Un futbolista anunciando juego online es peor que un camello de heroína
Cristiano Ronaldo es multimillonario pero quiere aún más dinero.
El ministro Garzón reduce el horario de los salones de apuestas y, por una vez en la vida, es aplaudido a derecha e izquierda. Es previsible que se acote durante su mandato una situación que preocupa a todos los españoles. A todos menos a las empresas que crecen día a día a costa de la adicción y la debilidad, pero todas las medidas que tome Garzón serán inútiles si no se controla el juego online.
En el barrio de La Paz, en Murcia, el nivel económico va parejo al escolar y ambos son muy bajos. Entre este barrio y el vecino de La Paz se han ido instalando salas de juego y apuestas en espacios que antes fueron comercios o bancos demostrando que hablamos del negocio del futuro, de hecho en la misma avenida hay tres de estas salas expendedoras de adicción y fracaso. Estamos en uno de aquellos barrios obreros del último franquismo que sufrió, como una bomba atómica, la ocupación de uno de sus bloques centrales por bandas de traficantes de drogas, de manera que en un kilómetro cuadrado uno puede conseguir toda la heroína y el juego que desee. No entro en los negocios que van emparejados a estas industrias pero puedo imaginar que la prostitución vivirá un momento álgido en este entorno.
En ese barrio, habitado por unas 20.000 personas, el índice de natalidad es alto, de manera que casi la mitad son niños. El resultado de estas cifras es que tenemos unos 10.000 niños y adolescentes bajo el influjo de una biblioteca, dos colegios, tres salas de apuestas y un bloque de narcotraficantes. La policía conoce la dirección de todos estos establecimientos porque llevan ahí mucho tiempo.
Imaginemos que el ministro Garzón consigue acotar y limitar el crecimiento de este negocio que en España es legal. No pasará nada, no cambiará porque los jugadores irán a la red y encontrarán todo lo que quieran. Antiguamente los adictos al juego eran visibles. Todos tenemos la imagen de la señora con el carro de la compra que jugaba a las tragaperras con un café con leche en el bar de la esquina. Aquella escena casi costumbrista acababa con frecuencia en el drama de llegar a casa sin la compra. Por las tardes eran los hombres con el puro y el coñac y la llegada a casa por la noche no debía ser tampoco agradable, después de haber perdido el jornal. Esa escena producía una estigmatización social, pese a la tolerancia con el juego, que desaparece con la red. Ya no hay que ir al bar y exponerse: desde tu móvil, discretamente, puedes estar perdiendo tu casa mientras desayunas con tus compañeros de oficina.
Todo bien hasta aquí, somos adultos, cada uno hace de su vida lo que quiere, pero es que el gran negocio del futuro son los niños, grandes consumidores ocultos de juego online.
Cristiano Ronaldo es multimillonario pero quiere aún más dinero. No le debe importar mucho ser modelo para una infancia fuerte y sana, por eso agarra un poco de pasta más presentando a los niños el juego como una cosa cool, que no puede ser mala porque la practica su ídolo. Desconozco si el futbolista es católico y si el infierno existe pero de ser ambas respuestas afirmativas tal vez exista la justicia en la tierra. No es el único; Neymar o Rafa Nadal han agarrado ese dinero manchado de futuro perdido y le han contado a nuestros hijos que jugar es genial, que todo son sonrisas, que es fácil y discreto. Los padres podemos controlar los ordenadores, poner alarmas, sacar los dispositivos de sus habitaciones… pero llega el instituto y el teléfono móvil y el control se hace imposible. La presión de grupo, cuando alguno de sus compañeros ha ganado de chiripa 100 euros en el póker online, hace el resto.
La sociedad asiste anestesiada a esta perdición en la que participan incluso presentadores de esos que querrías que fuesen tus suegros, como Carlos Sobera. El hombre que da premios y entretiene a la audiencia vende juego sin importarle el resultado de su beneficio. Las cifras van alarmando cada vez más pero la tolerancia cultural al juego hace que no pase nada, que todo esto siga ocurriendo. Me pregunto qué pasaría si Cristiano Ronaldo o Carlos Sobera anunciasen una heroína sensacional que acaba de llegar de Afganistán con esas sonrisas que transmiten confianza, que dicen “nada puede ir mal”. La imagen nos sorprende, pero no debería ser así. No hay tanta diferencia entre ambas adicciones y el resultado es la perdición en ambos casos.