turquía ha mostrado una solidaridad sin precedentes con los hombres, mujeres y niños que huyen de una Siria hoy desolada por la guerra. Sin embargo, Ankara pide ayuda a gritos para gestionar esta masa humana mientras este país pasa por uno de los capítulos más inquietos de su historia reciente.
Turquía está maldecida por la geografía. Con más de 800 kilómetros de frontera con Damasco, para millones de sirios, su vecino del norte es la salida de incendios natural de una tierra hoy enterrada bajo bombas de barril, escombros y agonía.
La brutal respuesta dada por el presidente sirio Bashar al-Assad a las protestas prodemocráticas de la primavera de 2011 abrió la sangrienta caja de Pandora que es hoy Siria. Con más de 300.000 vidas cobradas, 6,6 millones de desplazados internos y más de 5 millones de refugiados, esta tragedia debe marcar un antes y un después en la conciencia global de una manera que sólo la II Guerra Mundial ha hecho antes.
La ciudad de contenedores de Kahramanmaraş, el primer campamento que visité (Ankara prefiere llamarlos "centros de protección temporal", un término mucho más aséptico), acoge a casi 24.000 refugiados, en su mayoría sirios de Alepo. A su entrada, una enorme pancarta luce a un paternal presidente Erdoğan dando la bienvenida al visitante bajo el lema: "Es una cuestión de conciencia". Este campo está formado por 5.000 contenedores apilados en bloques de dos. Cada uno de los alojamientos alberga hasta cinco miembros de una misma familia. Y aunque duermen en colchones de espuma en el suelo, cuentan con electricidad generada por energía solar, cocina, agua corriente, televisión, lavadora y ventiladores.
Mientras deambulaba por los dos campamentos que visité vi pequeñas clínicas (algunas de ellas atendidas por médicos y enfermeras sirios) y supermercados que no estarían fuera de lugar en ninguna ciudad europea o americana. Cada refugiado recibe 100 liras turcas (US$28) mensuales para alimentos y artículos personales: lo que no da abasto para incluir verduras, carne o pescado en la compra diaria. Las cestas que vi en la cola de los cajeros hablaban por si solas.
Escuelas, mezquitas, bibliotecas, parque infantiles y pequeños campos de fútbol completan un cuadro que, según contaban mis anfitriones, se repite en todas las ciudades-contenedor para refugiados en el sudeste de Turquía -que ACNUR, la agencia de refugiados de Naciones Unidas, cifra en ocho-. Lo que es común en todos los campamentos es el predominio de mujeres y niños en su población: en demasiados casos los hombres han quedado atrás, víctimas inocentes de los conflictos en Siria e Irak.
Ankara pone en 3,5 millones el número de refugiados que vive dentro de sus fronteras, aunque Naciones Unidas estima la cifra en 2,9 millones. En cualquier caso, y por tercer año consecutivo, Turquía es el país del mundo que acoge al mayor número de refugiados.
La gran mayoría vive en núcleos urbanos de las provincias limítrofes con Siria, y en Estambul - donde residen medio millón de sirios. Aunque menos del 10% de los refugiados acogidos por Turquía están alojados en campamentos, la capacidad del país para dar cobijo a un número cada vez mayor de personas se está agotando. "Nuestros centros de protección temporal están llenos. No dan más de sí," dijo Mehmet Halis Bilden, presidente de AFAD - la agencia turca de gestión de desastres y emergencias - a los periodistas que nos reunimos en el campo de Osmaniye, a unos 20 kilómetros de la frontera con Siria.
Poco después, y como para reafirmar el comentario de Mr. Bilden, un joven sirio se me acercó conforme iba de vuelta a su estancia tras comprar pan pita. En un simple inglés, se quejó de que tenía que dormir en la misma habitación junto con varias mujeres de su familia, lo que consideraba inaceptable. Cuando se dio cuenta de que yo era sólo un simple periodista que vagaba por allí, me cogió de la muñeca y se lamentó: "si no puedes ayudarme, ¿qué estás haciendo aquí?"
El Gobierno turco, junto con cientos de organizaciones no gubernamentales del país, llevan ya gastados unos 25.000 millones de dólares en amparar y sustentar a millones de refugiados.
Durante mi viaje, cada vez que se hablaba del coste de la hospitalidad turca, el acuerdo firmado entre Ankara y la Unión Europea (UE) en marzo del año pasado era el tema que más sensibilidades suscitaba. Según el pacto, los "inmigrantes irregulares" que llegan a Grecia desde Turquía deben de ser devueltos a Turquía si no solicitan asilo, o si su petición es rechazada. A cambio, y entre otras concesiones, Turquía recibiría apoyo financiero y concesiones políticas. El acuerdo ha logrado frenar el flujo de refugiados hacia Europa desde Turquía. Sin embargo, Ankara se queja de que, entre otras promesas incumplidas, Bruselas aún debe desembolsar alrededor del 75% de los prometidos 3 mil millones de euros para ayuda a los refugiados sirios.
Turquía es hoy un país revuelto con muchos frentes abiertos: las profundas repercusiones del fallido golpe de estado de hace un año; la guerra civil de facto contra milicias secesionistas kurdas en partes del sudeste: su participación en los conflictos de Siria e Irak; y la amenaza terrorista tanto por parte de grupos extremistas kurdos como por el autodenominado Estado Islámico. "Los refugiados sirios son nuestros hermanos," me advirtió Mehmet Akarca, jefe de la Dirección General de Prensa e Información turca, cuando le insinué, a través de un intérprete, que el factor refugiados podría ser la gota que colma el vaso de la situación en el país.
"Canadá acepta 200 refugiados y atrae la atención de medio mundo. Nosotros acogemos a 3,5 millones, pero el foco sigue en otro lugar", lamentó el Sr. Akarca durante una conferencia en Ankara. Se refería a una iniciativa ampliamente cubierta por la prensa internacional en la que un empresario canadiense patrocinó y trajo a su país a decenas de refugiados sirios para trabajar en su compañía.
Turquía necesita ayuda. De lo contrario, a este resignado anfitrión se le puede hacer muy cuesta arriba manejar el flujo de personas más grande procedente de la mayor crisis de refugiados de nuestro tiempo.