Vamos camino de las diez plagas bíblicas…
Por si no teníamos suficiente con el coronavirus...
Si no teníamos suficiente con el coronavirus, hace unos meses la prensa internacional se hacía eco de una plaga de langostas que asolaba algunas regiones africanas, arrasando toda la vegetación que se encontraba a su paso.
Al parecer, en este caso la génesis del problema radicaba en las condiciones climáticas exacerbadas. El incremento térmico provoca un aumento en la reproducción de los insectos y una aceleración de su metabolismo, lo cual se traduce en una mayor voracidad.
Para que nos hagamos una idea de la gravedad del problema, vaya por delante un solo dato: Estos insectos pueden ingerir su propio peso en alimentos frescos en un solo día, lo cual significa que un enjambre de un kilómetro cuadrado –que contiene, aproximadamente, unos ochenta millones de ejemplares– es capaz de arrasar la misma cantidad de cultivos en un solo día que treinta y cinco mil personas.
Como no hay dos sin tres, en este momento existe una preocupación creciente en algunas zonas de Andalucía ante el incremento del número de casos de la fiebre del Nilo, una enfermedad vírica provocaba por un arbovirus –un patógeno con forma esférica y de bastón–.
A diferencia de la COVID-19 no es una enfermedad nueva, es un viejo conocido por epidemiólogos y especialistas en enfermedades infecciosas. El primer caso del que tenemos noticia fue descrito en 1937 en una mujer de Uganda. A nuestro país no llegó hasta el año 2004.
Esta enfermedad, de nombre exótico, conlleva asociada el binomio aves migratorias y équidos. Sabemos que no hace falta viajar hasta el país de los faraones para adquirirla y que la vía de contagio es la picadura de un mosquito, generalmente del género Culex, el conocido popularmente como mosquito trompetero.
De todas las especies de este mosquito presentes en la Península Ibérica (C pipiens, C modestus, C perexiguus, C theileri) tan sólo provoca la enfermedad el Culex pipiens.
El insecto transmite la enfermedad habitualmente a los caballos, pero también es posible, como de hecho ha ocurrido, la transmisión a las personas. El reservorio y el principal vector difusor de la enfermedad son las aves silvestres, que es donde radica verdaderamente el problema.
El sur de España, por ser zona de paso de las aves migratorias procedentes de África, es un área geográfica de riesgo para la aparición de la enfermedad producida por el virus del Nilo. A esto se añade que, en relación con el año anterior, existe un incremento de mosquitos en la zona del brote de hasta un treinta por ciento.
En cuanto a los síntomas, el ochenta por ciento de las personas infectadas se encuentran asintomáticas. De las que presentan síntomas, la mayoría desarrollan un cuadro pseudogripal, en una quinta parte de los casos hay fiebre prolongada y, tan sólo, en un uno por ciento de los casos hay inflamación de las meninges y del encéfalo –meningoencefalitis-. En las formas más severas, la infección puede llegar a ser letal.
Las complicaciones son más frecuentes en personas de mayor edad o con patologías crónicas, como pueden ser la diabetes, cáncer o aquellas que están recibiendo fármacos inmunosupresores.
Desgraciadamente, en este momento no disponemos de vacunas ni fármacos antivirales específicos que puedan controlar la infección, por lo que el único tratamiento es el sintomático.
Por este motivo, lo más importante y donde hay que concentrar todos los esfuerzos, es en la prevención de la enfermedad, mediante el uso de repelentes cada seis u ocho horas, mosquiteras y el empleo de ropa de manga larga y de colores claros. Además, se debe evitar pasear en aquellas zonas en las que haya abundancia de mosquitos, en especial al amanecer y en el ocaso. Una vez más, el control depende de la prevención y… de nosotros mismos. ¿Seremos capaces de aprender?