La cosa se pone seria: a qué se debe el sprint diplomático de EEUU y la UE con Rusia
Ucrania ha tensado las relaciones entre Moscú, Washington y Bruselas. Una línea roja entre dos mundos que es peligroso pisar. Toca hablar, pactar... o romper la baraja.
No es que se llevaran bien, es que ahora se llevan peor. La enemistad de Rusia con respecto a la Unión Europea, Estados Unidos y la OTAN es recíproca, manifiesta y vieja, pero en los últimos meses se ha acentuado especialmente a causa de Ucrania. El país, antiguo satélite soviético, luego independiente, cada vez más próximo a Occidente y a la Alianza Atlántica y que tiene parte del territorio ocupado por Moscú, ha vuelto al primer plano ante la concentración de tropas rusas -al menos 100.000 efectivos- al otro lado de su frontera.
Los mensajes inquietantes han ido in crescendo, hasta poner las espadas en todo lo alto: violencia verbal, amenazas de respuesta, ultimátums, lista de exigencias, líneas rojas. La cosa se han puesto seria y, por eso, todas las partes se sientan esta semana en distintos encuentros, todos en suelo europeo, para reconducir la situación. Toca hablar, pactar... o romper la baraja. Por ahora, no hay muchos avances.
Cómo hemos llegado hasta aquí
La Unión Europea, EEUU y la OTAN están preocupados ante el despliegue de tropas rusas en varias de sus fronteras, especialmente en la ucraniana. Se calcula que entre 100.000 y 175.000 uniformados se han movido hacia el norte, hacia el aliado que es Bielorrusia; al este, en Transdnistria, una región rebelde de Moldavia controlada por fuerzas prorrusas; y, lo que más preocupa, hacia Crimea, la península ucraniana anexionada por Moscú en 2014 en un conflicto que deja ya más de 14.000 muertos. Rusia defiende que sus militares están en su territorio y que a nadie tienen que dar explicaciones de sus movimientos y que, además, no tiene intención alguna de atacar a Ucrania, pero sus intenciones no están claras. ¿Es una jugada de presión, simplemente? ¿Algo más?
Según informaciones de los servicios de inteligencia de EEUU, que han hecho llegar a sus socios en la Alianza Atlántica, el presidente ruso, Vladímir Putin, estaría sopesando una invasión de la exrepública soviética a principios de este año, 2022. Contaría con un centenar de grupos tácticos de batallones, apoyados desde el aire.
Unas informaciones reafirmadas por la Inteligencia militar ucraniana, que a finales de noviembre denunció que Rusia prepara un ataque para “finales de enero o comienzos de febrero”. Una eventual invasión militar, dice, que implicaría probablemente ataques aéreos, de artillería y blindados seguidos de asaltos de tropas aerotransportadas en el este, desembarcos anfibios en Odesa y Mariúpol y una incursión más pequeña a través de la vecina Bielorrusia, según el general ucraniano Kyrylo Budánov, al frente de esta agencia.
Ucrania afirma, a su vez, que no tiene previsto llevar a cabo una ofensiva en la región del Donbás, donde combate desde hace casi siete años contra milicias separatistas prorrusas, y trabaja para buscar una “solución pacífica al conflicto”, en palabras del ministro de Exteriores ucraniano, Dmitró Kuleba.
Rusia dice que no hay nada que temer y que esto es un invento de sus adversarios. El Servicio de Espionaje Exterior de Rusia (SVR) ha calificado de “absolutamente falsas” las declaraciones de Occidente sobre esta concentración de tropas y la hipotética preparación de un ataque contra el país vecino.
“El Departamento de Estado de EEUU transmite a sus aliados por medios diplomáticos informaciones absolutamente falsas sobre la concentración de tropas en nuestro territorio para una intervención militar en Ucrania”, señaló hace dos meses la entidad en un comunicado citado por la agencia Interfax, en el que se señala que Washington busca avivar la “histeria” sobre este conflicto abierto.
Según el servicio de inteligencia ruso, es Washington quien busca amedrentar de este modo a la comunidad internacional. “Los estadounidenses describen la terrible imagen de cómo las huestes de tanques rusos destruyen ciudades ucranianas, aseguran que tienen ciertas informaciones verídicas de estas intenciones de Rusia”, señaló la entidad. Y señala que Kiev sí estaría mandando personal a la frontera, en un paso amenazante.
“Tenemos datos sobre el avance de las posiciones ucranianas al fondo de la llamada zona gris en torno a la línea de separación, y sobre la concentración de tropas y medios del Ejército ucraniano en las zonas fronterizas con Rusia y Bielorrusia”, añade el SVR.
