Váyanse a la mierda
El lunes ya me desperté cansado, deseando además, probablemente como el resto de los españoles, la llegada del viernes por la tarde. Mientras desayunaba y me vestía, escuché parte de la entrevista que Jordi Évole le hizo al papa en su último Salvados. Por desgracia, no me sorprendieron en absoluto sus declaraciones sobre la homosexualidad. A pesar de que en el año 2016, en su libro El nombre de Dios es misericordia, se preguntaba quién era él para juzgar a los homosexuales que quisieran buscar a Dios, sus posteriores afirmaciones no han sido tan tolerantes. El pasado diciembre, mostró su preocupación por el elevado número de gais, que no lesbianas, en la Iglesia e incluso previamente había afirmado que, en una familia, los niños y niñas con tendencias homosexuales deberían consultar psiquiatría.
Para más inri, en la entrevista de Salvados, a pesar de intentar corregir sus palabras y suavizar el tono, utilizó expresiones como “rarezas”, “si el niño o la niña vienen como vienen” o “saber de dónde viene esa tendencia”. Jordi Évole, muy acertado, le insistió sobre el tema para que el padre Bergoglio pudiera explicarse y evitar que sus palabras cayeran en la confusión. Aunque Francisco se reafirmó en pedir el derecho de cualquier persona, homosexual o no, a una familia y no ser expulsado de ninguna, recalcó que “cuando la persona es muy joven, muy pequeña y empieza a mostrar síntomas raros, ahí conviene ir [...] a un profesional, a un psicólogo que más o menos vea a qué se debe eso”.
Nos echamos, no todos, las manos a la cabeza cuando Brunéi anuncia la entrada en vigor de un nuevo Código Penal, que incluirá la lapidación por delitos homosexuales y adulterio, entre otras leyes bastante conservadoras.
Nos echamos, no todos, las manos a la cabeza, cuando partidos políticos, que consiguen doce escaños en algunas comunidades, se muestran en contra del matrimonio homosexual y la adopción porque “lo mejor para los niños es disfrutar de los dos modelos”.
Sin embargo, aunque puedan parecer algo positivas, estas declaraciones por parte del papa Francisco son bastante peligrosas y deberían causar un gran rechazo. A pesar de que la Iglesia se ha mostrado bastante conservadora en temas sociales, el papa, que en sus inicios parecía dispuesto a poner el Vaticano patas arriba, debe tener en cuenta que es la cabeza visible de miles de cristianos. Con estas palabras, Francisco perpetúa una homofobia, sutil pero homofobia, que califica a la homosexualidad como “rareza” y, peor aún, se muestra sorprendido cuando Évole le insinúa que sus palabras pueden “no parecer suficiente”. No parecerán suficientes mientras la homosexualidad no sea vista con total y absoluta naturalidad y obispados como el de Reig Pla, miembro de su misma Iglesia, celebren cursos ilegales para “curarla”.
La Iglesia debe aceptar que vivimos en el siglo XXI, que los tiempos han cambiado y, aunque sea con demasiada lentitud, están evolucionando. La Iglesia, el papa Francisco, algunos partidos políticos, algunas personas de nuestro entorno y, en otro rango, gobiernos de países homófobos, machistas o racistas deben aprender que las bolleras, los maricas, los transexuales, bisexuales y demás personas del colectivo LGTBI vamos a seguir disfrutando de los derechos conseguidos, en aquellos lugares en los que los tengamos; vamos a luchar para que aquellas personas que no los tengan puedan alcanzarlos por el simple hecho de ser seres humanos y, especialmente, evitar que en un futuro miles de niños y niñas crezcan sin percibir la homosexualidad como una rareza.
Sería extraordinario que lo aceptaran y, si no, váyanse todos a la mierda.