Ucrania, estancada: la diplomacia pisa el acelerador mientras sigue el movimiento de tropas
Hay documentos sobre la mesa y ofertas que estudiar, y eso lleva tiempo. Moscú insiste en que no quiere guerra, mientras Washington le pone fecha y consecuencias.
“Mi intención era bloquear el juego para evitar una escalada y abrir nuevas perspectivas (...) y este objetivo para mí está cumplido”. Lo dijo este martes Emmanuel Macron, el presidente francés, a su llegada a Kiev. Se refería a las casi seis horas de reunión que había tenido el día anterior con su homólogo ruso, Vladimir Putin, en Moscú, en una ronda diplomática con la que trata de rebajar la tensión en Ucrania y abrir una nueva vía de diálogo.
El galo se había felicitado públicamente por haber arrancado a Putin la promesa de que Rusia “no emprenderá nuevas iniciativas militares”, aparte de la concentración de tropas en la frontera común que lleva meses manteniendo, con más de 100.000 efectivos. Pero el Kremlin salió pronto a desmentirlo: “En esencia, es falso. Moscú y París no pudieron cerrar ningún pacto. Simplemente, es imposible”, comentó ayer por la mañana a la prensa el portavoz de Putin, Dmitri Peskov. Doble negación: ni hay promesa ni se habla de cosas tan serias con un líder, Macron, que ni siquiera lidera la OTAN, añadió Peskov.
¿Cómo están entonces las cosas? ¿Cuál es la versión correcta? Lo que se sabe en este momento es que la crisis ucraniana está estancada en lo diplomático, con contactos que se multiplican pero que no han arrojado resultados tangibles por el momento, mientras en lo militar no deja de haber movimientos de refuerzo en la región, por lo que pueda pasar, y en lo propagandístico todo son previsiones agoreras y enseñar los dientes.
Lo que se ha hablado y se sigue hablando
El empeño de Macron en hablar con Putin -que podrá venir condicionado por su presidencia temporal de la Unión Europea y por las elecciones a las que se enfrenta en abril, pero que no deja de ser loable en estos tiempos de amenazas- ha sido entendido en la comunidad internacional como un intento de bajar el balón al suelo y calmar las aguas. Para eso ha valido. Lo que no se sabe es para qué más.
Del encuentro bilateral, en esa mesa de distancias kilométricas que son la mejor metáfora de estos días- Macron sacó que “los próximos días serán determinantes” para conocer lo que ha de venir. El portavoz de Putin ha afirmado que la desescalada en torno a la situación en Ucrania es “muy necesaria”, porque las tensiones se incrementan “cada día que pasa”, un mensaje que se ha entendido como de cierta distensión pero que, claro, también choca con el correctivo en público que ha hecho al Elíseo sobre lo prometido y lo no prometido. Todo un juego de subidas y bajadas.
De lo que Macron puso sobre la mesa a Putin le sabe poco. El francés habló en rueda de prensa de promesas de un “nuevo mecanismo de seguridad” en Europa, a cambio de una desescalada en la frontera con Ucrania. “Debemos mostrar conjuntamente voluntad de que estamos dispuestos a trabajar en las garantías de seguridad, construir un nuevo orden de seguridad y estabilidad en Europa”, aseguró. Dijo que había planteado “varias variantes” para “evitar una guerra”. Cinco horas largas dan para muchas variantes, pero no las detalló. Sólo repetía que Rusia es un país “amigo”, “parte de Europa”.
Ha sido la prensa la que ha filtrado una de las posibles manos tenidas, un término medio: la vía finlandesa para Ucrania. Según el diario francés Le Figaro, Macron planteó la no-adhesión de Ucrania a la OTAN, que es lo que Rusia ha exigido en sus reclamaciones tanto a la Alianza Atlántica como a Washington, pero elevando el estatus de colaboración con la organización, más allá de los acuerdos que ya mantienen. Ahora mismo, países como Finlandia y Suecia, que no son socios de la Alianza aunque cada poco surge el debate de si quieren serlo, tienen este tipo de relación.