Las amenazas cruzadas
Esta situación ha llevado a que tanto Bruselas como Washington amenacen a Moscú con nuevas sanciones, añadidas a las ya existentes, en el caso de que haya una acción armada rusa en suelo ucraniano. EEUU ha avisado de que irá entonces a por “objetivos de alto impacto”, no como en 2014, cuando apuntó a pequeños barcos o militares de escaso rango. “Hay que comenzar alto y permanecer alto”, dice una fuente a la CNN.
Se apuesta por dañar lo más posible al sistema financiero ruso y también a sectores considerados críticos para el país. Por ejemplo, se especula con medidas de control en sus exportaciones, de forma que tenga que detener la llegada de teléfonos inteligentes o componentes clave para fabricar coches o aviones, que contengan chips diseñados con software estadounidense o de producción en EEUU.
Un obstáculo a su desarrollo tecnológico, comercial e incluso defensivo ante el que algunos analistas avisan -puede generar daños también en lo doméstico e incrementar el riesgo de ciberataques- pero que podría ser efectivo.
La UE no ha concretado tanto su amenaza. “Cualquier nueva agresión militar contra Ucrania tendrá enormes consecuencias”, avisa. De momento, sólo hay declaraciones grandilocuentes que llaman a Rusia a una desescalada y a frenar su “retórica agresiva”. Los Veintisiete advierten del “enorme coste” que tendría violar la integridad territorial y la soberanía ucraniana para Rusia.
Aún confían en la posibilidad de frenar la escalada en la frontera a través del diálogo, de retomar formatos como el de los Acuerdos de Minsk (I y II), que permitieron continuar con las conversaciones entre las partes durante los inicios del conflicto, pero no descartan medidas más contundentes, y ya trabaja en una batería de sanciones para aislar económicamente a Rusia si fuera necesario. “Esperamos lo mejor, pero nos preparamos para lo peor”, reconoce el Alto Representante para la Política Exterior y de Seguridad Común, Josep Borrell, que acaba de estar en Ucrania.
El miedo en Rusia no es puntual, a un movimiento de tropas de Ucrania ni a las sanciones, sino a que Kiev se coloque bajo el paraguas de la Alianza Atlántica, que más que aliado -que ya lo es- se convierta en socio y entonces se encuentre con sus misiles en plena frontera, a las puertas de casa. Por eso, el pasado 17 de diciembre Moscú presentó una lista de ambiciosas exigencias especialmente dirigidas a la OTAN y EEUU para poner las cosas en su sitio (según su visión). Moscú pide a Washington y la OTAN que retrocedan en el este europeo, por simplificarlo.
Entre los requerimientos anunciados destacan la prohibición de que Ucrania ingrese en la OTAN, el fin de la actividad de la Alianza militar en Europa del Este -incluido el territorio ucraniano, el Cáucaso y Asia Central- y el compromiso de que ni Washington ni Moscú desplieguen misiles de corto o medio alcance fuera de sus territorios.
Además, el Kremlin pide un límite al despliegue de tropas y armas por parte de la OTAN en el Este, lo que devolvería a las fuerzas armadas de la organización al lugar donde estaban estacionadas en 1997, antes de una expansión hacia esa parte del continente. Ignorar estos puntos conduciría a una “respuesta militar”, similar a la crisis de los misiles en Cuba, en 1962, amenazó el viceministro ruso de Exteriores, Serguéi Riabkov, al presentarlos en una rueda de prensa. EEUU reaccionó de inmediato diciendo que son exigencias “inaceptables”.
Lo que puede pasar
Tan feo se ha puesto el panorama que la diplomacia ha acabado forzando una serie de encuentros para intentar rebajar la tensión. Todos tienen lugar esta semana: tras muchas llamadas cruzadas entre Moscú y Washington (las dos últimas, en diciembre, entre los propios presidentes, Joe Biden y Vladimir Putin), ayer se dieron los contactos a nivel viceministros entre EEUU y Rusia en Ginebra; el miércoles se celebrará en Bruselas el Consejo OTAN-Rusia, una cita por la que llevaba años rogando el secretario general de la Alianza, Jens Stoltenberg, pero a la que Putin se negaba; y el jueves se ve el asunto en el marco de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE).
Que nadie espere una solución en estos días. La misión inmediata es generar confianza y reducir riesgos y lo concreto ya vendrá. Hay mucha tela que cortar y mucho que hablar entre socios y aliados, porque nadie puede ir por libre en esta batalla. Lo que ha trascendido hasta ahora, al menos, es cierta disponibilidad a hablar las cosas sin tirarse los trastos a la cabeza, que ya es algo.
Ayer, las delegaciones rusa y norteamericana, con altos representantes de Exteriores, Defensa y control de armamento, entre otras carteras, mantuvieron un encuentro de unas nueve horas en la Embajada de EEUU ante la ONU en Ginebra, “sin eufemismos ni intentos de evitar temas delicados”, en palabras de las primeras.
