Tres comedias teatrales que ayudan a pasar agosto en Madrid
Madrid, como la ciudad turística que es, hace tiempo que no cierra por vacaciones. Por eso muchos de sus teatros también están abiertos por vacaciones. Ofrecen de todo pero sobre todo ofrecen comedias para estos tiempos de relax, de asueto y ropa floja, como la risa. Una risa perseguida por tres espectáculos que se pueden ver en estos momentos en la capital.
Siglo de oro, siglo de ahora (folía) de Ron Lalá en los Teatros del Canal tiene la ventaja de ser un espectáculo que ha probado y comprobado su capacidad de hacer reír y hacerlo bien. Tan bien que tiene un Premio Max y el Premio del Festival de Olmedo. Fue el espectáculo que descubrió esta compañía al gran público y que la convirtió en un clásico del humor comercial de calidad en España, la que todo teatro quiere programar. Solo hay que ver las giras de los espectáculos que producen, que son un no parar y no acabar, porque agotan entradas nada más anunciarse.
Se lo merecen. A su calidad técnica, es pasmoso su conocimiento de los recursos escénicos y el manejo de los mismos, añaden su empatía con el público mayoritario. Un talento innato para saber qué divierte al vulgo sin ser vulgares. Y en ese divertir y divertirse no abandonan las preocupaciones de ese vulgo, de ese común, de ese pueblo, que ha sufrido recortes, que ha visto como se deterioraban los servicios públicos, como disminuían sus ahorros o simplemente los perdían, mientras los corruptos se iban de rositas, mientras ellos pagaban impuestos, pagaban IVA, el más alto por ir al teatro, por salir a divertirse o por salir a (re)conocer(se).
Si a todo lo anterior se añade que el espectáculo parte del Barroco español, de las musas, de los entremeses, de la historia de España, de un texto lleno de cultismos y referencias a la cultura que nos une (desde el fútbol a Cervantes, desde Don Quijote a Hamlet, desde Talia, una de las musas del teatro, a lady Gaga, desde Góngora a Quevedo pasando por Lope y, por supuesto, por Calderón) el mérito se acrecienta. Mérito aún mayor cuando se comprueba que entre su público hay adolescentes riendo de los mismos chistes que sus padres y abuelos, participando todos juntos del espectáculo en alegría y compaña. Público que se pone en pie como un solo hombre nada más acabar el espectáculo para aplaudir sin parar, como al final de un concierto de pop (la referencia viene al caso porque el espectáculo tiene mucha música).
Trailer de La comedia de los enredos de Shakespeare - APRIORIGT
Este espíritu burlón también se encuentra en La comedia de los enredos de Shakespeare que la compañía Gato Negro Teatro presenta en el Teatro Bellas Artes. Una obra puesta en escena con imaginación y con humor para que el lugar común no solo no moleste sino que refresque y divierta. Un vodevil en el que se ven involucrados dos parejas de gemelos separados por un naufragio al poco de nacer, sin que ellos sepan de dicha separación, circunstancia que favorece el embrollo, el lío, la chanza.
De nuevo, una compañía que hace el texto con la libertad que Shakespeare exige, pese a quien pese. Una libertad que posiblemente les viene de los espectáculos de Ron Lalá, como a estos les venía de los Monty Phyton. Libertad para hacer que se encuentra en la adaptación realizada por Carlota Pérez-Reverte y en la dirección que le imprime Alberto Castrillo-Ferrer. Libertad que recogen los actores, al principio de la obra con timidez, pero que afianzan a lo largo del espectáculo. Actitud que les permite jugar en escena. Sin olvidar que es una comedia, sin olvidar sus exigencias. Un juego en el que incluyen al espectador, al que se apela y se dirige en varios apartes y al que se convierte en cómplice del juego y de la risa. Algo que le agradece con un fuerte aplauso cuando acaba la función.
La tercera y última de este post es Cuatro corazones con freno y marcha atrás de Jardiel Poncela en la terraza del Teatro Galileo por la compañía Teatro Lab que también acumula ya unos éxitos. Posiblemente es la más floja de las tres pero no podría dejar de aparecer porque ya es un clásico en las noches veraniegas madrileñas. Un clásico que tiene cierto aire de verbena, con sus lucecitas y banderines de colores y con sus puestos de comida (fritanga, quesos, embutidos, tortilla y perritos) y bebida de feria que puedes tomar mientras ves la obra disfrutando de la fresca, si es que la fresca tiene el gusto de aparecer.
Una obra a la que se le ha dado un aire vintage en el decir, algo que va a la contra de la apreciación del espectáculo por los espectadores actuales y, sobre todo, de los más jóvenes. Un espectáculo con un sabor un tanto hipster-kitsch, gracias a la pachanguera selección musical (que incluye canciones de verano como El bimbó de Georgie Dann), el vestuario y esa metafórica piscina que resulta ser el escenario del que salen tiburones, cocoteros y otra realea.
En definitiva, un espectáculo amable para entretenerse que cuenta la historia de dos parejas que deciden tomar el elixir de la eterna juventud para ser sempiternamente jóvenes enamorados (¡Ja, que se lo han creído ellos!). Obra en la que destaca el talento de César Camino (que se alterna con Alex Cueva en el papel). Actor que se hizo popular como el tío moñas del programa Agitación+IVA y que ya tiene una larga trayectoria teatral que incluye éxitos comerciales como Burundanga o El nombre, todos ellos bajo la dirección de Gabriel Olivares, el mismo director de esta obra.
En definitiva, tres obras que invitan a salir. A no quedarse en casa. A divertirse. A reír. Obras ligeras, refrescantes. De distintos sabores, colores y olores. Para tomarse el calor veraniego con calma, salero y gracia y, en la terraza del Galileo, con una caña.