Una vela a la Constitución y otra al soberanismo
Corría el mes de junio, el PSOE acababa de celebrar su último Congreso Federal y en Ferraz se celebraba la primera reunión de la nueva Ejecutiva Federal de un "renacido" Pedro Sánchez. Y el mensaje no dejaba margen para el equívoco: el nuevo socialismo estaba en contra del artículo 155 de la Constitución para afrontar el problema catalán. Por aquél entonces de entre sus referentes históricos sólo Alfonso Guerra se había atrevido a emplazar públicamente a Mariano Rajoy a zanjar el proceso soberanista con la aplicación del polémico artículo.
Desde entonces, el socialismo español -y con él el catalán- ha cambiado de opinión, ha defendido lo mismo y lo contrario, ha sido aliado preferente del Gobierno en la respuesta a la declaración de independencia, ha avalado con su voto la aprobación del 155 y hasta ha participado en manifestaciones del llamado "unionismo" de la mano del PP y Ciudadanos.
Para el secesionismo, forma parte del bloque constitucional a batir el próximo 21-D en las urnas y para el mal llamado constitucionalismo, es un socio circunstancial poco de fiar que, más pronto que tarde, volverá por sus fueros a sacudirse el complejo de español.
El propio Miquel Iceta reconocía hace unos días en entrevista con el HuffPost que de aquellos polvos, tenemos hoy estos lodos: "La denominada cuestión nacional es muy difícil de esquivar en los países que engloban diversos sentimientos de identidad. A la izquierda le suele costar mucho dar una repuesta adecuada porque quiere hacerlo desde la racionalidad y descuida los argumentos emocionales".
Y que Ciudadanía, solidaridad y derechos ofrecen poderosos argumentos para combatir el independentismo, pero que el socialismo español no siempre los supo blandir a tiempo. Ni en Cataluña ni otros territorios, como Euskadi o Galicia, donde las formaciones nacionalistas y los sentimientos identitarios achicaban el espacio político a la izquierda. Esto pese a que ser de izquierdas viene a ser lo mismo que reivindicar la idea radical de la igualdad por encima de las diferencias y la de ciudadanía por encima de la de los territorios.
Hoy pocos discuten ya, ni siquiera en el PSOE, que de no haber existido la incomparecencia del PSC en la crítica al nacionalismo catalán, Ciudadanos nunca hubiera existido. Pero ahora por fin que los socialistas levantan la voz de forma rotunda contra el independentismo en medio de un proceso de demolición institucional, resulta que ni siquiera son de fiar para quienes anhelan una mayoría no independentista tras el 21-D.
A menos de cinco semanas de la convocatoria electoral, el bloque de los constitucionalistas se resquebraja. Los socialistas, más allá de solemnes declaraciones sobre la palabra dada del presidente del Gobierno, desconfían de la voluntad sincera del PP para reformar la Constitución que fue el compromiso adquirido por Rajoy a cambio de su apoyo al 155. Los populares recelan de algunas manifestaciones de Iceta sobre su deseo de que la Justicia deje en libertad a la cúpula del independentismo antes de que comience la campaña electoral. Y los "naranjas" de Rivera están convencidos de que el PSC reeditará, si la aritmética lo permite, un nuevo tripartito con ERC y los "comunes" de Ada Colau.
Todas las miradas están puestas sobre un Iceta que, ante la encrucijada histórica por la que atraviesa Cataluña, ha decidido mantener su estrategia de poner una vela a la Constitución y otra al soberanismo, que no al independentismo. Cuando el primer secretario del PSC fía su palabra a que sus votos no investirán a ningún president que pretenda volver a intentar la independencia lo que está abriendo es la puerta a un gobierno transversal en el que pudieran estar los "comunes", contrarios a la independencia pero partidarios de un referéndum acordado sobre el futuro de Cataluña. Y esto no quiere decir que el socialismo catalán haya vuelto, de momento, a la consulta legal y pactada que abandonó ya en las autonómicas de 2015.
Lo que Iceta no quiere es la victoria de la mitad más uno sobre la mitad menos uno. Y para ello está propuesto a buscar una transversalidad para una solución que implique mayor autogobierno, mejor financiación y un pacto que recupere el respeto y la convivencia. El empeño no será fácil , pero si el 21-D, como ocurrió ya en España hace año y medio, después de escrutar el resultado de las urnas, la aritmética no da para un Govern claro, el PSC está dispuesto a explorar una fórmula transversal ante la cual la derecha tendría que elegir si deja gobernar al bloque independentista con apoyo de los "comunes", y los de Coalu e Iglesias si prefieren la reedición de la senda rupturista que llevó a Cataluña al desastre económico y político o explorar un nuevo acuerdo en el marco de la legalidad.
Si Pedro Sánchez, bien sea por convicción o por el avance en las encuestas de Ciudadanos, de estar dispuesto a reconstruir los puentes rotos con Podemos que destruyó el 1-0 y el 155, Iceta anda preocupado por la decisión de Colau de expulsar al PSC del Ayuntamiento de Barcelona. Y no sólo por la inestabilidad en la que queda sumido el Consistorio, sino porque sabe que la decisión trasciende a la política de alianzas de la Ciudad Condal y de Cataluña. Ambos son partidarios de un nuevo acercamiento con los "morados".
Al fin y la postre, saben que un gobierno de izquierdas en España es imposible mientras la izquierda siga dividida ante el problema catalán. Y para la pretendida unidad el hecho de que los "morados" sitúen un referéndum de autodeterminación como fórmula imprescindible hace inviable el acuerdo con el PSOE.
Después del 21-D, todo es susceptible de cambiar.