EEUU ha dicho públicamente que no tiene intención de desplegar misiles en Ucrania ni “cerca”, que se puede pasar revista a su sistema en el resto de Europa, volver sobre el Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio (roto por culpa de Donald Trump en 2019) e incluso llegar a “restricciones”, siempre que sean “recíprocas”, en el tamaño y el alcance de las maniobras y ejercicios militares que vayan a hacer junto con la OTAN cerca de Rusia.
Añade EEUU que no sopesa un recorte de sus tropas destinadas en Europa, pero tampoco un incremento de las que ya están en zonas calientes con respecto a Rusia, como Polonia o el Báltico.
Pero lo que no es negociable es la posibilidad de que Ucrania entre en la OTAN o, al menos, mejore su colaboración con la Alianza; lo contrario sería un atentado a su soberanía, indica. Nadie puede exigir a otros países con quién aliarse, argumenta.
La delegación estadounidense, con la subsecretaria de Estado Wendy Sherman a la cabeza, no se mostró abiertamente contraria a las propuestas rusas, pero sí advirtió que Moscú no puede exigir a países como Ucrania que den la espalda a la OTAN o a la actual ayuda estadounidense en materia de seguridad. “Un país no puede cambiar la frontera de otro por la fuerza, dictar los términos de terceros países o prohibirles tener alianzas”, advirtió Sherman en la rueda de prensa telefónica posterior a las reuniones, informa EFE. En resumen, se necesitan “debates más profundos sobre la cuestión” y subrayó que decisiones en este sentido “no pueden concluirse en cuestión de días, ni siquiera de semanas”.
Los de Putin, por su parte, sostiene que no harán “concesiones” si hay injerencias en su patio trasero, y Ucrania y su entorno lo es. Por eso se aferran a un nuevo marco para la seguridad en Europa, el que marcan sus condiciones de diciembre. No obstante, fuentes diplomáticas citadas por Reuters y AFP señalan la posibilidad de un entendimiento si se dan los puntos de partida expuestos por Washington.
“Las tropas están en nuestro territorio y no hay razón ninguna para temer una escalada” en Ucrania, aseveró el viceministro de Exteriores Serguéi Riabkov, al frente de su equipo, en una intervención en la que fue claro: “Necesitamos cambios radicales en el marco de nuestras relaciones”, dijo insistente. Aunque “confía” en lograr avances en los demás encuentros de esta semana, también lanzó mensajes desafiantes. “La OTAN y EEUU podrían cometer errores que perjudicaran su propia seguridad y la del resto de Europa”, avisó.
“Demasiado serio”
“Se ha puesto todo demasiado serio”, resume el americanista Sebastián Moreno. A su entender, “Putin ha sentido la presión, no sólo de las sanciones, que esta vez sí podrían ser desequilibrantes, sino de los ejércitos, de la artillería de la OTAN llegando a sus posiciones si da un paso que lo provoque”. “Sabe que es muy posible que la Alianza Atlántica esté planificando un despliegue mayor en Ucrania o muy cerca para repeler un ataque, no sería una respuesta tan laxa como la de 2014, y por eso ha sido el propio Putin quien más interés ha tenido en llamar a Biden, en charlas de entre 30 y 50 minutos, para acercar posturas”, explica.
“En EEUU se cree que Rusia busca, por encima de todo, un acuerdo jurídico y vinculante que le permita tener la tranquilidad de que la OTAN no le va a atacar y de que Ucrania no va a formar parte de la OTAN. Es un doble compromiso el que pide a Occidente de una enorme importancia estratégica, pero es que estamos ante un escenario sumamente peligroso, no conocido desde la Segunda Guerra Mundial, y por eso las reclamaciones y las soluciones han de ser de calado”, señala.
Moreno asume que hará falta “flexibilidad” y “altura de miras” para llegar a acuerdos, aunque sean parciales, que permitan ahondar en el status de la defensa en el Viejo Continente, “porque no es un debate de 2022, sino de décadas por venir”. “O hay diálogo y diplomacia o hay confrontación. Se ha llegado a un punto en el que nada más blando es asumible”, remarca, poniendo como ejemplo el escaso recorrido que han tenido hasta ahora las sanciones impuestas a Rusia tras su invasión de Ucrania.
Durante los cuatro años de mandato de Trump, a Rusia se la atacó poco desde Washington. Es más, el republicano no se cortaba al hacer pública su admiración hacia Putin como líder fuerte. Con su política de mirar hacia adentro, no hizo mucho por encarar o frenar sus políticas, zona espinosa por la llamada trama rusa, que mejor no tocar. Ahora las cosas han cambiado. Biden no es que se muera de ganas de estar pringado en política exterior, con los problemas domésticos que tiene (coronavirus, inflación, mayorías legislativas...), pero en el caso concreto de Rusia queda claro que no hará lo que su antecesor. Tiene ojeriza con el gigante, al que acusa de injerencia en las elecciones de noviembre de 2019, en un intento de que los demócratas no ganasen la presidencia. Hay informes de la CIA al respecto.
