Treinta años después, el muro sigue ahí
Pese a los grandes esfuerzos de cohesión, persisten las diferencias económicas, sociales, políticas y culturales entre el este y el oeste de Alemania
El muro cayó. Pero 30 años después, y pese a los grandes esfuerzos de cohesión, persisten las diferencias económicas, sociales, políticas y culturales entre el este y el oeste, algunas de las cuales alimentan en la antigua Alemania oriental el ascenso de la ultraderecha.
Cerca de la localidad de Probstzella, cuando la carretera 85 cruza una zona boscosa, un pequeño desvío lleva, en unos metros, a una pista forestal en la que se alza una discreta torre blanca, de base cuadrada y dos pisos de altura. Es una de las torretas con las que la Alemania comunista pespunteó la frontera con la República federal entre 1961 y 1989, desde la que se disparaba a quien tratase de huir del país.
Desde la carretera, sin embargo, apenas se percibe el momento en el que se atraviesa la antigua frontera, el actual paso entre los estados federados de Baviera y Turingia. Y pudiera parecer en esa calzada uniforme que las diferencias entre uno y otro lado se han subsanado después de tres décadas. Pero la realidad es bien distinta.
Renta, desempleo, población
Kronach, el distrito bávaro al sur de la frontera, en la antigua Alemania occidental, disfruta de una renta per cápita por encima de los 31.000 euros, según la Oficina Federal de Estadística (Destatis). Su vecino del norte, el distrito de Saalefeld-Rudolstadt, de la extinta República Democrática (RDA), tiene una renta per cápita que no alcanza los 24.000 euros. Más de 7.000 euros en apenas unos metros.
La frontera puede verse en otros indicadores socioeconómicos. La tasa de desempleo en Turingia el pasado agosto era del 5,3 % (y en los cinco “Länder” de la Alemania del este menos Berlín, del 6,4 %), cuando en Baviera era del 2,9 % (y la media del oeste estaba en el 4,8 %). También es evidente en la demografía. La edad media entre los bávaros es de 43,6 (con datos de Destatis de 2016), por ser uno de los estados más dinámicos y ricos; mientras que la de Turingia era 47,0 años, la segunda más elevada tras Sajonia-Anhalt, otra antigua región de la RDA.
Ésta es la regla, no la excepción. El último informe anual sobre el Estado de la Unión Alemana, presentado a finales de septiembre, reconoce que en la actualidad el poder adquisitivo del este supone un 75 % del de la Alemania occidental y que los salarios brutos y la renta disponible equivalen al 85 % del de la otra mitad del país. Pero el documento prefiere poner el acento en la significativa mejora que ha experimentado el cuadro macroeconómico de toda la región en las últimas tres décadas. En 1990 el poder adquisitivo en la RDA era un 43 % del de la RFA.
“Si miramos cuál era la situación en Alemania y en Europa hace 30 años, podemos decir que la reunificación fue un golpe de suerte en nuestra historia alemana”, aseguró al presentar este estudio el comisionado del Gobierno alemán para los nuevos estados federados, Christian Hirte, cristianodemócrata de 43 años que pasó sus primeros 13 en la RDA. “Casi nadie podía imaginarse entonces lo rápido que podía llevarse a cabo la reunificación y lo que hemos conseguido en los últimos 30 años”, agregó.
Miles de millones de euros -muchos de ellos del impuesto de solidaridad que se instauró en los 90 y se desmantelará para una inmensa mayoría en 2021- fluyeron al este, donde se levantaron bloques de viviendas y fábricas, donde se renovaron y revitalizaron centros urbanos e infraestructuras públicas, de colegios y hospitales a conexiones de alta velocidad para internet, pasando por carreteras y vías de ferrocarril. Aunque las mejoras no llegaron a todos por igual. Ni igualaron el este al resto del país.
Para Hirte, se puede hablar en conjunto de un saldo “positivo” y de unas condiciones económicas que “han mejorado dramáticamente”: “Si analizamos hoy la situación en términos generales podemos mirar con gran orgullo y satisfacción a lo que ha sucedido en los últimos 30 años en los nuevos estados federados”.
En “muchos casos”, justifica el comisionado, las causas de que el este de Alemania esté aún económicamente rezagado tiene que ver con “errores” políticos “previos a 1989”, en relación a las medidas del gobierno comunista. Cuando cayó el muro, asegura, “la RDA estaba agotada no sólo en términos económicos y financieros, sino también ecológicos, políticos y morales”.
Su visión está muy extendida en Alemania. Pero no es la única. Sectores políticos -en los extremos del espectro ideológico- y muchos ciudadanos del este critican también cómo se llevó a cabo la reunificación, tanto política como económicamente, porque a su juicio se arrasó con todo lo que había significado la RDA -porque las connotaciones de la dictadura lo impregnaban todo- sin tener en cuenta su significado o su valor. Muchos perdieron por el camino sus referentes sociales y culturales y han caído en la Ostalgie, un acrónimo que combina las palabras “este” y “nostalgia” y cuya veta más amable han explotado con éxito películas como Goodbye, Lenin.
La “Alemania descolgada”
Por eso, las diferencias entre Kronach y Saalefeld-Rudolstadt trascienden lo socioeconómico e impregnan también lo político. Se evidencian nítidamente en las urnas, a pesar de que ambos distritos comparten ciertos problemas como regiones eminentemente rurales y despobladas, parte de lo que se ha dado en llamar la “Alemania descolgada”.
