Ultraderecha húngara: antieuropea... y del PP
En tiempos en que tanto se habla y escribe sobre populismos, se advierte nítidamente que -junto a otros rasgos compartidos y denominadores comunes entre aparentes extremos- los populistas de toda condición y latitud gustan de los referéndums.
El referéndum se somete con especial ductilidad a la estrategia populista: a)- simplifica lo complejo, achicando opciones múltiples y agregaciones de intereses en presencia o en conflicto a una reductiva y sencilla confrontación binaria -SÍ o NO-, sin escrúpulo ni freno ante la dificultad de gestionar el día después de una sociedad plural que ha quedado fracturada sobre un solo eje o bisectriz; b)- incita a la legitimación de la autoridad convocante, desde su control de resortes públicos (o coercitivos) que pueden inducir o incluso predeterminar el resultado: es ahí cuando los referéndums se tornan "plebiscitarios" (que se ganan o se pierden según la mayoría apoye la propuesta propugnada por el gobernante, o la desapruebe).
No es extraño que el constitucionalismo europeo -Estado constitucional, imperio de la ley, gobierno de la mayoría, protección de minorías, democracia representativa y garantía judicial de los derechos fundamentales- contemple los refrendos con garantías y cauciones (así, por ejemplo, el art. 92 CE). Como tampoco lo es que la reivindicación -repetitiva, hasta volverse obsesiva- de convocar un referéndum como cauce alegadamente "democrático" (por más que divida por mitades a sociedades democráticas) para una "decisión" por eventual mayoría (por circunstancial que ésta resulte, y por estrecho que resulte el margen de voto que imponga esa mayoría), alerte al observador sobre derivas populistas en democracias asentadas, o sobre el deslizamiento hacia el populismo de gobernantes reaccionarios, ultranacionalistas o abiertamente enfrentados a los principios basales del pluralismo democrático.
Pongamos que hablamos de Viktor Orbán, primer ministro de Hungría.
Confrontado con la decisión del Consejo de la Unión Europea (de la que el propio Orbán había formado parte) de llenar de contenido la cláusula de "solidaridad" normativa y vinculante del art. 80 del TFUE (Espacio de Libertad, Seguridad y Justicia), convocó en su momento (2 de octubre de 2014) un infame referéndum para pedir el "NO" a la "imposición de cuotas" de refugiados (y contra el "realojamiento", reubicación/relocation, de los que actualmente se hacinan en los "hotspots" de Grecia e Italia, fronteras más vulnerables de la frontera exterior en el Mediterráneo del conjunto de la UE). Tan aberrante referéndum se estrellaría finalmente contra la falta de quorum de participación... Pero ese fracaso no impidió que, sin reparar en gastos, Victor Orbán invirtiese, en su estrambote de referéndum fallido, 40 millones de euros ¡que cuadruplicaban el coste de la atención solidaria y humanitaria a eventuales refugiados para la que pedía el NO de la ciudadanía húngara!
Y viene todo esto a cuento de la inmersión de Orbán, de su Partido Fydesz (¡de la familia del Partido Popular Europeo, no se pierda de vista, que todavía no ha tomado medidas para excluirlo o expulsarlo!) y de su mayoría absoluta al frente de su Gobierno. En un discurso cargado de nacionalismo xenófobo y eurófobo y de menosprecio a los principios y derechos consagrados en el Tratado de Lisboa (Tratado de la UE, Tratado de Funcionamiento de la UE y Espacio de Libertad, Seguridad y Justicia) y en la Carta de Derechos Fundamentales de la UE, firmada y ratificada no hace mucho por Hungría, país de reciente adhesión (2004), para el que su gobernante propugna una así denominada "vía húngara a la democracia iliberal" (que contraría los postulados sobre los que se basa el constitucionalismo demoliberal).
De modo que, efectivamente, la semana pasada, una vez más, el primer ministro Orbán comparecía ante el Parlamento Europeo (PE), en su pleno celebrado en Bruselas. Se confrontaba así a un PE que representa a 500 millones de europeos, entre ellos los 10 millones de húngaros. Lo hacía ante el tribunal de la opinión pública europea y de su representación institucional y legítima: la del único órgano directamente electivo de la arquitectura europoea.
Primer ministro Orbán: si Hungría viene una y otra vez al examen de este Parlamento, no es porque su gran país sea víctima de los imaginarios "tanques" de ninguna -tan delirante como inexistente- "Unión Soviética europea". No. Este Parlamento Europeo representa a diez millones de húngaros también. Y este Parlamento es el de la Unión Europea, a la que se adhirió su país en 2004. Y el del Tratado de Lisboa, cuyos valores amenaza su acoso a la oposición, su restricción del pluralismo informativo y de la libertad de información, su persistente ataque a la independencia judicial y, por supuesto, su agresiva restricción de los derechos fundamentales de todas las personas, incluidos los extranjeros y los inmigrantes a los que usted tanto desprecia...y la libertad académica, seriamente lesionada por el cerrojazo impuesto a la Central European University presidida en Budapest por el prestigioso politólogo y pensador canadiense Michael Ignatieff.
La Comisión Europea debe activar de una vez el art. 7 TUE (retirada de derechos de voto en el Consejo de cualquier Estado miembro gravemente incumplidor y lesivo de derechos) para defender los principios constitutivos de la UE, sin ningún miedo ni cálculo. Muchos respaldaremos en el Parlamento Europeo, con nuestro voto favorable, la activación del mecanismo del Estado de Derecho (Rule of Law Mechanism) contra la «putinización» del gobierno de Orbán en Hungría.
No podemos aceptar que Hungría se beneficie de los millonarios fondos de cohesión europeos -por cierto, incurriendo en prácticas de malversación, masiva corrupción y fraude- mientras retroceden en ese país -de la mano de un gobierno de la familia del PP- las libertades, los derechos y el modelo social, que son la razón de Europa.