En la respuesta que EEUU y la OTAN dieron a las exigencias rusas quedaba claro que defendían el derecho de Ucrania a integrarse en la Alianza si quería, en que era inviable que Rusia o cualquier otro país tenga que decir a Kiev a qué club sumarse y a la OTAN, a quién admitir. Queda claro en los documentos desvelados por El País. Sin embargo, la plena adhesión lleva su tiempo y esta salida intermedia quizá cuaje. No se han pronunciado sobre ella aún ni París ni Moscú.
Hace una semana que Rusia respondió a EEUU sobre su carta original, pero no ha trascendido el contenido de esa misiva y si deja la puerta (o, al menos, una ventana) abierta al debate.
Para el alto representante de la UE para la Política Exterior y de Seguridad, Josep Borrell, el encuentro Putin-Macron fue “positivo” al impulsar “el diálogo” como “el camino a seguir” en la crisis de Ucrania, dijo esta pasada noche desde Washington, donde está en una reunión del consejo UA-UE sobre energía. Sin embargo, tampoco detalló más sobre lo que hay sobre la mesa, los plazos y los riesgos.
En las últimas horas se ha presentado una nueva plataforma que se denomina “Diálogo Renovado sobre la Seguridad en Europa”, es una iniciativa del actual presidente de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), el ministro polaco de Exteriores, Zbigniew Rau. Busca, igualmente rebajar la tensión en la zona, pero promete quedar en papel mojado: Rusia la rechaza por ahora. Ha criticado que la impulse Polonia, un país de la OTAN que ha ofrecido armamento a Ucrania y tiene relaciones tensas con Moscú, por eso dice que está “mal concebida” y que su país prefiere el diálogo con la OTAN y Estados Unidos.
El ministro español de Exteriores, José Manuel Albares, justo está en Kiev también, en un intento de “avanzar en la distensión y en la desescalada”.
Eje con Alemania
Macron, cuando acabó en Ucrania, hizo escala en Alemania de vuelta a casa y se vió con el canciller alemán, Olaf Scholz -que justo estuvo el lunes en Washington con Joe Biden- y con su homólogo polaco, Andrzej Duda. Por un lado, ahonda en la apuesta europea de diálogo pero, por otro, el tema germano están candente porque las particularidades de su relación con Rusia así lo fuerzan: tienen de punta a punta el Nord Stream 2, el gasoducto esencial para sus intereses, por ejemplo.
Hay raíces muy profundas con Rusia en la sociedad alemana, Berlín se niega a mandar armas a Ucrania y, hasta anteayer, se había negado a mandar más efectivos a la zona. Lleva tiempo bloqueando propuestas de sanciones severas, como la de excluir a Rusia del sistema de pagos Shift.
Incluso antes de que Nord Stream 2 esté en funcionamiento, gran parte de Europa depende del suministro de energía de Rusia. Aun así, Biden ha afirmado que tanto EEUU como otros países, podrían compensar una “parte significativa” de los suministros perdidos en caso de que Rusia decida cortar a Europa en represalia por las sanciones. Scholz guardó silencio sobre este extremo. “Estamos absolutamente unidos y no tomaremos pasos diferentes. Tomaremos los mismos pasos, y serán muy, muy duros para Rusia”, aseguró el alemán ante Biden, de forma genérica.
Anoche, junto a Macron y Duda, Scholz se comprometió a mantener una “absoluta unidad” en el objetivo compartido de “preservar la paz” en Europa, algo que a juicio del eje franco-alemán pasa por el diálogo con Rusia. Los tres países respectivos ejercen en estos momentos las presidencias de turno de la Unión Europea (UE) -por parte francesa-, del G7 -por la alemana- y de la OSCE -por la polaca-, enfatizó el canciller alemán, lo que dio a su reunión “una relevancia especial”, en unos momentos “muy difíciles”.
Scholz trata de superar su imagen de tibieza, cuando apenas llegó al cargo en diciembre, y ha prometido verse con Putin la semana que viene. La meta, conjunta con Macron, es lograr algún tipo de avance para reactivar el llamado Formato Normandía, es decir, el diálogo entre Rusia y Ucrania, auspiciado por el eje franco-alemán, que apenas ha logrado hasta ahora más que reuniones preparatorias a escala de asesores; la próxima se prevé para el próximo día 10 en la capital alemana, apuntó Macron.
