Un esqueleto rojo en el armario
Hace poco, leí en una noticia en el periódico ABC sobre el caso de una estudiante británica de once años que fue obligada a permanecer sentada en clase mientras experimentaba su primera hemorragia menstrual. ¿El motivo? A la maestra no le pareció suficientemente grave el dolor o el sobresalto de la niña, por lo que le prohibió salir de la sala hasta el final de la clase.
Hasta entonces la niña se quejó de malestar, del hecho de que estaba sangrando (y de manera notoria), y por último, de una profunda vergüenza. Nada de eso fue suficiente para convencer a la maestra, que solo le permitió abandonar su lugar al final de la clase. La niña regresó a casa con la ropa interior, medias y pantalones cortos ensangrentados y, sobre todo, aterrorizada por lo que acababa de ocurrirle.
No se trata de una imagen agradable, y de hecho la noticia original (publicada en el periódico The Mirror) usaba todo tipo de eufemismos para disimular las palabras "sangre" y "menstruación" en la nota. Lo que sí dejaba bastante claro, es que la dura actuación de la maestra tenía relación con el pago de quince libras, precio de un permiso médico para poder acudir al baño durante la clase.
En ningún momento la nota hacía mención al horror de la niña, a la vergüenza que debió sufrir o a la situación traumática que atravesó en mitad de una situación semejante. Eso parece ser lo menos importante en medio de la polémica. Lo menos notorio. Lo menos real.
Pienso en la niña mientras literalmente me retuerzo con un espantoso dolor menstrual que ningún calmante, relajante muscular o té bien intencionado ha podido calmar. A pesar de eso, sé que en algún momento tendré que arrastrarme fuera del nido de sábanas y almohadas que me he construido para soportar los síntomas y salir a la calle.
Porque la menstruación no es ni mucho menos un hecho que se comprenda bien o pueda aceptarse como un sufrimiento físico lo suficientemente fuerte como para ser considerado algo más que "un malestar femenino". Es algo que "ocurre a las mujeres", como me señaló con enorme incomodidad un compañero de clases en la universidad. O "eso que sufres todos los meses", como me dijo una ex pareja al intentar hablar del tema sin lograrlo.
En un mundo donde la menstruación es un secreto (uno menospreciado, oculto, disimulado) no puedo llamar a la oficina donde me esperan y explicar que sufro de un dolor menstrual insoportable para justificar mi tardanza. Se consideraría una excusa barata, algo sin la mayor importancia. Tendida de lado, apretándome el vientre con los brazos, el pensamiento me causa una irritación inmediata, luego algo parecido a la frustración y por último solo tristeza.
De pronto pienso que mientras la mitad de la humanidad sufre de todo tipo de malestares, dolores e incomodidades cada mes exacto, la otra mitad lo ignora, lo invisibiliza, le resta importancia. Como si se tratara de una excusa barata, una fantasía sin mucho sentido, un padecimiento menor.
Hasta mujeres me han comentado que la menstruación no es para tanto, y una escritora que conozco me dejó muy claro que jamás leería nada sobre el proceso menstrual ajeno: "Si alguien quiere hablar sobre cómo duele o que trastornos le produce la menstruación, eso es algo que no leeré", dijo. Aún recuerdo su expresión de leve repugnancia al decirlo, la forma como me dejó muy claro que la menstruación era un secreto que debía mantenerse así. Marginal, sin que nadie lo mire demasiado o le importe lo suficiente para analizarlo más allá de su tabú ancestral.
Porque aún en la segunda década del siglo XXI, hablar sobre la menstruación está mal visto. No sólo por el prejuicio ancestral —esas "cosas de mujeres" que a nadie importa— sino, además, por esa noción de que se trata de un proceso biológico que más vale mantener en secreto, impropio de ser debatido en voz alta, de admitirse como algo concreto. Menstruar es un acto confidencial que debe ser convertido en un secreto vergonzoso con el que hay que cargar una vez al mes. Después de todo, se trata de algo aparentemente repugnante sobre lo que la mayoría no quiere saber nada en absoluto.
Lo que resulta preocupante es que nuestra ultratecnificada e hipercomunicada cultura, continúa llena de prejuicios con respecto a la menstruación, como lo comprobó la poetisa Rupi Kaur, que hace unos años publicó en su cuenta de Instagram un par de fotografías donde se le veía dormida con un par de pantalones de franela manchados por unas gotitas de sangre. La propia autora hizo hincapié en su visión casi íntima de la imagen y, sobre todo, su cualidad de documento de ensayo y denuncia. "Esta fotografía es parte de una serie publicada en mi web que tiene el objetivo de desmitificar la menstruación", explicó en su perfil de Facebook. Una obra de arte que intenta mostrar lo que casi nunca se muestra sobre el universo femenino.
Pero Instagram no pareció muy satisfecho con el mensaje: la red social eliminó la imagen y dejó claro que, de alguna manera misteriosa, infringía sus políticas sobre lo que puede o no publicarse a través de su plataforma. Rupi Kaur no se quedó callada y trasladó su protesta a Facebook, donde dejó un manifiesto muy claro sobre lo ocurrido: "Gracias Instagram por darme la respuesta que motivó mi trabajo. Habéis borrado dos veces mi foto alegando que va contra las normas de la comunidad. No me disculparé para no alimentar el ego y el orgullo de una sociedad misógina que prefiere ver mi cuerpo desnudo pero no acepta una pequeña mancha. Sobre todo porque vuestras páginas están llenas de imágenes de mujeres, muchas de ellas menores, cosificadas, sexualizadas con intenciones pornográficas y tratadas como algo menos que seres humanos. Gracias".
De nuevo recuerdo a la niña británica mientras camino por la calle, con un dolor taladrante que casi me hace doblarme en dos y sentir que mi cuerpo es un misterio vergonzoso. Llevo un suéter atado a la cintura, temerosa de alguna mancha delatora sobre la ropa. No hay conclusiones para una idea semejante. Tal vez una visión surreal y pendenciera sobre el universo femenino. Otra de tantas, me digo, pensando en dolores ocultos de los que nadie quiere saber. Una breve visión desigual sobre la realidad.
Este artículo fue publicado originalmente en el 'HuffPost' México.