Un ejército europeo y el sentido común dominante
Articulo escrito en colaboración con Amelia Martínez Lobo
Mientras esta semana los titulares de la agenda europea se los llevaba De Guindos, con no pocos motivos vista su elección, en la Conferencia de Seguridad de Múnich sucedía un hecho que puede marcar la política y los debates europeos en los próximos tiempos. Se rescataba definitivamente del cajón del olvido la Unión de la Defensa. La verdad es que no parece un anuncio sorprendente ya que, desde hace meses, toma cada vez más fuerza entre las élites europeas la idea de avanzar hacia una integración militar. Aunque pueda resultar paradójico que los dirigentes europeos, en un momento de profunda crisis del proyecto europeo -que tiene un magnifico botón de muestra en el Brexit-, apuesten justamente por rescatar ese eterno olvidado que es el proyecto de un ejército europeo, en realidad no lo es tanto. Realmente es una forma de intentar atajar la crisis de la integración política y social europea desde la vía militar y securitaria.
La salida de Reino Unido de la UE abre una crisis importante en el propio proyecto europeo, pero también ofrece oportunidades para las élites, tanto en el plano económico, donde el Eurogrupo se convierte en amo y señor de la UE, como en el plano militar, al despejarse las reticencias más beligerantes y con más peso contra la propuesta de un ejército común, que eran justamente británicas. Pero el Brexit también abre el debate sobre el liderazgo militar, ya que Reino Unido era el único Estado Miembro con capacidad militar para tomar las riendas de un eventual ejército común. Un liderazgo que parece salvarse con el acuerdo entre París y Berlín para independizarse militarmente de EE UU, lo cual, de paso, entierra definitivamente aquel veto implícito al desarrollo militar de Alemania.
Como decíamos antes, la idea de un ejército europeo no es nueva. Lleva fraguándose desde hace años. Sin embargo, en los últimos meses ha tomado una mayor relevancia. Dos hechos terminaron de dar el pistoletazo de salida a esta aceleración reciente, al menos de manera explícita y pública. En primer lugar, la victoria de Trump, quien, hace un año, recién llegado a la Casa Blanca, aseguró que la OTAN estaba obsoleta y que, dado que la mayoría de los aliados no le dedicaban el 2% del PIB exigido, no dudó en venir a Europa a decir abiertamente que EE UU no estaba dispuesto a seguir haciendo de guardián del mundo sin una mayor colaboración económica de la UE, dejando así la pelota en el tejado de Bruselas.
El segundo hecho fue el discurso de Juncker hace pocos meses en el último debate del estado de la Unión, donde el presidente de la Comisión afirmó que 2018 supondrá un salto importante en la concreción de la cooperación militar reforzada: desde mejores coordinaciones entre ejércitos e industrias armamentísticas nacionales, hasta cuarteles generales comunitarios, centrales de compra, una industria militar europea o la activación definitiva de los Battlegroups. Todas ellas iniciativas destinadas a poner los cimientos de un eventual ejército europeo.
De esta forma, hemos pasado de evitar hablar de seguridad y defensa común, a que la actual Agenda de Defensa de la Unión se convierta en un eje tan central como extenso: Paquete de Cooperación permanente (PESCO, por sus siglas en inglés), el Fondo Europeo de Defensa que financia planes de inversión y desarrollo industrial, tecnología de identificación personal, de registro de datos o partidas presupuestarias para financiar intervenciones militares enmascaradas en ayuda humanitaria, cooperación o misiones en zonas de catástrofes naturales, sin olvidar el plan estrella tan marca España de los últimos años: la militarización de las fronteras.
El informe del Transnational Institute Las Fuerzas del Mercado, publicado recientemente, desvela que "entre 2014 y 2020, se han asignado al menos 11.000 millones de euros a presupuestos dirigidos a medidas de seguridad. La novedad es que hace una década la Unión carecía de presupuestos específicos para asuntos de seguridad, justicia e interior. La industria de la defensa es un complejo entramado industrial donde se entrelazan los Estados y las grandes empresas. Esto tampoco es nuevo. Fue en 2003 cuando se comenzaron con los planes para un programa de investigación sobre nuevas tecnologías "de seguridad interior", incorporándose formalmente al presupuesto de la UE en 2007. La veda se ha abierto y los lobbys de la industria militar y de seguridad son los verdaderos ganadores.
En menos de una década se ha fraguado un discurso de la inseguridad que pretende ser hegemónico, pavimentando el camino a la política común de defensa y la militarización de la UE. Es lo que apuntaba Gramsci como sentido común, que no es otra cosa que la ideología de la clase dominante. El discurso neoliberal -elitista, clasista, racista y militarista-, también en lo que a seguridad se refiere, se difunde y se convierte en ese nuevo sentido común, que se basa en la creencia de que cualquier ciudadano puede ser una amenaza. Con este caldo de cultivo, el falso dilema "derechos y libertades versus seguridad" se instala en nuestro imaginario colectivo.
En este contexto, y con una parte de la izquierda asumiendo amplios postulados de ese sentido común neoliberal sobre qué es y qué debería hacerse con la defensa, se plantean varios retos. El primero, la resignificación del propio concepto de seguridad. Cuando desde las fuerzas del cambio hablamos de seguridad, debemos hacerlo en términos de 'qué es lo que hace sentir segura a la gente': los ingresos, el empleo, la seguridad económica, la seguridad social, y no en términos de presencia policial o fronteras militarizadas. El segundo de los retos es seguir apostando por un movimiento político a favor de la paz y el desarme, y que luche por construir una Europa democrática, justa y solidaria, en el que se priorice la desmilitarización de la política de defensa y se apueste por la seguridad humana en vez de por la seguridad militar. Para ello, la construcción de un relato y una narrativa alternativa antimilitarista, a la par que sólida y creíble es sin duda el gran reto al que debemos dar respuesta.
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