En las elecciones europeas del pasado mayo, las últimas de carácter nacional, el ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) obtuvo en Kronach apenas un 9,3 % de los sufragios y quedó como cuarto partido en el distrito. En Saalefeld-Rudolstadt quedó como primera fuerza, con un 27,6 % de los votos. Fue la novena circunscripción en donde mejor puntuó.
En las últimas tres elecciones regionales, las de los estados orientales de Brandeburgo, Sajonia y Turingia, la ultraderecha ha logrado en torno a uno de cada cuatro votos, y si no va a acceder a ninguno de los gobiernos es exclusivamente por la negativa del resto de fuerzas a pactar con ellos. La diferencia con el resto del país es notable. Las encuestas de ámbito nacional los sitúan entre el 12 y el 16%, porque sus resultados en el oeste son mucho más discretos.
Sus buenos resultados en el este de Alemania están íntimamente ligados con el pasado reciente de la región. Según el consultor argentino Franco Delle Donne, coautor del libro Factor AfD, “hay elementos que explican el diferente éxito que tiene la ultraderecha a un lado y otro del antiguo Telón de Acero”.
El primero, argumenta, es la capacidad que ha tenido AfD de catalizar la “decepción” de un sector del este por cómo se ha llevado a cabo la reunificación. Muchos creían que este proceso político iba a servir para “solventar los problemas de la región” y ponerla “a la misma altura política, social, económica y cultural” que el oeste. “Pero esto no ha sucedido. Treinta años después están en inferioridad de condiciones”, asegura.
Ciudadanos de segunda
Muchos expertos comparten su opinión. El filósofo Michael Bittner, columnista de principal diario sajón, el Sächsische Zeitung, asegura que muchos alemanes del este “se sienten aún ciudadanos de segunda clase” porque consideran que Berlín desatiende sus problemas. El informe sobre el Estado de la Unión Alemana pone cifras a ese sentimiento: el 57 % de los habitantes de los nuevos estados federados se considera “alemán de segunda” y sólo el 38 % cree que la reunificación fue exitosa.
Reiner Klingholz, director del Instituto de Berlín para la Población y el Desarrollo, matiza por su parte que la “frustración” que sienten muchos ciudadanos del este no proviene de compararse con cómo estaban hace tres décadas, porque objetivamente su situación ha mejorado de forma significativa, sino con cómo viven o creen que viven sus conciudadanos del oeste. Ése es el espejo en el que se miran. Y no les gusta lo que ven.
Además, prosigue Delle Donne, AfD ha logrado articular en su discurso lo que significa “ser del este” y crear un “factor identitario”, de una forma similar a como lo han confeccionado otros partidos de la nueva ultraderecha en toda Europa para atraer a los votantes. Y esa identidad surge en gran medida de los sentimientos de decepción y frustración que la reunificación dejó en muchas personas. “El este, al ser anexado, perdió todo su tejido productivo estatal, el empleo de mucha gente, la matriz de su dignidad. Y eso no se recupera rápidamente”. AfD apela ahí, con éxito, a las emociones.
La ultraderecha alemana ha sabido además tejer un discurso diferenciado para la Alemania del este. Es el único partido que mantiene que la región tiene “problemas diferenciados”, apunta el consultor. En este sentido, AfD podría convertirse en un partido “regional” si se cronifica su gran fortaleza en el este y su falta de arraigo en el resto de estados federados.
Mayoría del oeste
Las demás fuerzas, incluso los postcomunistas de La Izquierda, tienden a hacer un diagnóstico común del país, sin distingos. Esa miopía puede estar ligada al hecho de que, 30 años después, la gran mayoría de sus dirigentes provienen del oeste. Un ejemplo. De los 16 miembros del Consejo de Ministros solo dos, la canciller Angela Merkel y la ministra de Familia, Franziska Giffey, proceden de la RDA. En la mayoría de instituciones públicas pasa algo similar. Y también en el sector privado. Esta falta de inclusión genera ángulos muertos en la política nacional, algo que provoca desafección al otro lado de las urnas.
Las encuestas apuntan en este mismo sentido. Según el último Politbarometer de septiembre, un 52 % de los habitantes del este de Alemania creen que las diferencias con sus vecinos del oeste superan a las semejanzas. Al otro lado del antiguo muro son sólo el 39 % los que piensan que las diferencias dominan. “Dicen que el oeste se ha olvidado del este. Y se refieren al establishment, a la clase política”, señala Delle Donne, para quien es evidente que el este tiene “problemas diferentes” porque atesora “una historia diferente”.
La desconexión es palpable en Berlín. El Comisionado del Gobierno para los nuevos estados federados, pese a provenir de la extinta Alemania oriental, fue un ejemplo cuando evitó abordar el problema de la ultraderecha como una cuestión regional, pese a todas las evidencias en este sentido. “La situación que tenemos en Alemania es normal en Europa. No la aplaudo ni la blanqueo. Es un tema que nos preocupa, pero no es un asunto específico de Alemania del este”, señaló.
Treinta años después, la frontera invisible entre Kronach y Saalefeld-Rudolstadt sigue allí.