Trampantojo de la ultraderecha
El argumentario catastrofista abascaliano incluye todos los temas clásicos de la ultraderecha patriótico-populista-supremacista y emergente mundial.
No es una casualidad que Santiago (‘y cierra España’, como el ‘matamoros’ con tumba oficial en la Catedral de Santiago de Compostela) Abascal haya elegido este preciso momento para anunciar solemnemente que en septiembre presentará una moción de censura al presidente Pedro Sánchez.
Hay una alineación de circunstancias que le aconsejan una rápida maniobra de distracción, por una parte, y por la otra, su interés táctico en sembrar la división en el interior del PP, donde coexisten aún dos almas: la radical encarnada en José María Aznar y su ‘tiburonarium’, y la moderada y más educada representada por Mariano Rajoy. Unidas ambas familias por la convicción de que la unión hace la fuerza, sobre todo después de la fuga de su militancia más extremista, la que ha ido nutriendo a Vox, una iniciativa como la presentada ‘in voce’ en el Congreso podría suscitar una cierta crisis interna.
De entrada es Abascal el que una vez más le marca con su histrionismo la agenda política a Pablo Casado, quien ya tiene contraída una hipoteca, a interés variable al alza: los acuerdos de gobierno con la extrema derecha principalmente en Madrid y en Andalucía, pero no solamente, que son inseparables de un discurso cada vez más radicalizado de los populares, que en Europa los aleja de los conservadores de las democracias ‘tranquilas’ o en plenitud –la británica (a pesar del Brexit), la alemana, la holandesa, la francesa…– y los acerca a los de las democracias ‘autoritarias’ a la húngara o a la polaca manera.
El abandono o el desprecio del centro, sea por la derecha o por la izquierda, es un error que se acaba pagando. Si por necesidades aritméticas el equilibrista Pedro Sánchez se alió con el camaleónico y ladino Pablo Iglesias, ha tratado de neutralizar el activismo revolucionario de su socio con mensajes inequívocamente socialdemócratas y europeístas, con algún hipócrita silencio oportunista para evitar espectáculos públicos.
La ultraderecha tiene mucho que ocultar. En condiciones normales de presión y temperatura política, la irresponsable organización de las manifestaciones por la ‘libertad’ y contra las mascarillas y el confinamiento, aquellas caceroladas que bajaron de los balcones a las calles, sin duda han tenido su efecto, quizás directo o puede que indirecto, en los rebrotes que están multiplicando los contagios en España. Si no por contacto, sí por predicación: hasta el repunte de nuevos casos (qué casualidad, el miedo no tiene ideología) muchos descerebrados llenos de odio bramaban aún, a pesar de la evidencia científica, contra las medidas de protección… y defendían en las redes sociales las más disparatadas, patéticas y sociopáticas teorías de la conspiración.
Una moción de censura en esta coyuntura, aunque sus promotores no tengan idea de lo que les voy a decir, sigue fielmente la línea argumental del consejo que le dio a dos jóvenes pero prometedores políticos Lord Lyndhurst, el lord canciller tory, según nos cuenta André Maurois en sus biografías. “No se defiendan jamás ante una asamblea popular sino atacando. El auditorio, gozando del placer que le procura el nuevo ataque, olvidará aquél del que se os hizo objeto”. Sus dos atentos ‘aprendices’ en aquella cena aprendieron rematadamente bien: fueron dos de los más grandes oradores y polemistas de Westminter: Disraeli y Gladstone. Nunca pararon de atacarse.
El argumentario catastrofista abascaliano incluye todos los temas clásicos de la ultraderecha patriótico-populista-supremacista y emergente mundial, incluida la que tiene a Donald Trump por trastornado en jefe. La derecha, de todas formas, siempre ha aprovechado la ocasión para defender la ‘soberanía nacional’, incluso para que la gente se muera de hambre. Cuando Felipe González negociaba a poco de ingresar España en el Mercado Común los fondos de cohesión, una ayuda del norte rico al sur pobre, José María Aznar lo llamó despectivamente “pedigüeño”. Aunque no había patriotismo alguno en ello, había un cálculo electoral: esas contribuciones solidarias al desarrollo español beneficiaban electoralmente, como es natural, al que las consiguiera: Felipe González y el PSOE. Y había que impedirlo, o mejor, retrasarlo. Es como un tic.