La visita de la ministra de Exteriores germana, Annalena Baerbock, a Ucrania y la polémica zona de Donetsk, donde se la ha visto con casco y ropa de camuflaje, ha sido la imagen de impacto de las últimas horas. La suma a su nueva foto de fondo de Twitter, muy amistosa con su colega de EEUU, Antony Blinken.
Para Moscú, cualquier signo de división o desconfianza en el seno de la UE y la OTAN es algo bueno, por lo que hay que estar pendientes de si hay unidad de acción en esta estrategia de hablar y buscar caminos alternativos. Alemania tiene un Gobierno recién estrenado, a tres bandas, con Exteriores en manos de unos Verdes menos proRusia y menos belicistas, lo que está causando hasta tensiones internas.
“Estamos absolutamente unidos y no tomaremos pasos diferentes. Tomaremos los mismos pasos, y serán muy, muy duros para Rusia”, aseguró el alemán ante Biden. La capacidad de influencia de la UE es limitada y Moscú ya ha dicho en repetidas ocasiones que con Bruselas no quiere hablar, pero al menos está por ver si viene presión por ese flanco y si es unitaria.
Movimientos en la zona
Desde fines del año pasado, Moscú ha movilizado más de 100.000 soldados a las fronteras norte y este de Ucrania, y a Crimea, territorio ucraniano anexado por Rusia y no reconocido como ruso por la comunidad internacional. El Gobierno de EEUU ha advertido que ese número puede aumentar rápidamente hasta 175.000 y que ya tienen, en realidad, el 70% de lo necesario para empezar la guerra. Analistas de inteligencia dicen que las tropas están cada vez más preparadas para lanzar una campaña, incluidos suministros de sangre para los hospitales rusos instalados cerca de la frontera. Esta misma semana, han puesto fecha concreta, 15 de febrero, para el ataque, inicio de una contienda que podría dejar, dice EEUU, 50.000 muertos, según un sorprendentemente detallado informe publicado por el New York Times.
Rusia sigue llevando a cabo ejercicios militares conjuntos con el vecino del norte de Ucrania, Bielorrusia. La OTAN estima que estos ejercicios involucran a unos 30.000 soldados más, desplegados también en Bielorrusia y Moldavia, territorios amigos. Moscú insiste: está en su terreno, tiene derecho a hacer ejercicios militares y lo que le plazca en su terreno y no tiene empeño en empezar una guerra. Eso sí: si empieza, “no habrá vencedores. No les dará tiempo ni a parpadear”. Palabra de Putin pronunciada ante Macron.
Como respuesta, Ucrania ha solicitado y comenzado a recibir armas de países occidentales en las últimas semanas. También anunció Kiev una reforma militar para que el país cuente con 100.000 soldados activos más. De momento tiene sistemas antitanques de Estados Unidos y Reino Unido y municiones y misiles antiaéreos de los bálticos. La Unión Europea ha prometido 1.200 millones para Ucrania. Distintos países, como España, han adelantado su contribución -ya estable- en misiones de la zona, y la novedad es que Alemania ha anunciado que desplaza a 350 efectivos. Su ministra de Defensa, Christine Lambrecht, ha dicho que refuerza con estos uniformados su contribución en Lituania. Ya tiene 500. Un anuncio hecho de seguido a la visita a Washington de Scholz, un gesto que pretende sin duda complacer a Estados Unidos y mandar un mensaje de confianza.
¿Inminencia o no inminencia?
El 2 de febrero de 2022, la secretaria de prensa de la Casa Blanca, Jen Psaki, anunció que el término “inminente” no será usado más para describir la amenaza de intervención rusa en Ucrania. No porque la evaluación de inteligencia sobre el escenario haya cambiado, tuvo que explicar, sino porque el concepto podía sugerir que EEUU tiene certeza sobre las intenciones de Putin, de que había tomado “una decisión”.
Aunque la portavoz quiso quitar hierro a las palabras, en círculos diplomáticos ha sentado mal, sugiere que Washington estaba imprimiendo un ritmo rápido del real a la amenaza para confrontar con Moscú, en un tiempo en el que, cuanto más se hable de la amenaza en Europa, menos se publica sobre su debilidad parlamentaria, la pandemia o la inflación.