Y más: existe una animadversión personal vieja entre Putin y Biden, que data de los tiempos del norteamericano como vicepresidente con Barack Obama y se ha agigantado con la aparición de unas grabaciones manipuladas en las que el norteamericano hablaba con Petro Poroshenko, justamente el mandatario ucraniano, hablando de préstamos y contrapartidas a cambio, un intento de echarle porquería encima en plena campaña. Biden ve la mano de Putin tras la jugada.
De fondo, para complicar la amistad, están las sucesivas sanciones contra funcionarios rusos impuestas no sólo por Donbás, sino por su persecución de opositores como Alexei Navalny, supuestamente envenenado y ahora en prisión, o por ciberataques a sus agencias federales, “fechorías”, como las llama Biden.
En este escenario, el norteamericano dio una entrevista a ABC News en marzo del año pasado y llamó a Putin “asesino”, directamente, lo que llevó a retirada de embajadores, silencio diplomático y una respuesta de Putin de las que no se olvidan.
Moreno enfatiza que en la Unión Europea las cosas con Rusia sólo están un poco mejor. No se han dicho palabrotas, pero casi. También impuso sanciones por Ucrania y por Navalny; se ha quejado amargamente de su apoyo al dictador bielorruso, Alexandr Lukashenko, en su pulso con Bruselas; hay resoluciones del Europarlamento contra el gasoducto Nordstream 2, que “viola la política común de seguridad energética de la UE”; desde 2019, Rusia ya no es un “socio estratégico” de los Veintisiete y, de vuelta, hay ocho altos cargos europeos a los que se les ha vetado la entrada a Rusia.
Una línea roja entre dos mundos
“Ucrania es la gota que colma el vaso, es una línea roja entre dos mundos, entre dos maneras de entender la geopolítica, la defensa, el poder. Pero hay mucha marejada de fondo previa”, indica el experto.
Tras su independencia en los años 90, Ucrania llegó a un acuerdo de asociación con la UE en 2012 pero al año siguiente, por la presión ejercida por Moscú, no lo refrendó. Fue cuando se produjeron las protestas proBruselas del Euromaidán, se acabó yendo el presidente y Rusia aprovechó para invadir Crimea, una zona que siempre defendió como suya y con la que tiene importantes lazos históricos, étnicos y culturales.
Putin apoyó a los prorrusos y acabó siendo expulsado del G-8 y sancionado por otras naciones occidentales. Aún hoy, sigue fuerte en la zona, especialmente controlando su base de Sebastopol, esencial para el Mar Negro. La OTAN acusa a Rusia se alentar a los separatistas, Rusia lo niega y así llevamos siete años, con la guerra aún abierta (y olvidada), 1,5 millones de desplazados de sus hogares sin poder regresar y la ONU denunciando crímenes de guerra y violaciones de los derechos humanos.
En medio, en 2008, la OTAN y EEUU impulsaron la admisión no sólo de Ucrania sino, también, de Georgia en el club atlántico, un paso inadmisible para Rusia, ya de por sí en alerta tras la entrada, en 2004, de potencias bálticas como Estonia, Letonia o Lituania, como recuerda el politólogo norteamericano James Kurth en un análisis publicado en el Instituto para el Nuevo Pensamiento Económico, quien entiende que estamos ante el “más fundamental y grave” episodio en la zona desde que la OTAN tiene su actual actividad, tras el fin de la URSS.
Kurth insiste en que las de Rusia “no son demandas nuevas”, porque ya se hicieron en el momento de la ampliación de la OTAN al este, primero en el 99, hacia Polonia, República Checa o Hungría, y luego, la más “amenazante”, la de 2004. Es una política avalada tanto por demócratas como por republicanos, indica, que busca extender el poder norteamericano y las alianzas firmes en Europa, más allá del pelotón de la UE. Una “consolidación de Europa pero con liderazgo norteamericano”, aclara.
Moscú entendió que era un “salto cualitativo” en la amenaza a su estrategia defensiva, sobre todo en la antigua órbita soviética, que hace que su frontera sea más “vulnerable”, de ahí el baile al que asistimos. Ahora, añade, Putin entiende que la situación de Biden es de debilidad en casa y aprovecha las “disfunciones políticas acumuladas por su Administración, en el Partido Demócrata y en el sistema político de EEUU” para trazar nuevas líneas rojas. “Ha llegado el momento de la oportunidad”, escribe.
De la oportunidad, parece claro. De la verdad, quizá también. Las soluciones parciales nos pueden llevar a este mismo punto en cualquier momento, a la casilla de salida. Toca arreglarlo de una vez.