Algo similar ocurre ahora con los fondos UE para la reconstrucción, de los que España recibirá un total de 147.000 millones de euros. El PP se dirigió a los partidos del grupo popular europeo para que vigilaran atentamente el uso de este dinero y se impusieran severas condiciones; la jefa de delegación del PP en Bruselas, Dolors Monserrat, envió un documento en el que daba a entender que la democracia española tenía zonas de sombra. Coincidiendo con Puigdemont, por cierto.
Creo que de alguna manera ciertos nostálgicos del pasado nacional-católico y de las JONS tienen en la cabeza lo bien que les vino a los golpistas cívico-militares y mediáticos del 36 que las democracias europeas cometieran el tremendo error de dejar de lado a la república española y le negaran o impidieran con la letra microscópica toda clase de ayudas. Muchos ‘voxiferantes’, o ‘voxiferiantes,’ estarían encantados con una España quebrada y abandonada con las masas hambrientas tomando las calles. A Hitler le vino estupendamente la incapacidad y falta de decisión de la república de Weimar ante el nacional-populismo. Lo sé, es terreno pantanoso. Pero a los pantanos y a las arenas movedizas conviene señalizarlos, y advertir de su peligro.
Un paréntesis: en una de mis frecuentes conversaciones por ‘wassap’ con un amigo y admirado profesor, científico pero de formación renacentista, de la Universidad de Las Palmas, éste me decía una hora antes de ponerme a rescribir esta ‘columna’: “la estrategia del ruido es evidente… cuando el hambre aprieta solo piensas en comer… es curioso en este sentido como la misma clase obrera de las ciudades se está alineando con sus ‘postulados’ simplistas y sus banderas… ya no son solo contra los inmigrantes, los gays, o las ‘feminazis’… todo lo que signifique remover las vísceras le viene bien… qué cerca estamos de repetir la Historia, y no en la convocatoria de septiembre precisamente”.
Una vez aprobado por fin este gigantesco ‘Plan Marshall’ como se le está llamando, llega otra ola de ataque: el descrédito y la manipulación. Se trata de convertir en un peligro un beneficio neto, con el tramposo argumento de que en realidad es un ‘rescate’… como el del PP, que dio lugar a los ‘recortes’. Vox lo complementa con la retórica propia: implica, proclama, una pérdida de soberanía nacional. Obviamente… Entrar en la UE llevó consigo ceder parcelas importantes de soberanía, como todos los miembros. En eso consiste la Unión. Pero ese fondo para reconstruir la economía y el dañado estado de bienestar en muchos países no beneficia solamente a España. Alemania, Francia, Italia, Portugal, Grecia… etcétera, accederán a él.
Pero el mundo de Vox está más cerca de los mundos de Yupi que del mundo real. Es como si un mamut congelado de Siberia volviera a la vida con los incendios y el cambio climático. Viven en la democracia pero la democracia no ha penetrado en ellos. Están en la UE, pero no se han dado cuenta de en qué consiste exactamente.
En esta movida que agita a la derecha destaca cómo ha funcionado la visión estratégica de Inés Arrimadas, al tomar distancias con el PP y con Vox, y mantener una ‘neutralidad’ operativa que le permita obrar con independencia y astucia según sean los momentos y los equilibrios. La moción de censura anunciada por Abascal, que sería el candidato a presidente (‘amarren esta mosca por el rabo’, diríamos en Canarias) puede tener serios efectos secundarios en los territorios donde gobierna el pacto PP-Vox y Ciudadanos.
Ni una estrategia creíble y europea de centro que se entienda con las amuras de babor (izquierda) o estribor (derecha) podría ya convivir con una ultraderecha que además de la mascarilla (que ha vuelto a utilizar porque el miedo es libre y está amparado en la Constitución) se ha está quitando la máscara. O mejor, haciendo un descarado ‘striptease’, deja traslucir que estamos ante un trumpismo de bellota que también quiere dejar la Organización Mundial de la Salud, que hace causa de la ‘invasión’ de inmigrantes ‘moros’, que convierte bulos desvergonzados en verdades reveladas, y que presume con gallardía patriotera de su profunda ignorancia. Y ya se sabe, porque nos lo recuerda cada día tanto el refranero como el sentido común, que la ignorancia es muy atrevida.
En la biografía de Maurois sobre Benjamín Disraeli hay un capítulo cuyo título parece que viene al caso, y puede ser hasta premonitorio: ‘En la cima de la resbaladiza cucaña’.