Además, la palabra “inminente” y la retórica dura de la Administración Biden también ha acabado causado fricciones con el Gobierno ucraniano. “Soy el presidente de Ucrania y estoy sobre el terreno, y creo que entiendo los detalles mejor que cualquier otro presidente”, ha dicho Volodimir Zelenski ante un grupo de corresponsales extranjeros, que le habían preguntado sobre la brecha que existe entre los mensajes de Estados Unidos y la línea más cautelosa de Kiev.
Mientras Washington advierte de una amenaza grave de invasión rusa, Zelenski sostiene a los ucranianos que su país no está más amenazado que antes y relata, por ejemplo, que ya en primavera había una concentración similar de soldados rusos en la zona. Lo que ha cambiado es la repentina atención que han prestado los medios internacionales al asunto, indica.
Se trata de una declaración más sorprendente si se tiene en mente que los líderes ucranianos, incluido Zelenski, llevan años pidiendo a Occidente que no subestime la amenaza que Rusia supone para la independencia ucraniana. No sólo eso, sino que Kiev ha presentado una larga lista de peticiones de sistemas de armas a Occidente, las que Kiev considera necesarias para disuadir a Rusia.
La tensión es casi perpetua y, al final, afecta a la economía doméstica. Aunque no se haya disparado un solo tiro, el hecho de que se hable de una guerra ha dañado la confianza de los inversionistas extranjeros en Ucrania. Esta es una de las razones por las que el presidente Zelenski trata de bajar las tensiones.
Hasta ahora, la moneda ucraniana, la grivna, se ha mantenido bastante estable, perdiendo menos del 10% de su valor frente al euro en las últimas semanas; para ello ha sido necesaria la ayuda del Banco Central, que ha invertido más de 1.000 millones de euros en frenar la caída de la moneda. Pero la capacidad de Ucrania para pedir dinero prestado en los mercados internacionales ha bajado y eso preocupa.
Pese a ese panorama, Ucrania también asume en público la parte menos mala de todo esto: los líderes de Turquía, Gran Bretaña, Países Bajos y Francia han estado en Kiev, con promesas de ayuda variada. Una muestra sin precedentes de apoyo que demuestra que están en la agenda de Europa y la OTAN, que se toman los temores de Kiev respecto a Rusia en serio. Hasta demasiado.
Aunque hasta el momento no ha ocurrido un enfrentamiento militar como tal, las autoridades ucranianas han denunciado la existencia de una “guerra híbrida” en su contra por parte de Rusia. Lo hicieron en enero, ante un ataque informático grave, e insisten en que se repiten aún, para intimidar a la sociedad y “desestabilizar la situación” con “falsas informaciones sobre la vulnerabilidad de las infraestructuras informáticas del Estado”.
Otra dimensión de este tipo de conflictos es la inmersión de separatistas que buscan desestabilizar a un determinado país, algo que tampoco se hace abiertamente. Actualmente, Ucrania arrastra el problema de las repúblicas de Donetsk y Lugansk, autoproclamadas por afines a Rusia, y la anexión de Crimea. Todo, desde 2014.
Enquistado es la palabra.
El factor China
Y se añade estos días la “preocupación” por el acercamiento entre Rusia y China. Borrell, desde Washington, llamó la atención esta madrugada sobre la “tendencia hacia una alianza entre Rusia y China”, dos países que caracterizó de “autoritarios”, después del reciente comunicado conjunto en el que Pekín respaldó el rechazo de Moscú a una mayor expansión de la OTAN.
A raíz de la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno en Pekín, Putin se vio con Xi Jinping; ambos cerraron filas frente a las “amenazas a la seguridad” de Occidente, tras dos años sin verse, en lo que ambos denominaron como un “nuevo escenario” en su la relación bilateral.
Con la crisis en torno a Ucrania y las tensiones a cuenta de Taiwán -cuya soberanía reclama China- bajo la mesa, Xi cerró filas en torno a su aliado y destacó que China y Rusia van a profundizar su coordinación estratégica “sin descanso” y que también van a afrontar juntos lo que denominó “injerencias externas” y “amenazas a la seguridad regional”.
En qué cuajará, está por ver, pero desde luego el refuerzo de esta alianza escuece en Washington y Bruselas.