Torra y las superficies plásticas rectangulares
Una parte fundamental del gran timo en el que se ha convertido el procés implica el diseño de una retórica que funcione con la precisión mecánica propia de un buen prestidigitador que conduce la atención de sus espectadores de una mano a la otra a voluntad.
La trampa es vieja como el hilo de coser y se nos enreda a diario igual que éste. Dice Quim Torra: “Yo solamente colgué en el balcón de la Generalitat un trozo de tela con tres palabras escritas, y, por algo tan trivial, el Estado español quiere inhabilitar al democrático presidente electo de todos los catalanes”. Y debería contestar el Tribunal Supremo: “Usted desobedeció las indicaciones de las instancias del Estado de las cuales emana su legitimidad en un claro intento de romper la convivencia de todos los catalanes, y, por algo tan grave, el Estado únicamente quizá le mande un sobre en donde están colocadas las letras ‘i-n-h-a-b-i-l-i-t-a-c-i-ó-n’ al lado de su nombre en un papel”.
Lo que hago yo lo describo en términos neutros, físicos, inofensivos, desprovistos de trascendencia política. Lo que hace el otro lo describo explicando lo que significa ese acto y sus implicaciones, con términos cargados de connotaciones, interpretativos, con significados muy emocionales para el público al que se está dirigiendo el mensaje. Es un truco de primero de Trucología. Dejen de tomarnos por clientes de un centro comercial. O Torra colgó de un balcón una tela con palabras escritas y el Estado le contesta con un papel con palabras escritas, o Torra retó la soberanía del pueblo español de la que brota su única legitimidad política —aprovechando su acceso a las instituciones del Estado para acabar con el Estado que le ha nombrado—, y las instancias de las que depende la Generalitat de Cataluña quizá le destituyan de su cargo.
Éste no es un detalle lingüístico menor ni un matiz erudito que me resuelva la columna de hoy. Una parte fundamental del gran timo del rock and roll en el que se ha convertido el procés implica el diseño de una retórica que funcione con la precisión mecánica propia de un buen prestidigitador que conduce la atención de sus espectadores de una mano a la otra a voluntad. Si en las películas de robos —y éste intenta ser un robo contra la clase obrera española que ríete tú de los Ocean’s Eleven— son especialmente divertidas las secuencias en donde la banda decide cómo va a desactivar las sofisticadísimas alarmas, aquí resulta apasionante imaginar las escenas en donde los Puigdemont’s Eleven planean cómo fingirán que son progresistas las ideas de pueblo étnico del siglo XIX usando trampas del lenguaje.
— “El Estado español nos aplica la ley por intentar que nuestros impuestos se queden aquí y no sirvan para reducir las diferencias con zonas de España más pobres que nosotros”.
— ¿Estás loco? ¿cómo vas a decir eso?
— Mmm… ¿qué tal “el Estado español nos reprime por intentar votar”?
— Sigo sin verlo. “Votar” es un verbo transitivo. Habría que especificar qué queremos votar.
— ¡Ya lo tengo! “El Estado fascista español apalea sin piedad al pueblo catalán que sólo quiere meter rectangulitos de papel en una cajita que tiene una ranurita en la tapa”.
— ¡Sí, eso puede funcionar! Pero, espera… ¿a dónde vas, Quim?
— Vengo ahora, sólo quiero asegurarme de que sigue colgada del balcón una superficie plástica en forma rectangular que tiene impresas unas letras del alfabeto latino.